Homilía de Mons. Ginés García, Obispo de Guadix, en el funeral, en Lanteira, por Francisco López y las demás víctimas de los atentados en Cataluña.
HOMILÍA EN LA MISA DE FUNERAL POR FRANCISCO LÓPEZ, HIJO DE LANTEIRA, Y DEMÁS VÍCTIMAS DE LOS ATENTADOS DE BARCELONA
Lanteira, 26 de agosto de 2017
Sr. Cura Párroco, querido D. Joaquín.
Queridos hermanos y hermanas en el Señor.
Saludo con afecto a las autoridades que han querido compartir con nosotros este momento de oración en la Eucaristía.
Sr. Alcalde y miembros de la Corporación municipal;
Sr. Subdelegado del Gobierno, Presidente de la Diputación Provincial, diputados, alcaldes y demás autoridades.
A pesar del paso de los días, todavía nos embarga la conmoción –emoción- que vivimos el pasado día 17 cuando conocimos el brutal atentado cometido en el centro de la ciudad de Barcelona. Hemos de reconocer que el dolor, la barbarie terrorista siempre nos sorprende, nunca estamos preparados para un hecho de este tipo. El primer sentimiento es de incredulidad, de zozobra, de desconcierto, quisiéramos negar lo que ha sucedido; pero conforme vamos siendo conocedores y conscientes de la magnitud de lo ocurrido llega el rechazo, y hasta la rabia ante lo que es humanamente incomprensible. Todo se revuelve en nuestro interior: la violencia, el terrorismo es una aberrante irracionalidad de aquellos que porque no conocen el don del encuentro ni el diálogo, de aquellos que se niegan a mirar al otro del otro que han declarado su adversario, recurren a la destrucción, a la muerte indiscriminada.
El terrorismo siempre atentar por la espalda o a una multitud a la que es difícil poner rostro; la violencia siempre intenta borrar el rostro de las víctimas aunque fuera un objetivo buscado. Por eso, el dolor, nuestro dolor, se hace aun mayor cuando ponemos rostro a las víctimas de un ataque terrorista como el de Barcelona. Cuando conocemos sus historias y sabemos de la arbitrariedad de su muerte elegida al azar nos damos cuenta de la perversidad de estos hechos y de la maldad que encierran.
Entre estos rostros y estas historias está la de Francisco López, lanterano emigrado a Cataluña, como tantos otros, hace muchos años, buscando un medio de vida, y acogidos por aquella tierra donde construyeron sus vidas y hogares, pero sin dejar de tener el corazón en la hermosa y noble tierra que los vio nacer. Su delito fue sencillamente pasear con su esposa y con sus sobrinos por la calles de un estado libre, pasar un día de convivencia festiva con los suyos, y defender la integridad del pequeño Xavier, al que desgraciadamente tampoco pudo salvar la vida. Francisco y Xavier, junto con las demás víctimas del atentado de la Rambla barcelonesa, hoy están muy presentes en nuestro corazón y en nuestra oración.
En esta Eucaristía elevamos nuestra oración a Dios por ellos, por su eterno descanso, por las personas heridas que se van recuperando y por sus familiares a los que se les ha roto el corazón.
Antes estos acontecimientos es fácil dejarse llevar por la indignación, incluso por el rencor; nosotros, los creyentes, no podemos caer en este engaño que nos llevaría a la civilización del odio contraria a la mente y a la voluntad de Dios. Nosotros, creyentes, nos volvemos a Dios, a su Palabra, buscando consuelo y esperanza. Y hemos escuchado estas palabras: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré”. El Señor se nos ofrece como refugio y fortaleza en el momento de la prueba; Él es alivio y consuelo para el agobio de la sinrazón, para el cansancio de lo que no tiene respuesta. ¿Por qué el mal? ¿por qué la violencia?, sin duda consecuencia de una mala utilización de la libertad, del pecado que anida en el corazón del hombre, al final, no tiene respuesta. Sólo nos queda buscar la fortaleza y el consuelo que nos viene de la fe.
