«La identificación con Cristo es la esencia de la vida consagrada»

Homilía de Mons. Ginés Ramón García Beltrán, Obispo de Guadix-Baza, con motivo de la Jornada Mundial de la Vida Consagrada, pronunciada en la S.A.I. Catedral el 30 de enero de 2011.

Queridos hermanos y hermanas en el Señor.

Ilmo. Sr. Vicario para la Vida Consagrada y hermanos sacerdotes.

Miembros de los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica. 

Como cada domingo, el primer día de la semana, reunidos en la escucha de la Palabra y participando del banquete de la Eucaristía, hacemos memoria de la Pascua del Señor. Con toda razón se llama a este día el Día del Señor, la fiesta primordial del cristiano (cfr SC 106). Nos dice el Concilio que de la Eucaristía “mana hacia nosotros la gracia como de su fuente y se obtiene con la máxima eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios a la cual las demás obras de la Iglesia tienden como a su fin” (SC 10). 

Quiero recordar esta realidad precisamente en la celebración de la Jornada Mundial de la Vida Consagrada que cada año se celebra en la fiesta de la Presentación del Señor, y que nosotros adelantamos a este domingo en nuestra diócesis. 

La vida consagrada es un acto de culto a Dios, es la entrega de la propia vida para la gloria de Dios; en el seguimiento radical de Jesucristo la vida de los consagrados toma forma, mediante la profesión de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia. Configurarse con Cristo es la meta de todo cristiano, pero de una manera especial de los que quieren seguirlo dejándolo todo por amor al Esposo, para ser signos preclaros de un mundo nuevo en este siglo. Con razón podemos hablar de la profecía de la vida consagrada. Su forma de vida es profética; con sus ser y su vivir nos muestran el mundo según el diseño de salvación de Dios. 

Por eso la Vida consagrada forma parte de la respuesta del hombre al don de Cristo y de su Evangelio. Desde los albores mismos del cristianismo ha habido hombres y mujeres que quieren encarnar en su vida el modelo del evangelio. Estos modos de vida han ido evolucionando según el correr de tiempo y la circunstancias históricas con el sólo objeto de hacer presente a Cristo en medio del hombre y de la sociedad. 

Así  el gran y rico árbol de la vida consagrada se ha ido enriqueciendo mostrando la belleza de la vida cristiana que está en la gracia de Dios, manifestada en la santidad de sus hijos. No olvidemos que la vida consagrada existe en la Iglesia en orden a su santidad y no a su estructura jerárquica. 

Hoy, la vida consagrada sigue siendo una provocación para el mundo. En un mundo invadido por el afán de tener, donde vales lo que puedes o tienes, los consagrados nos muestran la belleza de lo que son, mediante una vida pobre que se traduce en austeridad personal y en cercanía a los más pobres. En el mundo del disfrute y del placer a cualquier precio, porque esto es lo que nos consigue la realización personal, con la consecuencia de que todo es pasajero y efímero, los consagrados nos muestran que vivir con un corazón indiviso nos lleva a la plenitud de nuestra misma humanidad, muestran que el primado de la vida del hombre no está en lo que se goza sino en lo que se ama; la virginidad es posible y es un signo de un mundo que pasa. Esta sociedad que levanta la bandera de la libertad no ha entendido que la única libertad es la libertad del amor, como cantaba el poeta del 27, y que los consagrados llevan milenios viviendo en es obediencia que hace libres. 

Permitidme, queridos hermanos, que exprese mi acción de gracias por el don de la vida consagrada y por cada uno de los consagrados. Gracias a Dios que pone en el corazón del hombre los buenos deseos e inspira el don del seguimiento encontrando corazones generosos para, dejándolo todo, seguir a Jesús. Gracias a vosotros por lo que sois y por lo que hacéis en la Iglesia y en el mundo. 

Esta iglesia diocesana de Guadix eleva una más su voz al Señor para alabarlo por sus consagrados. Os estamos muy agradecidos; vuestra presencia en la educación mediante los colegios, la acogida de niños dándoles el hogar del que carecen y la atención al mundo de la cultura en general; vuestra dedicación a los ancianos en tantas residencias en las que estáis; la acogida a los transeúntes y el trabajo con los marginados, emigrante y minorías étnicas; vuestra presencia testimonial en las parroquias; la atención a los que vienen buscando el silencio y la fraternidad en nuestro Centro de Espiritualidad; y a vosotras que vivís la secularidad consagrada en medio del mundo –los institutos seculares-. Pienso también con especial afecto en los que nos recuerdan que la vida del hombre no termina con la muerte, y no solo cuidan nuestro cementerio sino que dan sabor cristiano al hecho más natural pero también más doloroso que es el enterramiento de nuestros seres queridos. Y cómo no a nuestras contemplativas que con su vida y oración sostienen nuestros trabajos apostólicos. ¿Habéis pensado lo que sería nuestra diócesis sin la presencia de estos hermanos?. Sería, sin duda, más pobre, menos bella. 

Pidamos al Dueño de la mies que siga mandado trabajadores a su mies; que en nuestras familias y parroquias surjan las vocaciones que necesita la Iglesia. Quiero traer unas hermosas palabras del Santo Padre dichas a los profesores de religión, y que podemos extender a los jóvenes en general: “Estimulad a los alumnos a hacer preguntas no solo sobre esto o aquello, aunque esto sea ciertamente bueno, sino principalmente sobre de dónde viene y a donde va nuestra vida. Ayudadles a darse cuenta de que las respuestas que no llegan de Dios son demasiado cortas”. ¿No será este el primer paso que hemos de dar en nuestra pastoral vocacional?. 

