Guadix, 25 de Diciembre de 2011.
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
Cuando todavía resuena en nuestro interior el canto de alabanza de los ángeles con el anuncio de la Buena Noticia de la Navidad, nos reunimos en torno al altar del Señor para celebrar el gozo de la salvación que se nos ha dado en la encarnación y el nacimiento del Hijo de Dios, nuestro Señor Jesucristo.
La Navidad nos recuerda un año más que la Palabra que “en el principio ya existía (..) que estaba junto a Dios (..) que era Dios”, ha sido pronunciada en nuestra humanidad para que la acojan aquellos que con un corazón sincero se abren a la gracia de una presencia que manifiesta en la humanidad que somos de Dios, y lo que es más grande, que le importamos a ese Dios porque nos ama. Es la Palabra que se ha hecho carne en la historia de los hombres, en un Niño nacido en pobre pesebre de las afueras de Belén, la ciudad de David. Es la grandeza, la belleza y la bondad de Dios que solo la pobreza es capaz de contener y manifestar.
La Palabra de Dios creó todo lo que existe y es esa misma Palabra la que lo sostiene en su amor. En ella se nos revela la esencia misma de Dios al tiempo que se esclarece el misterio de la condición humana. La Palabra de Dios es luz que alumbra, fuego que calienta, aliento que da vida. En la Palabra se nos muestra la gloria de Dios que es vida y salvación para todos los hombres.
Navidad es la respuesta de Dios a la búsqueda del hombre, pues ¿cómo puede encontrar el hombre a Dios si Dios no se manifiesta?. El hombre no puede acceder a la cumbre de la divinidad, pero Dios si puede bajar a la humildad de la humanidad. Dios se ha mostrado en nuestra carne, ha pronunciado su Palabra en nuestro idioma, se ha dejado ver a través de nuestros sentidos. Dios es uno de nosotros.
En este intercambio nosotros hemos sido agraciados pues a partir de este momento podemos ir a Dios por Jesucristo, en nuestra humanidad. Belén es el signo de una humanidad nueva, la que Dios creó al principio y ha restaurado en su plenitud en el Hijo. Belén es una lección de humanidad pues nos enseña a no quedarnos en lo superfluo, a no dejarnos llevar por la vistosidad ni la grandeza humana de las cosas, sino a entrar en lo esencial, a gustar la hermosura de Dios mismo. Como diremos hoy en el prefacio: “para que conociendo a Dios visiblemente, él nos lleve al amor de lo invisible”. Sí, el conocimiento de Dios hecho niño nos lleva a la contemplación del amor. Porque la Navidad no se entiende más que por amor y en el amor. El misterio de la Navidad es la manifestación del amor de Dios.
La Navidad es necesaria y es también posible, pero no la hacemos nosotros. La Navidad no es una creación humana, la Navidad es de Dios, Él y sólo Él la ha hecho posible para nosotros, por eso, a pesar de las dificultades y de los problemas podemos celebrar la Navidad. No es Navidad porque encendamos luces o nos hagamos regalos, no es Navidad porque comamos o bebamos, es Navidad porque Dios ha nacido, por eso, siempre puede ser Navidad, en el gozo y en la dicha, en la tristeza y en el sufrimiento. El amor no es exclusivo para los tiempos de bonanza, lo es también para los tiempos de crisis, pues es él y solo él el que da sentido a uno y otro. Navidad es el amor de Dios que da sentido a todo y a todos.
Este misterio es tan grande y tan hermoso que no puede ser solo para nosotros. El misterio de la navidad es para anunciarlo a los demás. Hoy hacemos nuestras las palabras de la profecía de Isaías: “¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Noticia, que pregona la victoria!”. Isaías pronuncia esta profecía sobre una Jerusalén desolada, un pueblo que ha visto la destrucción y vive en la desesperanza; su anuncio es de esperanza y alegría porque el Señor se ha fijado en ella y vendrá a salvarla. Jerusalén estará en la boca de todos los pueblos que verán la salvación que Dios ha realizado en ella.
La Navidad es una buena noticia, una llamada a la esperanza y a la alegría en medio de la situación en la que vive nuestra sociedad, cuando muchos hombres y mujeres viven en situación de verdadera pobreza por la falta de trabajo y la consecuente imposibilidad de dar a los suyos lo que necesitan para sobrevivir. La Navidad es el anuncio de que esto puede cambiar, que esto va a cambiar porque Dios nunca abandona a su pueblo.
A muchos les resultará extraño, incluso absurdo, que en medio de esta lamentable situación se anuncie la salvación, cuando lo que, al parecer, el hombre necesita es trabajo, alimentos, bienestar. Hoy se prefiere hablar de economía, de avances sociales, de valores. Lo demás es accesorio, no es eficaz. Sin embargo, la Navidad no recuerda cual es el camino de la realización humana, el camino que lleva a hombre a vivir como amigo y hermano y no como competidor y hasta enemigo; nos muestra donde están los valores realmente humanos y cuál es el camino de las conquistas en humanidad. En definitiva, el Niño de Belén, con humildad, nos indica el camino de la salvación que alcanza a todos los ámbitos de la vida del hombre. En la fe cristiana, lo religioso no es un ámbito más de la vida del hombre sino lo que da sentido y fundamento a todo.
El Niño de Belén es un canto a la vida. En su rostro está toda la humanidad, estamos cada uno de nosotros; en Él entendemos cuál es el plan de Dios sobre la humanidad. Sí, hermanos, Dios ha querido hacerse hombre, ha querido compartir nuestra condición humana, ha querido formar parte de nuestra historia, por eso, estamos alegres, hacemos fiesta. Es este el Misterio de la Navidad.
Os invito a todos a volver a Belén. Vayamos alegres a encontrarnos con el Señor recostado en un pesebre ante la mirada asombrada de María, la Virgen y el bueno de José. Postrémonos ante el misterio del amor de Dios que se ha hecho pequeño para que lo podamos ver, tocar y gustar. Dejemos al corazón que contemple; dejemos a Dios que hable y abramos el oído para escuchar lo que nos dice y, después, como María meditémoslo y conservémoslo en nuestro corazón.
Navidad es una invitación a salir de nosotros mismos para encontrar al Señor que está entre los hombres; es el momento de reconocerlos entre los hermanos, especialmente entre los más pobres y necesitados. En el rostro de cada hombre o mujer hemos de descubrir el rostro mismo de Dios, la voz del que nos llama a hacer de este mundo la civilización del amor.
En esta Navidad tengamos especialmente presentes a aquellos hombres y mujeres que pasan por el dolor y el sufrimiento, a los que no tienen trabajo ni lo necesario para vivir dignamente; a aquellos que están solos o desamparados, a los que perdieron a su familia o viven en la esclavitud de las drogas, a los que no sienten el amor de los demás. Que el Niño Dios sea su consuelo y fortaleza.
Que estos días santos sean, queridos hermanos, una nueva oportunidad para acercarnos al misterio de Dios. Ante el Niño Jesús nos postramos y le pedimos que nos haga gustar su amor y nos conc
eda servirlo en los hermanos. María, que guardaba todas las cosas en su corazón nos enseñe también a nosotros a saber contemplar para ver a Dios en todas las cosas.
+ Ginés, Obispo de Guadix