«¡Gracias, Jesús mío, bendito seas! Yo sé que por el dolor vas a salvar mi alma»

«¡Gracias, Jesús mío, bendito seas! Yo sé que por el dolor vas a salvar mi alma»

El día 14 de septiembre la Iglesia celebra la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Un día después, conmemora a Nuestra Señora de los Dolores, la Virgen María, quien en silencio acompañó a su Hijo en los momentos más duros de su vida terrenal.

¿Tiene algún sentido, en la actualidad, hablar de la Exaltación de la Santa Cruz? Cuando nos llega un problema o sufrimiento que no nos podemos quitar de encima, llegamos a renegar hasta del mismo Dios. El mismo San Pablo dice que la cruz es escándalo para algunos, es decir, algo que nos hace tropezar y caer, o necedad para otros.

Pero… ¿qué dicen los santos de la Cruz? Extraeremos algunos ejemplos. San Agustín: “Las pruebas y tribulaciones nos ofrecen la oportunidad de reparar nuestras faltas y pecados pasados. En tales ocasiones, el Señor viene a nosotros como un médico para sanar las heridas dejadas por nuestros pecados. La tribulación es la medicina divina”. O Teresa de Calcuta: “El dolor y el sufrimiento han entrado en tu vida, pero recuerda que el dolor, la tristeza y el sufrimiento no son más que el beso de Jesús, una señal de que te has acercado tanto a Él que Él puede besarte”.

Luisa en la cama

¿Y la Madre Luisa? Como muchos ya sabréis, el sufrimiento fue una constante a lo largo de toda su vida: sufrimiento físico muy extremo, a punto de morir varias veces; todo tipo de pruebas, persecuciones, incomprensiones, tribulaciones, soledad; sufrimientos ajenos que hace suyos; sus noches oscuras, etc…y muchas veces, todo junto. De hecho, las palabras Cruz, dolor, sufrimiento son muy habituales en sus poesías (¡demasiado, se podría decir!), a través de las cuales desahoga su alma.

¿Cómo afrontaba ella todo esto? No se amargaba, no se quejaba, no se hacía la víctima. Así lo aseguran sus Hermanas de Comunidad y los muchos testigos que la conocieron de cerca durante toda una vida. De hecho, Luisa propugna todo lo contrario: “Aprende a sufrir callando”[1], dirá en una de sus poesías, que continúa con estos versos:

Tú no te quejes jamás,

que es de los santos tributo

sufrir, y a cada minuto

pedir sufrimiento más.

¿Cómo se puede llevar de esa manera tanto sufrimiento? con las propias fuerzas humanas no tiene explicación, si no es por una intervención extraordinaria de Dios. Sabemos que la joven Luisa, a sus 21 años, recibió una experiencia mística que consistió en la locución de Jesús Nazareno cargando con su cruz[2]. A partir de entonces, comenzó en ella un gran deseo de configurarse con Jesús Nazareno, según lo expresa el P. Venancio de Écija, su primer director espiritual:

«Sí, hija de mi alma, trabaja, sí, sin descanso, hasta copiar en tu corazón la Imagen bendita de Jesús Nazareno, hasta que se pueda decir de ti que eres otro Jesús Nazareno, enclavada en su propia cruz. Estos tus santos deseos me agradan y satisfacen en extremo. Hija de mi alma, a trabajar en este sentido sin descanso, hasta llegar a lo más alto de la cruz. […] ¿No pides tú a Jesús sufrimientos? Ahí los tienes…y… colmados»[3].

Jerónimo Carrasco

Para la Madre Luisa, padecer por Cristo y con Cristo, es una gracia: «Más tarde, a la soledad se uniría la cruz, para la cual —he de confesarlo porque es solo gracia de Dios— siempre ofrecí gustosa y animosa mis frágiles hombros»[4]. Siempre veía todo como venido de la mano de Dios, y continuamente lo expresaba con este dicho tan habitual de ella: «No se mueve la hoja del árbol sin la voluntad de Dios». Decía también: «Si el Señor me lo manda, es porque me conviene.»

Y ante el sufrimiento ajeno, ¿cómo reaccionaba? Decía: «Me daban mucha pena los cuerpos doloridos por la enfermedad y el hambre, viendo en todos ellos la imagen bendita de mi Jesús Nazareno con el peso de la cruz»[5]. Y, olvidada de sí misma, continúa: «Yo pedía al Señor que me mandara parte de sus dolores, porque se me desgarraba el alma de verla sufrir. ¿Es que no tenía ya bastante con sus propios dolores, como para pedir más? Y, por si esto fuera poco, sus mortificaciones voluntarias para reparar eran continuas.

