Homilía en el Domingo de Ramos

«Queridos hermanos, entremos gozosos en esta Semana acompañando al Señor que sube al Calvario para entregar su vida en favor de todos los hombres».

 Homilía en el Domingo de Ramos en la Pasión del Señor

Guadix, 1 de Abril de 2012

Queridos hermanos y hermanas en el Señor:

  En el recuerdo de la entrada de nuestro Señor en la Ciudad santa de Jerusalén, hemos peregrinado, con palmas y olivos en nuestras manos, hasta este templo catedralicio donde vamos a celebrar la Eucaristía. Los cantos y las aclamaciones de los hebreos, que nos recuerda el evangelio que hemos proclamado al comienzo de esta celebración, nos introducen en la semana más grande del año litúrgico cristiano. Con Cristo entramos en la celebración de los misterios de la Pascua del Señor.

  Con Cristo, también nosotros entramos en Jerusalén, aclamándolo en nuestro corazón como el que viene en nombre del Señor. En Jesús entra en Jerusalén el nuevo y definitivo David, el que trae el reino anunciado en los profetas. Es el Señor el que, montado en un borrico, se presenta como el Mesías esperado. Las promesas de Dios se realizan en Jesús de Nazaret, el Hijo eterno del Padre.

  Nuestra actitud es el reconocimiento, la confesión de fe, la adoración y el seguimiento humilde.

  La iglesia, nuestra madre, nos enseña con esta celebración que la entrada en Jerusalén es el anuncio de la Jerusalén del cielo, donde Dios lo será todo en todos, donde encontraremos la felicidad definitiva. Los cantos y las aclamaciones de este día son el anticipo de la sinfonía celestial, donde todos alabaremos a Dios por los siglos de los siglos.

  La Palabra de Dios que acabamos de proclamar nos muestra el mapa de lo misterios que celebramos en estos días santo. Acompañamos a Cristo en los misterios de su pasión, muerte y resurrección. Pero no lo hacemos, o no lo debemos hacer, como meros espectadores; en la Pascua de Cristo no somos meros espectadores. Estamos llamados a contemplar ese doloroso, al tiempo que hermoso, itinerario de Cristo hasta el Calvario sintiéndonos sujetos activos en estos acontecimientos, dejándonos afectar por el paso del Señor, identificándonos interiormente con Él, compartiendo con Cristo su camino de sufrimiento y de gloria. La Pascua nos afecta porque transforma nuestra vida haciéndonos herederos de la gloria del Cielo. En la Pascua del Señor hemos pasado de la muerte a la vida.

  La pasión según san Marcos comienza con una escena, sin dudas, elocuente: la unción de la mujer pecadora en la casa de Simón el leproso. Lo que contrasta con la decisión, llamémosle política, de los sumos sacerdotes y los escribas, de prender y dar muerte a Jesús. Los poderoso, con el engaño de Judas Iscariote, acusan a Jesús para terminar con su vida y, por tanto, con su anuncio. Sin embargo, una mujer pecadora lo unge como se hace con los sacerdotes, los profetas y los reyes. Aquella mujer con su gesto está reconociendo la verdadera identidad de Jesús, al tiempo que es una llamada a todos nosotros, oyentes de la Palabra, para que no olvidemos que el en rostro destrozado de Jesús se esconde toda la gloria de Dios. El hombre traicionado, condenado, traspasado por el sufrimiento, la burla y la soledad es el Hijo de Dios, el que existe desde siempre.

  La pasión de Cristo no responde solo a la trama de la historia humana, no es el fruto de la casualidad o de la decisión de unos hombres a los que les ha tocado vivir estos acontecimientos. En lo más profundo, detrás de los hechos que nos cuenta la historia, la pasión de Cristo forma parte del plan eterno de Dios de salvar a los hombres. En los hechos de la pasión se encuentran el querer de Dios y la absoluta libertad de Cristo, y solo  puede haber unidad entre ambas en la obediencia. El Hijo siendo obediente al Padre realiza la salvación del género humano. Y esto mismo es lo que ocurre en la historia personal de cada hombre, en la tuya y en la mía, Dios que tiene un proyecto sobre ti y tú que puedes aceptarlo o rechazarlo en tu libertad. La Palabra de Dios nos invita a seguir el ejemplo de Cristo que, sufriendo aprendió a obedecer y se ha convertido en causa de salvación eterna.

