Homilía en la Vigilia Pascual

Homilía del obispo de Guadix, Mons. Ginés García

Queridos hermanos y hermanas en el Señor:

El día ha vencido a la noche, y el poder de las tinieblas ha sido aniquilado por la fuerza de la resurrección del Señor. Sí, verdaderamente, Cristo ha resucitado y viene con nosotros. El amor con que nos amó ha roto las cadenas del mal y de la muerte. En su victoria hemos vencido todos. Por el bautismo se nos han abierto las puertas del Reino eterno de Dios.

Sí, esta es la noche, “en que, por toda la tierra, los que confiesan su fe en Cristo son arrancados de los vicios del mundo y de la oscuridad del pecado, son restituidos a la gracia y son agregados a los santos”, hemos cantado en el Pregón pascual.

¡Qué noche tan dichosa! La noche iluminada por el lucero que no que no conoce ocaso, Cristo Resucitado. La noche en que Guiomar recibe las aguas del bautismo que lo incorpora a Jesucristo, y le otorga una nueva vida. La noche en que vosotros, queridos hermano, renováis las promesas de vuestro bautismo después de un largo camino catecumenal. La noche en que la Iglesia se ha engalanado para abrazar a su Esposo que vuelve glorioso. La noche en que se abren nuestras puertas para acoger a los que habían perdido la esperanza, a los que está abatidos por el pecado, o por cualquier tipo de pobreza. Sí, qué noche en que podemos vivir la alegría de la Resurrección.

1. En una preciosa homilía del siglo II, se presenta a Cristo, el nuevo Adán, que sale a buscar al primer Adán, quiere encontrarlo como el pastor quiere encontrar a la oveja que estaba perdida. Es el Adán eterno que sale a visitar a los que viven en las tinieblas y en las sombras de la muerte, porque quiere iluminar las oscuridades que los confunden y los precipitan al abismo de la muerte. “Yo soy tu Dios”, le dice. “Levántate, salgamos de aquí. El enemigo te sacó del paraíso; yo te coloco no ya en el paraíso, sino en el trono celeste. Te prohibí que comieras del árbol de la vida, que no era sino imagen del verdadero árbol; yo soy el verdadero árbol, yo, que soy la vida y que estoy unido a ti (..) El trono de los querubines está preparado, los portadores atentos y preparados, el tálamo construido, los alimentos prestos, se han embellecido los eternos tabernáculos y moradas, han sido abiertos los tesoros de todos los bienes, y el reino de los cielos está preparado desde toda la eternidad”.

Sí, esta noche, Cristo sale al encuentro de cada hombre que vive en las tinieblas del pecado para mostrarle el gozo de la salvación. Sale a nuestro encuentro, a tu encuentro, para decirte: Yo soy tu Dios; estaba muerto, pero ya ves, ahora vivo, y vivo para ti, para llevarte al reino que he preparado para ti, al reino donde ya no hay luto, ni llanto, ni dolor, sino paz y alegría eternas.

2. La Iglesia que ha permanecido orante y vigilante ante la tumba del Maestro, ha hecho memoria de su Señor. Sus palabras, sus gestos, su estilo, su vida son un precioso testamento que quiere conservar para no olvidar, para seguir viva. Pero al meditar sobre la vida del Señor ha descubierto que todas las Escrituras hablaban ya de él. Toda la Escritura, como la historia entera, miraba a Cristo. En Cristo se ha cumplido lo que Dios dijo a nuestros padres. Por eso, la Iglesia nos ha invitado esta noche a recorrer contemplativamente la historia para que descubramos, una vez más, que la historia en Cristo es historia de salvación; que tu historia, mirada desde el amor de Dios, es también historia de salvación.

Todo lo que existe, la creación, es fruto de un plan. Dios tiene un proyecto de salvación, por eso lo creó todo. Y lo creó bien, vio Dios que todo lo que había creado era bueno. Es decir, al principio estaba el bien. Sin embargo, el plan amoroso del creador se vio tocado por el mal, y Dios que nunca se deja vencer quiso enseñarnos desde siempre que el bien es más fuerte que el mal. Así cuando estábamos hundidos por el peso del primer pecado, nos anunció la salvación. “esta –Eva- te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón” (Gn 3,13).

Dios no abandono al hombre a su suerte. Si el hombre quiso construir su propia historia, Dios acompañó esa historia. Cuando el pueblo era esclavo, el Dios de los padres lo liberó de Egipto. Israel no puede salir por sí mismo, es el Señor quien lo saca y los conduce a la tierra prometida, la tierra de la libertad. Pero, ¿dónde está la liberta? Está en poder adorar al Dios verdadero. La libertad no está en un lugar, está dentro de nosotros. El bien nos hace libres como el mal nos esclaviza. Dios va con el pueblo, como va con nosotros, para mostrarnos el camino de la verdadera libertad, la de los hijos de Dios. Desde la libertad, como Israel, podemos ver y gozar la gloria de Dios, las maravillas que hace con nosotros.