Quiero detenerme y reflexionar, a la luz de la Palabra de Dios que acabamos de escuchar, en el reto que ha supuesto y supone la evangelización, ya desde los mismos comienzos de la Iglesia; reto que hoy tiene tonalidades nuevas y que nos invita a responder con la  misma generosidad de siempre. 

Hemos escuchado en la primera lectura al profeta Sofonías que nos decía: “Buscad al Señor los humildes..”. Estas palabras nos recuerdan la realidad del hombre que busca sin saber lo que busca, un hombre que quiere llenar el corazón pero no encuentra aquello que lo llene. Somos buscadores de Dios; vosotros, queridos consagrados sois y tenéis que ser testimonio de la búsqueda de Dios. Mirad que no es una invitación sólo, ni primeramente, a ayudar a los demás en la búsqueda, sino a entrar vosotros mismos en esa búsqueda. Vuestro testimonio hoy ha  de ser el de hombres y mujeres que buscan y lo hacen con humildad como nos dice el texto sagrado. Sabemos que Dios es la respuesta a la búsqueda del hombre y a sus grandes interrogantes, aunque ni él mismo lo sepa; hemos de sumergirnos en el misterio, desd
e la fe, para mostrarles a nuestros hermanos que no tenemos la receta a sus males, pero sí el camino de vivir en Dios que es el único que sacia la sed de la humanidad. Ser buscadores es vivir en el misterio, vivir de paso y abiertos a la novedad de Dios. Ser buscadores es dejarse sorprender por un Dios siempre desconcertante; vivir abiertos a la esperanza y creer que para Dios nada hay imposible; es mostrar al hombre de hoy que siempre hay una puerta abierta y que más allá de la puerta está Dios que es amor. 

En definitiva la aspiración de cualquier ser humano es la felicidad; el hombre es un ser que quiere ser feliz. San Agustín señala que los que no tienen lo que desean no son felices, pero no siempre los que poseen lo que desean son felices. La cuestión por tanto no es la felicidad sin más, sino lo que debo desear para ser auténticamente feliz; y un dato más que nos aporta el santo doctor de la Iglesia, sólo puede darnos la felicidad verdadera algo que una vez poseído, no podamos perder. 

Las Bienaventuranzas nos hablan de plenitud de vida; invitan a los que han decidido seguir a Jesús a gritar al mundo dónde está la felicidad y cómo se llega a ella. Hoy, de nuevo, estas viajes piedras de nuestra Catedral, testigos de nuestras historia, vuelven a escuchar el mensaje siempre vivo y siempre joven de las bienaventuranzas. Nosotros hemos de escucharlas como esta novedad que viene a indicarnos la necesidad de seguir anunciando a este mundo la grandeza y la belleza de la verdad contenida en la que algunos han llamado el resumen del mensaje evangélico. 

Las bienaventuranzas son la imagen de Cristo mismo. Vivir la propuesta de este camino de felicidad es seguir a Cristo, identificarse con su persona, llegar a la comunión de vida con Él. En definitiva lo que anuncian los consagrados con su vida. La vida según Cristo no es una utopía, es una realidad que en Cristo podemos vivir como han vivido tantos hermanas y hermanos nuestros a lo largo de la historia. Mirar el mundo desde las Bienaventuranzas es ver a Dios en este mundo y comprender cual es su santa voluntad sobre él, y sobre cada uno de nosotros. 

Pero las bienaventuranzas, como la vida consagrada, no miran sólo a este mundo que pasa; son la búsqueda de los bienes escatológicos. Anuncian en esta tierra lo que hemos de gozar en el cielo. Son una llamada a mirar más allá de nosotros mismo, mirar a Dios y  a su promesa de felicidad eterna. La vida consagrada no puede olvidar esta dimensión que da razón a su ser; en vuestra vida hemos de ver lo que queremos vivir junto a Dios para siempre. Anunciar con vuestro testimonio que este mundo pasa y entonces viene el mundo nuevo, el cielo nuevo y la tierra nueva de la que nos habla la Escritura. 

Queridos consagrados y consagradas, estáis llamados a devolver a Dios al hombre; a abrir caminos de acceso a Dios, como nos recuerda el Papa constantemente. La misión de los cristianos es mostrar al Dios que se ha manifestado en Cristo. Y mostrarlo con el único lenguaje que es comprensible para todos: el amor. La fe, la Iglesia, nuestra propia vida solo es creíble en y por el amor. Un amor de cercanía, que se encarna en el otro como nuestro Señor, que se hizo pobre para compartir nuestra pobreza.  

Quiero terminar con unas hermosas palabras del Concilio Vaticano II, recordando que la identificación con Cristo es la esencia de la vida consagrada y la expresión evangélica de cada una de sus formas: “cuiden con atenta solicitud, que la Iglesia; por medio de ellos, muestre cada día mejor a Cristo a creyentes y no creyentes: Cristo, ya entregado a la contemplación en el monte, ya anunciando el Reino de Dios a las multitudes o curando a los enfermos y lisiados; convirtiendo a los pecadores al buen camino, o bendiciendo a los niños y haciendo bien a todos, siempre obediente a la voluntad del Padre que lo envió” (LG 46) 

Con las palabras del Siervo de Dios y próximo beato, Juan Pablo II, le decimos a la Virgen santísima: “María, figura de la Iglesia, Esposa sin arruga  y sin mancha, que conserva virginalmente la fe íntegra, la esperanza firme y el amor sincero, sostenga a la personas consagradas en el deseo de llegar a la eterna y única Bienaventuranza” (Cf. VC 112). 

+ Ginés García Beltrán

Obispo de Guadix  

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