Estaba leyendo algunos comentarios sobre las lecturas de este domingo decimotercero del tiempo ordinario y me ha llamado la atención este párrafo de Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf en Ciudad Redonda:
“Me cae bien aquella mujer «principal» de Sunem. Se portó bien con el «profeta»: «Me consta que ese hombre de Dios es un santo; con frecuencia pasa por nuestra casa: vamos a prepararle un sitio, y cuando venga a visitarnos, se quedará allí». Hay que destacar que tiene mérito, o intuición. Para nosotros es indiscutible que Eliseo fue un hombre de Dios, un profeta: por eso está en nuestras Biblias y meditamos en su vida y su mensaje. Pero en aquel entonces (como en todos los tiempos) había profetas falsos, charlatanes, pájaros de mal agüero y gente variopinta que pretendía ser «santa» y conocer a Dios, hablando en su nombre.
Por otra parte, Eliseo era rechazado por buena parte del Pueblo, especialmente por las autoridades políticas y religiosas. O sea: por la gente principal. Suele ocurrir, porque los hombres de Dios suelen cuestionar lo que hay, lo que se hace, lo que se piensa, lo que ha sido tradición -mal entendida- o tradición «interesada» durante mucho tiempo. Intentan poner las cosas en su sitio, y claro, a los que les va bien, no tienen el menor interés en que algo cambie. Estas cosas ocurrían en aquel entonces y ocurren también hoy.
Parece que la sunamita tenía la costumbre de recibir al profeta en su casa e invitarle a comer. En la cultura judía, sentar a alguien a la mesa era un gesto de intimidad, de acogida, de cariño, de ofrecimiento personal. Ella es rica, es decir, tiene su vida resuelta, le va bien, tenía una buena posición y algún prestigio social, y por tanto se las apañaba por sí misma.”
Pero aquella mujer, capaz de percibir quién y qué era Eliseo, con la vida resuelta, tenía un vacío en su vida. Es posible que ese vacío, ese sufrimiento silente, le hubiera hecho más perceptiva para según que cosas. Ya alguien habló de ese crisol que purifica la vida interior que es el sufrimiento. No un sufrimiento buscado, sino uno inevitable, el que viene de vivir en coherencia la propia fe y el que viene de la propia fragilidad humana sometida a la enfermedad y la muerte.
En cualquier caso, su trato con Eliseo le provee de lo que más necesitaba, lo que más esperaba, su atención al profeta le obtiene de Dios el don de la vida.
En el Evangelio Jesús retomará esta tradición del profeta, pero aprovechará para recordarnos unas cuantas cosas importantes, que elegir un camino es renunciar a todos los demás, que el camino tiene sus dificultades y hay que estar dispuestos a afrontarlas y convertirlas en oportunidad de crecimiento, que la tarea es importante y aquel que acoja al portador del mensaje, a pesar de sus obvias debilidades, no quedará sin recompensa.
Rafael Benítez Arroyo, pbro.
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