El pueblo liberado de la esclavitud tiene que acudir a su Dios para tener vida. Los profetas nos enseñan que Dios quiere devolvernos a la vida, que con nosotros quiere realizar una nueva creación. De nuestros huesos secos, Él quiere hacer al hombre nuevo. Esto es lo que ha hecho nuestro Señor en su resurrección. Derramando su Espíritu nos ha hecho hombres nuevos.

3. El Evangelio, que es buena noticia, nos lleva, finalmente, al cumplimiento de las promesas de Dios.

Acabamos de escuchar el anuncio del ángel a las mujeres: “no está aquí: ¡ha resucitado!”. Esta es la noticia y el cumplimiento de nuestra esperanza. El Señor no está entre los muerte, viene con nosotros, camina con nosotros hasta las galileas de la existencia. ¿A qué habríamos de temer si Cristo ha resucitado y viene con nosotros? ¿Puede algo separarnos del amor de Dios que se ha manifestado en Cristo muerto y resucitados? Ser testigos de la resurrección del Señor, como aquellas mujeres, es nuestra misión, la misión de la Iglesia.

4. Ahora una niña de nuestra comunidad va a recibir la gracia del bautismo, y lo hace en el marco de esta celebración pascual. Los signos se manifiestan esta noche con más claridad. El bautismo no es una ceremonia sin más, es un nuevo nacimiento. Como nos ha dicho San Pablo en la carta a los Romanos, el bautismo es una muerte, es morir con Jesús para renacer con Él a una nueva vida, la vida para siempre. Esto es el gran don que Dios nos hace, que hace, queridos padres, a vuestra hija. ¿Qué más podíais pedir para ella sino el don de una vida feliz que no acaba nunca?. No permitáis que vuestra hija crezca sin conocer el don que recibe hoy; educarla cristianamente para que pueda responder con generosidad a la gracia de Dios, para que pueda vivir una vida santa y sea ejemplo para los demás.

5. Renovemos ahora, queridos hermanos todos, nuestro compromiso de ser testigos del Señor resucitado. Seamos testigos valientes y audaces del tesoro que hay en nuestro corazón. Para hacerlo, dentro de unos instantes vamos a renovar, también nosotros, las promesas de nuestro bautismo. Volvemos a la gracia primera, al amor primero, y le decimos al Señor: “Señor, quiero contigo seguir caminando. No permitas que deje caer en saco roto la gracia que me concedes, que nunca olvide tu amor para m&iacut
e;; enséñame, Jesús, a ser testigo humilde de tu amor a los hombres”.

Queridos hermanos de la comunidad neocatecumenal de Baza, esta iglesia madre de la Diócesis os acoge y os abraza. Durante estos años ha intentado acompañar vuestro camino de renovación bautismal; seguro que no siempre lo hemos hecho bien, pero hemos estado ahí. En primer lugar, los obispos, mi recordado antecesor, D. Juan, y yo mismo, os hemos querido acompañar con amor de padre y hermano; también los sacerdotes que os han servido. El camino tiene dificultades, lo tuvo el de nuestro Señor, y el siervo no es más que su amo. Os invito ahora a mirar adelante, a seguir caminando, porque el camino no se acaba hasta llegar al Cielo. Renovar con vuestra vida a la Iglesia y mostrar a todos los hombres la hermosura de su rostro. Permanecer siempre unidos a la Iglesia y a sus pastores, porque esta será la garantía de vuestra perseverancia. Vivid la alegría del Evangelio y llevarla a los demás; y no os canséis nunca de seguir trabajando por la extensión del Reino, que vuestras pobrezas no sean nunca una excusa ni una condición para dejar de anunciar el amor de Dios y el perdón de los pecados.

Os invito, querido hermanos, a mirar a María, la pequeña María, la madre del Resucitado, y nuestra madre. Ella es la brisa suave de Elías, el susurro del Espíritu de Dios; es la zarza ardiente de Moisés que lleva al Señor y no se consume; la nube del desierto que protege la marcha de Israel; y la tienda de la reunión, el arca que lleva la alianza, el Santuario de la Gloria de Dios. Ella es la Hija de Jerusalén y la Madre de todos los pueblos. Es la Virgen humilde de Nazaret que ha sido ensalzada como Madre del Resucitado y Madre del nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia.

+ Ginés García

Obispo de Guadix

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