Celebrar a todos los santos es, también, celebrar nuestro proyecto vital

Celebramos el próximo viernes, 1 de noviembre, la fiesta de Todos los Santos y, al día siguiente, recordaremos a todos nuestros hermanos difuntos. Con motivo de una cosa o la otra, escucharemos todo un surtido de opiniones plagadas de lugares comunes. Ya sea sobre el precio de las flores, el estado de los cementerios, lo caro o no que es morirse según el lugar de España donde vivas y sobre la curiosidad histórica del mal llamado «culto a los muertos» según el parecer de los opinadores habituales, esos que ayer te hablaban de la casa real, o de política, o de economía o de sismología o de lo que sea, y hoy de antropología, historia, religión y lo que se les encarte, que para eso cobran.

Más allá de todo eso, la fiesta de Todos los Santos nos recuerda que estamos llamados a ser santos. Sí, santos. Aunque no sea santos de peana y lampadario. Santos de andar por la calle, santos de hacer bien lo que hay que hacer, de encontrar tiempo para lo importante; o de ser austeros, pero austeros con el propósito de poder ser solidarios; o de ser sobrios, pero no por aguantarse las ganas, sino porque en mis necesidades mando yo y soy más libre cuantas menos necesidades absurdas cultive y mejor distinga lo que cuenta de lo frívolo; o de ser sacrificados, pero no como si fuera un castigo, sino porque hemos aprendido que todo lo que merece la pena -y ser discípulo de Cristo lo merece-, supone esfuerzo, que lo que vale no lo regalan, se conquista con entrega y renuncia, que darlo todo es la forma de recuperarlo multiplicado, porque aquello del ciento por uno es real, basta que hagamos el esfuerzo de ponerlo en práctica.

El día de todos los santos, también, de alguna manera, es nuestro, de los llamados a ser santos. Portadores de lo santo, del espíritu del que es la santidad desde nuestro bautismo, de un estilo de vida comprometido abierto a una esperanza que no defrauda. Y eso es una gran responsabilidad. Hoy recordamos a todos los que nos precedieron en este proyecto vital que ahora es el nuestro, concretado en las Bienaventuranzas.

Al día siguiente, el de difuntos, incluidos todos los que, por alguna razón, no llegaron a encontrar el camino o renunciaron a él. Nos importan y los tenemos en cuenta. Están presentes en nuestro recuerdo y los hacemos presentes al eterno presente de Dios. Porque nuestra oración, la de todos, sirve y es escuchada, así lo creemos y por eso lo hacemos. Sin esas tonterías del culto a los muertos, porque para nosotros no están muertos, esperan el momento de Cristo, vencedor de la muerte.

No hablo de halloween y las historias que nos inventamos para tener fiesta. Hay que reconocer que nos han vendido el producto y con tal de ir de juerga, lo hemos comprado y ya está en casa, hagamos lo que hagamos, digamos lo que digamos, ha llegado para quedarse. Los mismos colegios tan asépticos cuando se trata de la religión católica, pierden pie cuando llegan halloween, carnavales o cualquier otra fiesta de estas. Eso sí, luego nos manifestaremos contra la invasión de la cultura americana… A lo mejor si no renunciáramos a la nuestra, a nuestras costumbres y tradiciones, no nos lamentaríamos que los productos de consumo que nos llegan de fuera se instalen con tanta facilidad.

Rafael Benítez Arroyo

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