La vida contemplativa, cerca de Dios y del dolor del mundo

Queridos hermanos todos:

El próximo domingo 30 de mayo, terminado el tiempo pascual e iniciado el tiempo ordinario, celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad, con la que los cristianos festejamos en la liturgia el misterio de Dios mismo, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Un misterio que los teólogos estudian para dar razones de nuestra fe y que los creyentes podemos contemplar a través de la oración, en el encuentro íntimo, profundo y personal con Dios Uno y Trino.

En este día rezamos por aquellos bautizados que dedican su vida a esta tarea contemplativa como respuesta a una vocación concreta, preciosa y tan necesaria en la Iglesia de hoy y de todos los tiempos. Estos hermanos nuestros, los consagrados contemplativos, monjes, monjas y eremitas retirados en sus monasterios y eremitorios, dedican su vida principalmente a la oración, para alabar y bendecir a Dios, rezando además por la Iglesia y por el mundo, viviendo la fidelidad a sus votos de pobreza, castidad y obediencia.

No siempre se comprende esta vocación y forma de vida. Podemos pensar que los consagrados contemplativos se evaden del mundo y de sus asuntos. Nada más lejos de la realidad, porque ellos forman parte de los acontecimientos que vivimos toda la humanidad y, mediante la oración, unidos a Dios, los ponen en el centro de su contemplación y se encarnan en los gozos y tristezas de los hombres de este mundo.

Este es el motivo por el que este año, en el que seguimos viviendo el dolor y el sufrimiento provocado por la pandemia en todos los rincones del mundo, donde hay tantas heridas humanas por la muerte, la enfermedad, el desempleo, el hambre, la pobreza, las guerras, la percusión religiosa, etc., la Conferencia Episcopal Española nos propone como lema para la Jornada Pro Orantibus  “La vida contemplativa, cerca de Dios y del dolor del mundo”.

Todos estamos siendo víctimas de la pandemia que ha cambiado y condicionado algunos aspectos de nuestra forma de vivir, que ha recortado nuestras libertades de movimiento y de actuación, que ha modificado nuestras agendas y frustrado algunos de nuestros proyectos, que nos ha hecho sentir la distancia de las personas que queremos por no poder visitarlas o abrazarlas. Una pandemia que durante un año muy duro nos ha hecho sentir el miedo humano a la muerte, la incertidumbre ante un futuro sin perspectivas claras y positivas, el dolor por la pérdida de seres queridos o conocidos, las carencias de tantas familias que han quedado sin trabajo y  el sufrimiento de los enfermos a los que el virus les ha dejado secuelas físicas y psicológicas importantes y crónicas. Todo unido a la imposibilidad de muchos cristianos de vivir en sus comunidades y parroquias la fe, especialmente los más mayores y vulnerables, que no han tenido el consuelo de Cristo en los sacramentos.

Podemos pensar que estar cerca de Dios nos privilegia de padecer estos sufrimientos o nos aleja de los que los experimentan. Y no es así, porque cuanto más cerca estamos de Dios, más cerca estamos de cada hombre y mujer, de sus angustias y heridas. Dios se ha encarnado y se ha hecho hombre en Jesucristo, por lo que el mismo Hijo de Dios se ha unido al dolor humano para siempre. Todo lo que tiene que ver con el hombre, lo ha asumido y redimido  Cristo en su encarnación, muerte y resurrección. Por eso, quien contempla a Dios, contempla también al Hijo unido al dolor que cada persona lleva en sus entrañas y en su corazón. Quien ama  a Dios, se acerca sensiblemente a todo sufrimiento humano e indescriptible y lo termina haciendo suyo, pero siempre con una mirada diferente a la del mundo, la de Dios, que es nuestro consuelo, nuestra fuerza y nuestra esperanza.

Los contemplativos viven en el silencio de la oración y de la clausura, pero no están callados ni ajenos al dolor de los hombres. Asumen en sus rezos y cantos, habiéndolos pasado antes por su corazón, el quejido, el llanto y el grito de toda una humanidad que sufre, para, acogiéndolos a través de la oración, ponerlos en la presencia de Dios, que no se desentiende de nosotros ni desoye nuestros lamentos.

En esta Jornada Pro Orantibus nosotros queremos recordar de manera agradecida a estas personas consagradas y contemplativas que sin conocernos piensan y rezan por cada uno de nosotros y por nuestras necesidades, como lo hacen también por la Iglesia y por el mundo. Hoy, ayudados con el lema de esta Jornada de la vida contemplativa, queremos  tomar conciencia de que el dolor no se soluciona sólo con una vacuna o una medicación, pues hay sufrimientos que entristecen y hasta desgarran el alma, para los que la oración es el mejor y único antídoto y la óptima medicina, el mejor bálsamo y aceite que sana y consuela las heridas.

Como obispo y pastor de la Diócesis de Guadix, en el día de hoy y una vez más, pongo en el Corazón de Jesús, al que seguimos conmemorando en la celebración de este Año Diocesano que le dedicamos, a todos los consagrados contemplativos de todo el mundo y, de manera especial, a los presentes en el territorio diocesano a través de las dos comunidades femeninas que tenemos: la comunidad de religiosas dominicas del Monasterio de la Santísima Trinidad, que recientemente ha comenzado una nueva etapa con el cambio de priora, y la comunidad de las religiosas Hijas de la Sagrada Familia, que hace unos meses llegó a nuestra diócesis y que se ha instalado en el antiguo Convento de la Merced. Ambas comunidades se encuentran en la ciudad de Baza. A todas estas religiosas consagradas y contemplativas agradezco su vocación, oración, fidelidad  y trabajos, muchas veces escondido, y que son un tesoro para la Iglesia universal y local. Por eso también nosotros tenemos que rezar por ellas y por el aumento de nuevas vocaciones, porque son necesarias para la Iglesia y el mundo. Entre todos tenemos que cuidarlas y ayudarlas en sus necesidades materiales, como una forma en la que nos ejercitamos en la caridad fraterna.

Antes de terminar, quisiera tener un recuerdo especial por los consagrados contemplativos que han fallecido a causa de la pandemia, y por esas comunidades que se han visto reducidas en sus miembros por la misma causa. Ello es una muestra más de que no viven sin padecer nuestros sufrimientos; y los suyos y los nuestros los ofrecen y presentan a Dios todos los días del año.  Ellos, a través de la oración, viven en amor a Dios, el Amigo del alma, y  en amor a nosotros, sus hermanos y amigos, como decía mi hermano en el episcopado y gran santo de la Iglesia: “Bienaventurado el que te ama a ti, Señor; y al amigo en ti, y al enemigo por ti, porque solo no podrá perder al amigo quien tiene a todos por amigos en aquel que no puede perderse” (Confesiones de San Agustín IV, 9, 14).

Mi felicitación a todos los consagrados de vida contemplativa en esta Jornada Pro Orantibus. Que Dios, nuestro Señor y Amigo del alma, nos mantenga unidos a todos en la oración y en el dolor de nuestros hermanos: cerca de Dios y del dolor del mundo.

Recibid mi afecto y mi bendición.

+ Francisco Jesús Orozco Mengíbar,

Obispo de Guadix

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