Mensaje de Navidad

Carta del Obispo de Guadix, Mons. Ginés García

En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser” (Heb 1,1-3a).

Este texto de la Carta a los Hebreos, proclamado en la liturgia del día de Navidad, nos introduce en el sentido más profundo de lo que celebramos en estos días.

Cuando llegan estas fechas todo parece transformarse, vestirse de fiesta. Los adornos exteriores en nuestras calles y plazas, la repetición de las tradiciones, y hasta la búsqueda del cajón perdido donde se esconden las figuras del belén o los adornos navideños, tienen el poder de cambiar algo de nuestro interior. La Navidad es capaz incluso de aparcar lo oscuro de nuestra existencia con el deseo de ser mejores, al menos en estos días.

Pero, ¿qué es la Navidad? ¿De dónde la viene esa magia que puede ablandar lo más endurecido del corazón? ¿Es la Navidad una palabra? ¿Una palabra vacía?

Pues sí, la Navidad es una palabra, pero no una palabra vacía. La Navidad es una palabra llena y plena. La palabra es Jesús. Y dentro de esta palabra se esconde un misterio eterno y fascinante. El misterio del amor de un Dios que en su corazón soñó y creó un mundo grande y hermoso, y puso en el centro a un ser hecho a su imagen, el hombre. No era un capricho de su poder ni del azar, sino el fruto de su amor; por eso, no lo abandonó nunca, siempre lo cuidó y le mostró el camino para llegar a Él, su Creador. Pero el hombre no siempre respondió al amor con amor. A pesar de ello, Dios siguió hablando a los hombres, y en la plenitud de los tiempos, que es la plenitud de su amor, envió a su propio Hijo, su propio ser, que nació de una mujer. Dios tenía que mostrar cuál es el secreto de la felicidad, que no está lejos de nosotros; todo lo contrario, está en nosotros. Dios habló al hombre en su misma humanidad, con su propio lenguaje. Dios se hizo comprender, se reveló en toda su gloria para que lo contempláramos con nuestros ojos, lo escucháramos con nuestros oídos, y hasta lo tocáramos con nuestras propias manos.

En Navidad tenemos la oportunidad de arrancar las palabras vacías y sin sentido que han ocultado su verdadero rostro para llegar a la verdadera palabra de la Navidad: Jesús. Os invito a arrancar las palabras que vacían el sentido de la Navidad.

Cuando Jesús, el Hijo de Dios, vuelve a ocupar el centro de nuestra fiesta, entonces la Navidad se hace contemplativa y solidaria. No pensamos solo en pasarlo bien, sino en compartir nuestro gozo con los demás, especialmente con los que lo tienen más difícil.

Contemplar lo que ocurrió en Belén y lo que todavía ocurre en cualquier lugar de la tierra donde Jesús sigue naciendo hoy. Contemplar el ejemplo de pobreza y humildad de la familia de Nazaret que es luz y ejemplo para nuestras familias. Contemplar la lección de sencillez y alegría del pesebre y de los que adoran a Dios hecho niño. Contemplar los silencios que son palabra elocuente. Contemplar el mensaje del Cielo que canta la gloria de Dios que es la salvación para el hombre.

La Navidad es también memoria. Es momento de añoranzas de lo que vivimos y con los que lo vivimos. En la Navidad vuelven los nombres de los que ya no están, y lo hacen con esa mezcla de tristeza y esperanza. Pero no hagamos de la memoria una cárcel de nuestros recuerdos y sentimientos; vivamos con gozo agradecido el don de un Dios con nosotros.

En definitiva, que la memoria del nacimiento del Señor se abra a tantos hombres y mujeres que, cerca o lejos, esperan una vida digna en justicia y libertad y, también, a aquellos que buscan un sentido que solo la fe puede ofrecer.

Quiero hacer presentes a los que viven en la amenaza constante de la violencia y de la guerra; a los que son perseguidos por la fe; a los que tienen que salir de su casa en busca de un refugio o de una vida digna; a los que se les ha privado de alimentos, vestidos, medicinas o educación; a los niños esclavos y a las mujeres maltratadas; a los que no dejamos nacer o queremos adelantar la muerte; a los que no tienen trabajo ni la oportunidad de encontrarlo; a los que viven atrapados en las adiciones y a los que renunciaron a vivir en libertad; a los que viven solos o con las heridas del amor roto; a los que hemos excluido por el egoísmo o la ambición; a los que viven engañados en la comodidad del trono del tener y no han descubierto lo grandes que son; a los que buscan y no encuentran, y a los que dejaron la fe en el trascurso de la vida; a los que viven sin Dios y lo añoran aun sin saberlo; a los que hemos hecho o se han hecho nuestros enemigos. Que para todos ellos estos días también sea Navidad.

En medio de la oscuridad del mundo, volverá a amanecer el Señor. Y esta es la señal: un niño recostado en un pesebre bajo la mirada de su madre, María, y del bueno de José.

A todos os deseo una feliz y santa Navidad. Que Dios os bendiga.

+ Ginés García Beltrán

Obispo de Guadix

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