Señor, abre nuestros corazones a quienes no somos capaces de ver
“¿Quién es mi prójimo?” (Lc 10,29)
Reflexión día 3: Sábado, 20 de enero
El maestro de la ley quería autojustificarse con la esperanza de que el prójimo al que debía amar fuese alguien de su propio pueblo y de su misma fe. Este es un instinto humano natural. Cuando invitamos a las personas a nuestros hogares, a menudo son personas que comparten nuestro estatus social, nuestra visión de la vida y nuestros valores.
Hay un instinto humano de preferir lugares familiares. Lo mismo puede decirse de nuestras comunidades eclesiales. Pero Jesús lleva al maestro de la ley, y a aquellos que lo oían, a profundizar en su propia tradición al recordarles la obligación de acoger y amar a todos, independientemente de su religión, cultura o condición social.
El evangelio enseña que amar a los que son como nosotros no es extraordinario. Jesús nos conduce hacia una visión radical de lo que significa ser humano. La parábola ilustra de una manera muy visible lo que Cristo espera de nosotros: abrir nuestros corazones y caminar en su camino, amando a los demás como él nos ama. De hecho, Jesús responde al maestro de la ley con otra pregunta: no es «¿quién es mi prójimo?», sino, «¿quién demostró ser prójimo del hombre necesitado?».
Nuestros tiempos de inseguridad y miedo nos confrontan con una realidad donde la desconfianza y la incertidumbre pasan a primer plano en las relaciones. Este es el desafío de la parábola de hoy: ¿para quién soy prójimo?