Segundo domingo de Cuaresma. Ciclo b. 28 de febrero de 2021

Diócesis de Guadix
Diócesis de Guadixhttps://www.diocesisdeguadix.es/
La diócesis de Guadix es una sede episcopal sufragánea de la archidiócesis de Granada, erigida en 1492 y, según la tradición, procedente de la diócesis de Acci, fundada por San Torcuato en el siglo I. Su sede es la catedral de Guadix.

En este domingo pasamos del desierto a la montaña, como escenarios de una enorme carga espiritual. Jesús reúne a un grupo reducido de sus discípulos, que podríamos considerar el círculo más íntimo y de confianza del Señor, y los lleva con él a lo alto de una montaña.
La montaña en la Biblia no es sólo una elevación geográfica del terreno, porque la montaña es un lugar espiritual, que, por su altura, está más próximo al cielo. Por eso, subir a la montaña es recogerse y distanciarse de las distracciones del mundo, es ponerse en la presencia de Dios, es ese momento de encuentro en el silencio y en la intimidad con Él: la oración. La montaña, al igual que la oración, es un momento de revelación, en el que Dios nos muestra sus misterios y se nos da a conocer en su profundidad.

Una vez que el grupo se encuentra en la cima, Cristo se transfigura delante de los suyos, revelándose y mostrándose en toda su gloria como Mesías e Hijo de Dios. Aparecen junto a Jesús dos personajes fundamentales del Antiguo Testamento y del judaísmo: Moisés, que personaliza la Ley, y Elías, que representa a los Profetas. Ambos vienen a reafirmar la vida y la misión de Cristo.
Una nube lo envuelve todo, signo de la divinidad y del misterio del Dios. Desde dentro de la nube se escucha una voz, que viene a afirmar la filiación divina de Jesús y su supremacía sobre Moisés y Elías, en una escena paralela a la del bautismo y teniendo por testigos a los discípulos.
No extraña que la sensación de gozo y de paz que sienten los discípulos les provoque la necesidad de eternizar el momento y paralizar el tiempo, de quedarse allí para siempre para no volver a un mundo y una realizad de sufrimiento y de dificultades.
Todo esto acurre después de que Jesús ya ha recorrido un largo camino en su tarea de evangelización y de anuncio del reino de Dios, relatado en los primeros capítulos de Marcos, y que en muchos ha despertado la duda, el escándalo y el rechazo, no entendiendo muy bien, incluso sus discípulos, su vida, su misión y su identidad. La transfiguración viene a confirmarnos a todos, creyentes y no creyentes, la verdadera identidad de Jesús, a pesar de que no lo conozcamos y de que sólo desde la fe podemos profesar que es el Hijo de Dios.
Aquí se nos presenta y se nos descubre a un Jesús terreno, que es más que un hombre cualquiera o que sobresale con respecto al resto, pues aparece también en su naturaleza divina y en relación al Padre.
Estos discípulos han tenido una experiencia privilegiada, que sucede después de que los discípulos acaban de recibir la enseñanza de la cruz, tan unida a la vida y al destino del Mesías, y se ponen en camino hacia un final de locura que terminará en Jerusalén y en otro monte en donde será crucificado y en donde se mostrará el inmenso amor misericordioso de un Padre que perdona a quienes han asesinado a su Hijo. En medio de este camino tenemos la transfiguración como aliento, empuje y revelación que ilumina a los seguidores de Jesús.
En medio de la vida, nosotros, los discípulos de hoy, rodeados de nuestras cruces y tormentos, seguimos reconociendo en Jesús al Hijo de Dios, a nuestro Redentor, porque la transfiguración es un anticipo de la gloria del Resucitado, en el cual creemos, al cual amamos y al cual seguimos muchos siglos después. Subir a la montaña nos fortalece en la fe para bajar a nuestro mundo cotidiano y afrontarlo con todos sus retos y amenazas, apoyados en la luz y el calor que nos da Cristo, compañero de nuestro camino, que hace que en medio de nuestras oscuridades y calvarios personales y en los de todos, nosotros sintamos la paz, la energía y la esperanza que sólo nos viene de Dios como un don. Ese gozo es la satisfacción por la superación de las tentaciones y de una crisis, por haber acompañado a alguien en su cruz, por haberte desapegado de esclavitudes…
Hoy no es fácil tener fe ni permanecer en la Iglesia cuando nuestro mundo y sociedad están tan secularizados, cuando hay un pesimismo y una negatividad, cuando padecemos una pandemia, cuando afrontamos una crisis económica, cuando estamos tan desencantados de la política… Pero, en medio de tanta cruz, los cristianos descubrimos lo importante y lo necesaria que es la fe para no rendirnos, no instalarnos y para no desentendernos de lo que nos ha tocado vivir.

Emilio José Fernández, sacerdote
http://elpozodedios.blogspot.com/ 

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