

Vivir el Adviento en un hospital es descubrir que la esperanza puede brotar incluso en los pasillos silenciosos y en las habitaciones donde el tiempo parece detenerse. Es un Adviento distinto, más frágil y más auténtico, en el que cada gesto de cuidado se convierte en una pequeña luz y cada palabra de consuelo es casi un nacimiento.
En el hospital, la espera —tan propia del Adviento— se vuelve más real: la espera de un diagnóstico, de una mejoría, de una visita, de un alivio. Pero también es una espera cargada de fe, porque allí donde el cuerpo se vuelve vulnerable, el corazón suele abrirse más a lo esencial.
El Adviento vivido en la enfermedad invita a reconocer que Dios llega de maneras inesperadas: en una enfermera que ajusta una manta, en un médico que escucha con paciencia, en un familiar que aprieta la mano, en un silencio compartido que sostiene. No se necesitan velas ni coronas para que nazca la luz; basta con dejar que la esperanza penetre el miedo y lo transforme.
Quien vive el Adviento en el hospital aprende que la verdadera Navidad no depende del lugar, sino de la capacidad de reconocer la ternura de Dios en medio de la fragilidad humana. Que cada día de espera se convierta en promesa y cada pequeño progreso, en un anuncio de vida nueva.
Rafael Tenorio
Capellán Hospital Comarcal de Baza

