
En esta solemnidad de la Santísima Trinidad, celebramos el misterio del Dios de los cristianos, que es Padre e Hijo y Espíritu Santo. En este relato del Evangelio de Juan, perteneciente al discurso de Jesús en su última cena, el mensaje que más se repite en el anuncio de su despedida es que no nos quedaremos nunca solos, porque él con la resurrección nos donará el Espíritu Santo, que nos acompañará y asistirá en la persecución y también en la misión.
En este discurso de despedida Jesús también nos revela el misterio de Dios y nos lo da a conocer en sus tres personas que lo conforman en una unidad, que es una comunidad y convivencia de amor. Dios, ante todo es amor y fuente de amor. No es un Dios solitario ni encerrado en sí mismo porque su existencia es en comunicación de personas. Dios no está alejado de la realidad porque es el origen de todo cuanto existe y de nuestra propia existencia; en Jesucristo, el Hijo de Dios, se ha hecho uno de los nuestros; y con el Espíritu Santo habita en lo profundo de cada bautizado y sigue actuando en nuestras vidas.
Nuestra relación con Dios no se basa en querer entender el misterio de la Trinidad de manera racional, y mucho menos querer explicarlo. Nuestra relación con Dios comienza cuando descubrimos con gozo que Dios nos ama y que también nosotros podemos amarlo a él, porque es el que sostiene nuestra vida.
Emilio J., sacerdote
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