«El sepulcro vacío», comentario al Evangelio del Domingo de Pascua de Resurrección – B

Foto: Pedro y Juan corriendo al sepulcro en la mañana de la resurrección, Eugene Burnand (1898), Museo d’Orsay, París.

La resurrección de Cristo constituye el núcleo de la fe cristiana, hasta el punto de que Pablo escribe: «Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe». Otro cosa es el modo de entenderla, que depende de la antropología y filosofía de la que se parta. De todas formas es un asunto de fe, lo que significa que, por muchos argumentos a favor o en contra que uno encuentre, al final, es una opción personal que condiciona el modo de entender la existencia propia y ajena. No es que la fe sea irracional, sino que nunca es el resultado de un silogismo.

Los datos de los que partieron los primeros testigos fueron dos: el descubrimiento del sepulcro vacío y las apariciones. El primer dato ha sido transmitido por la tradición y tiene a su favor que, de haber sido inventado, un judío jamás habría puesto como testigos a las mujeres, ya que no se les reconocía capacidad para testificar. El segundo dato pertenece a la experiencia de la Iglesia Primitiva. Creerlo o no creerlo es un problema de confianza en la sinceridad de quienes llegaron a dar su vida por permanecer fieles a lo que predicaban. De todas formas, dado que es asunto de fe, hay que admitir como un dato de experiencia que, para el que cree, las razones en contra no crean dudas y, para el que no cree, las razones a favor no le hacen desistir de su postura.

Una cosa sí es cierta: a lo largo de la historia son muchos los hombres y mujeres que han encontrado en la resurrección de Cristo el elemento clave para encontrar un sentido a su vida. La Magdalena, Pedro, Juan y todos los demás, no creyeron en la resurrección porque alguien les demostró con sabios argumentos la consistencia de esta doctrina, sino porque se encontraron con Jesús vivo tras su muerte y, a partir de ese momento, sus vidas cambiaron por completo. La fe en la resurrección, por tanto, no es algo que se demuestra, sino algo que se muestra. Nadie tiene que probar nada. Lo único que cabe es expresar lo que se ha vivido.

Por cierto, que muchos hoy confunden resurrección y reencarnación. La diferencia es grande: la resurrección significa que se ha alcanzado la plenitud gracias a Cristo que en su muerte y resurrección nos ha salvado; la reencarnación se entiende como oportunidades repetidas para purificarse hasta alcanzar el estado que permita la vuelta a Dios. Hoy día, con el auge del esoterismo y de lo oriental, muchos creen en la reencarnación. Para un cristiano simplemente no es necesaria. Lo que los orientales creen alcanzar con sucesivas reencarnaciones, el cristiano cree que lo ha conseguido como un don gracias al amor de Dios manifestado en Cristo. Para los cristianos, la resurrección de Cristo es el triunfo del bien sobre el mal, del amor sobre el odio, de la paz sobre la violencia, en definitiva, de la luz sobre la oscuridad.

Francisco Echevarría Serrano,
Ldo. en Sagradas Escrituras y vicario general de la Diócesis de Huelva

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