Con esta expresión intento sintetizar la repercusión que ha tenido en muchos de nosotros el traslado de don Ginés a Getafe. Sabor agrio, por lo que significa la separación de un Obispo que durante ocho años nos ha dirigido muy acertadamente, con unas actitudes de cercanía, comprensión y habilidad admirables. Sabor dulce, porque, aparte de que su cambio pueda entenderse como una promoción, es ciertamente un reconocimiento de que, por sus virtudes y cualidades, así como por sus varios cargos de carácter nacional, necesitaba estar más cerca de Madrid. Como él mismo ha declarado, en Guadix se ha hecho obispo, o sea, ha madurado ministerialmente para afrontar la dirección de una diócesis notablemente mayor que la nuestra. Con esta doble sensación aceptamos su marcha y le deseamos una fecunda labor pastoral en la madrileña.
Afirmado esto, pienso que la decisión de un traslado a mitad del curso escolar, con el que coincide el “curso pastoral”, no me parece oportuna. Ignoro las razones que tengan los responsables de tales cambios. Porque, sea quien sea el que cubra este vacío que ahora nos sobreviene, es difícil que pueda terminar adecuadamente las actividades pastorales y administrativas que ahora están en marcha: la programación diocesana, la puesta en funcionamiento de la Residencia Sacerdotal, las cuestiones económicas, los traslados que normalmente se deberán hacer en verano, etc. Todo ello, o quedará inacabado o habrá que suspenderlo hasta que venga el nuevo obispo. Y nos asalta la duda: ¿cuándo será? Porque tenemos antecedentes históricos de “vacantes” que han durado hasta tres años. Esto, queramos que no, entraña inevitablemente una debilitación del ambiente anímico y pastoral de los agentes diocesanos.
Ante esta realidad, sólo nos cabe actuar con fe y esperanza, confiando en que, por encima de todo, está la Providencia que, como otras veces ha ocurrido, nos ayudará a superar este bache y a proseguir nuestra vida diocesana, como “porción del pueblo de Dios”, pendiente de un nuevo Obispo que la presida “con la colaboración del presbiterio”, siguiendo los pasos y el ejemplo de su predecesor.
Leovigildo Gómez Amezcua