Jn 20, 1-9. Él había de resucitar de entre los muertos.
Vio y creyó. ¡El amor ha vencido a la muerte! ¡Jesús vive! ¡Aleluya!
Celebremos que Cristo ha vencido el mal, hoy ha resucitado y estará con nosotros para el resto de los días: El pasaje del Evangelio de hoy narra el momento en el que María Magdalena descubre el sepulcro de Jesús vacío, y tras ello corre a informar a los discípulos. ¡Cristo ha resucitado!
Lo extraordinario de este acontecimiento es que al resucitar Cristo, él nos está resucitando también a nosotros. A través de Jesucristo, su gloria se convierte en nuestra gloria. Este fragmento bíblico nos invita a reflexionar sobre lo que sintieron estas personas al ver tan grandioso acontecimiento de salvación:
En primer lugar, María Magdalena nos demuestra un amor desinteresado y un profundo apego a Jesús. Su devoción la lleva a levantarse temprano para servir al Señor, sin esperar nada a cambio. Su amor puro la convierte en la primera testigo de la resurrección. Por otro lado, Juan -quien representa la valentía- demuestra tal amor por Jesús que lo hace permanecer firme junto a él en la Cruz y luego a correr hacia el sepulcro en su búsqueda. Para nosotros, Juan simboliza la fuerza del amor inquebrantable que nos lleva a buscar a Dios incluso en los momentos más difíciles. Por último, Pedro. Más lento en asimilar lo que había ocurrido, también experimenta la Resurrección. A pesar de sus dudas y su pasado de negación, representa la lucha interna entre la fe y las dudas, pero su amor persistente finalmente lo lleva a la verdad.
La evidencia física del sepulcro vacío plantea la pregunta sobre lo que realmente sucedió con el cuerpo de Jesús. Este hecho lleva a una reflexión más profunda sobre la resurrección, que se convierte en el punto central de la fe cristiana. La ausencia de Jesús en el sepulcro no solo sorprende a sus discípulos, sino que también los impulsa a cuestionar y a intentar comprender lo que significa esta ausencia en relación con lo que Jesús les había enseñado. Ahora, comprendemos que la escritura nos habla del amor de Dios y de la alegría que contagiaba en vida, pero también tras su resurrección, que sigue perdurando hasta nuestros días: Cuando él pasaba «toda la gente se alegraba» (Lc 13,17). Después de su resurrección, donde llegaban los discípulos había una gran alegría (cf. Hch 8,8).
En nuestro día a día vemos a muchas personas que hallan en la resurrección de Jesús un motivo para encontrar un rumbo a su vida y la felicidad plena. Esta alegría no es solo un sentimiento efímero, sino un estado del corazón arraigado en la fe. Es una alegría que trasciende las circunstancias externas y las pruebas de la vida, porque está fundamentada en una esperanza que no decepciona. Su resurrección no es algo del pasado; entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo. Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la resurrección[1]. El Domingo de Resurrección nos invita a reflexionar sobre la naturaleza transformadora de la fe y a celebrar la victoria definitiva de la luz sobre la oscuridad, el bien sobre el mal.
Hermanos, disfrutemos de la presencia salvadora de Cristo. Él ha resucitado por todos nosotros.
Feliz Pascua de Resurrección.
Freddy Enrique Uzcátegui Rodríguez,
Delegado Diocesano para la Evangelización, Catequesis y Catecumenado.
[1] Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 276.
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