«Siempre que se me presentaba un dolor, le decía al Señor con toda mi alma: “¡Gracias, Jesús mío, bendito seas! Yo sé que por el dolor vas a salvar mi alma, que el dolor me va a redimir”. Y en verdad que él me dio fuerzas para nunca cansarme de padecer. […] También me acordaba, en mi padecer, de los demás, de la salvación de las almas, de ofrecer para gloria de Dios y para reparar las ofensas que se hacían —y yo hacía— al divino Corazón de Jesús y al Inmaculado Corazón de la Santísima Virgen»[6].

Luisa en la cama, intervenida de riñón

De hecho, la Madre Luisa hizo un 4º voto de ¡¡no negarle nada al Señor!! Es decir, le firmó un cheque en blanco, para que el Señor pusiera lo que le conviniera.

Precisamente el día 14 de septiembre del año 1962, la Madre Luisa se cayó y se le salió el hombro de su sitio, causándole una luxación completa, con unos intensísimos dolores. Las circunstancias fueron tales que tuvo que estar así un día entero hasta que se lo pudieron resolver. Después le prescribieron un tratamiento que se lo aplicaron mal y le provocaron unos efectos secundarios tremendos. La Hna. Inmaculada dice en su testimonio: «Yo, como llegué en el mes de septiembre de ese mismo año, siempre he pensado que, con aquellos sufrimientos, de alguna manera ella compró mi vocación». La Madre sufrió tanto en aquella ocasión, tanto, que el día de la exaltación de la Santa Cruz fue siempre recordado en la Comunidad como de especial sufrimiento para ella.

Al final de su vida, cuando sus sufrimientos llegaron al punto álgido, la Madre compuso sus últimas nueve poesías. Ciega y con las manos deformadas, las componía de cabeza, por las noches, y a la mañana siguiente se las dictaba a la Hna. Mari Pili. Estas poesías son excepcionalmente valiosas porque reflejan los más profundos sentimientos de su alma en las condiciones extremas de sufrimiento en que vivía. A pesar de ello, su alma estaba llena de sentimientos de dulzura y amor a Dios, como expresan estos versos:

«¡Perdón te pido humillada, y si no basta mi llanto, viviré crucificada con mi Nazareno santo!»[7].

«…y lloro porque querría ser más fuerte ante el dolor, mas me llevo la alegría de que así me acepta el Señor»[8].

Finalizamos con esta breve poesía tan significativa compuesta a sus 97 años:

Sufrir (2015)

¡Sufrir, sufrir y sufrir!

es el hálito de mi vida.

¿Qué otra gracia ha de existir

que me sea más querida?

Cuando llega el sufrimiento

con no mucha intensidad,

me invade un sentimiento

de intensa felicidad.

Lo acojo con alegría,

lo ofrezco a mi Señor

y me sumo en la agonía

del divino Redentor.

Mas cuando el dolor persiste

sin pena ni compasión

y se pone mi alma triste

lo encuentro una sinrazón.

Si mi emblema es sufrimiento

(sin él no puedo vivir)

¿por qué cuándo va en aumento

pienso que voy a morir?

Tú sabes que no te miento,

¡quiero sufrir de verdad!

Pero es que llega un momento

en que siento debilidad

y es que me faltan las fuerzas

en el instante vital.

Dame tú la fortaleza

y sufriré hasta el final.

Celia Hierro Fontenla. Médico.
Postuladora de la Causa de beatificación de la M. Luisa Sosa
Memoria de las solemnidades de la Exaltación de la Santa Cruz y la Dolorosa


[1] Poesía Aprende. La Madre Luisa Sosa, testigo y apóstol de Jesús Nazareno, p. 271

[2] En 1939, en la Parroquia de San Pedro, Huelva: «Has de fundar»

[3] Carta del P. Venancio de Écija a la Madre Luisa, 2 de octubre de 1941.

[4] Origen de la Obra. La Madre Luisa Sosa, testigo y apóstol de Jesús Nazareno, p. 193

[5] Origen de la Obra. La Madre Luisa Sosa, testigo y apóstol de Jesús Nazareno, p. 188

[6] Origen de la Obra. La Madre Luisa Sosa, testigo y apóstol de Jesús Nazareno, p. 166

[7] Poesía Nazareno (2015). La Madre Luisa Sosa, testigo y apóstol de Jesús Nazareno p. 279.

[8] Poesía Virgen gloriosa y bendita (2015)

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