Jesús se presenta en el Evangelio como manso y humilde de corazón. Su mansedumbre no es despreocupación ni dimisión ante la realidad, todo lo contrario. Su mansedumbre es un camino, un estilo de compromiso por cambiar un modo de ver la vida fundamentado en la prepotencia, la imposición, la agresión al que no piensa, siente o cree como yo. Jesús es manso y humilde y nos ofrece este camino para no responder nunca al mal con mal, sino con bien, con perdón, con amor.
Sí, aquí está el secreto: el amor. Quien ama no agrede, no hace violencia, no mata. Nadie puede decir que ama a Dios si en su nombre utiliza la violencia contra el otro. La mayor perversión de la imagen de Dios es su utilización para el mal y la muerte. Es perverso tomar el nombre de Dios para herir y no para curar. La persona que ha decidido tomar el camino de la violencia se aparta de Dios. Como nos ha dicho san Pablo, nada nos separará del amor de Dios; ni la violencia, ni la muerte podrán separarnos del amor de Dios que ya ha vencido y llegado a su plenitud en la muerte y resurrección del Señor. Cristo ha vencido y en Él hemos vencido todos. Estos acontecimientos que nos entristecen e intentan robarnos la esperanza no tienen aguijón eterno porque la vida ha vencido, porque el amor es más fuerte que la muerte.
Hoy, queridos hermanos, todos los hombres y mujeres de buena voluntad rechazamos los que ha ocurrido en Cataluña, y lo que sigue ocurriendo en muchos lugares de mundo. Estamos contra la violencia y el terrorismo. Somos conscientes que es un problema difícil de resolver, un problema planetario que nos une especialmente. A pesar de la dificultad no podemos quedarnos cruzados de brazos. Todos, cada uno según sus posibilidades, podemos trabajar en favor de la paz y la convivencia de todos los hombres sin distinción ninguna. La fuerza de la violencia y el terror nos tienen que hacer más comprometido en la causa del bien, de la libertad y de la paz.
En este sentido dos propongo una doble reflexión, particular sin duda, pero creo que útil.
Quiero recordar y repetir las palabras del Cardenal Arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, en la misa por la reconciliación y la paz, en el templo de la Sagrada Familia: “La unión nos hace fuertes, la división nos corroe y nos destruye”. Así es. Es momento de estar unidos y de manifestar esta unidad que no niega la legítima pluralidad, sino, todo lo contrario, la enriquece. Ante la barbarie de la violencia terrorista hemos de permanecer unidad. Todo lo que afecta a la persona está por encima de otros intereses. Hemos de trabajar unidos por una sociedad justa e igualitaria, que vive en paz; una sociedad en la que el otro no sea mi adversario ni mi enemigo, sino el que camina conmigo, mi hermano. Hemos de apostar, y es esta misión de los cristianos, por una sociedad fraterna, por la civilización del amor.
Por otra parte, los acontecimientos vividos estos días dejan en mi interior una cuestión que ahora os lanzo a todos vosotros: ¿Qué estamos sembrando en el corazón de los jóvenes?, ¿cómo educamos?, ¿estamos dejando en su corazón el rechazo al contrario, la división, la indiferencia ante el sufrimiento de los demás, y hasta el espíritu competitivo que no les hace crecer sino que genera odio y enfrentamiento?. Lo que sembremos en el corazón de los jóvenes será lo que germine en la s
ociedad mañana. Si sembramos violencia, división, mañana tendremos una sociedad dividida. Si no transmitimos una imagen del hombre abierto a la trascendencia, con horizontes amplios, tendremos una sociedad cerrada, y, desgraciadamente, seguiremos llorando por acontecimientos como los de estos días pasados.
Queridos hermanos, os invito a la esperanza, que nuestra esperanza sea confiada, activa y alegre para desafiar a aquello o a aquellos que quieren robarla. No nos dejemos llevar por la desilusión sino trabajemos por un mundo mejor. Para nosotros los cristianos es un don de la fe en el Dios de Jesucristo, y por eso también una exigencia.
La vida de Francisco, de Xavier, y de todas las víctimas de la violencia no pueden quedar infecundas, han de ser fermento de un mundo según el plan de Dios.
Volvamos nuestra mirada al Santísimo Cristo de las Penas que nos preside y da sentido a nuestro dolor. Pidamos también la protección de la Virgen Santísima y del beato Manuel Medina Olmos.
+ Ginés, Obispo de Guadix