  La oración en el Huerto de los Olivos muestra la lucha, verdaderamente desgarradora, de un hombre que quiere aceptar la voluntad de Dios. Se nos presenta el Señor en toda su humanidad. Un Jesús que lucha, un Jesús acorralado por la debilidad de la condición humana –»Me muero de tristeza», «aparta de mí este cáliz-, pero sostenido por la firmeza del corazón que busca y acepta la voluntad de Dios- «no lo que yo quiero, sino lo que tú quieres»-. El único modo de mantenerse en la voluntad de Dios es la oración, muchas veces amarga y en soledad, pero siempre llena del consuelo de un Padre que nos escucha, que aun en el silencio está. Los momentos de oscuridad en la búsqueda de la voluntad de Dios siempre terminan en el amanecer de la respuesta de Dios a nuestros nuestras dudas e interrogantes. Dios muestra a aquel que se acoge a su voluntad el camino que nos lleva a la felicidad.

  Aceptar la voluntad de Dios hace que Jesús experimente la soledad por la traición, el abandono y la negación por parte de sus amigos. Jesús experimenta, con dolor, que después de todo el camino recorrido junto a Él, sus discípulos no han comprendido nada, y no pueden comprender porque les ciega el escándalo de la cruz. El rechazo puede ser, con frecuencia, la consecuencia de vivir según Dios. La soledad más amarga es la de no encontrar el consuelo de la  comprensión de los que son más cercanos, de los nuestros.

  El camino de Cristo a la cruz es un camino de soledad e incomprensión. Los ultrajes y la violencia que caen sobre Jesús por parte de los que hacen del poder un culto a la mentira y a la propia satisfacción, se unen para acabar con el rostro humano del que es el más bello de los hombres. Esto forma parte de nuestra historia, no es fácil acabar con el hombre, antes hay que borrar el rostro de su humanidad, hay que limitar quién es hombre y quien no lo es, quién merece vivir y quien no, que es calidad de vida y que no lo es. Siempre encontraran los hombres motivos, incluso legales, para justificar la condena del justo.

  Todo el proceso de la condena del Nazareno es una burla a la justicia, a la razón y a la dignidad del hombre. Ni los sumos sacerdotes, ni Pilatos tenían una causa justa para acabar con Jesús. Posiblemente tampoco fuera este su último objetivo, bastaría con que Jesús se desdijera, es decir, renunciara a la verdad de su mensaje. Doblegar la verdad por la fuerza del poder, bajo alguna forma de amenaza, ha sido la tentación de muchos a lo largo de la historia. Sin embargo, Cristo sigue adelante, no se desdice, no niega quién es ni cuál es su misión, es Mesías y es Rey.

  Jesús, como cordero llevado al matadero, camina al Calvario donde va a consumar su misión en favor de la humanidad. Cargado con la cruz construida con los pecados de la humanidad sube al monte para mostrarnos el amor que Dios tiene al hombre.

  Es en la cruz donde reconocemos al Dios que se ha encarnado en nuestra historia. Y es un extranjero, un pagano, el que lo reconoce viéndolo morir. El centurión dijo: «Realmente este hombre era Hijo de Dios». Sí, el que cuelga de la cruz es el Hijo de Dios. Su humanidad sufriente nos habla del amor de Dios. Cristo nos revela que a Dios le importa el hombre, que cada hombre es una obra Suya a la que tenemos que respetar y defender.

  En la muerte de Cristo se ha rasgado el velo del templo, porque ya no hay nada ni nadie que pueda separar al hombre de Dios. El templo ha sido destruido para ser reconstruido en tres días. El templo, lugar de la presencia de Dios, es Cristo muerto y resucitado.

  Atrás quedan las acusaciones falsas; la condena in
justa; los insultos, las torturas y las vejaciones; los gritos del pueblo pidiendo que lo crucifiquen. Atrás quedan la traición, el abandono y hasta la negación de los más cercanos. Atrás queda el sufrimiento y la muerte. Ahora se abre la puerta de la esperanza. Ahora el amor se revela en su poder sanador y salvador.

  San Pablo, en la carta a los filipenses, nos invita en este día a tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús. Pues siendo Dios no hizo alarde de su categoría sino que se rebajó, haciéndose uno de nosotros, hasta la muerte y una muerte de cruz. Por eso Dios lo ha encumbrado sobre todo y le ha dado el nombre sobre todo nombre. Este es el camino del cristiano, no el del ascenso, el de la conquista del poder a cualquier precio; no es el camino del éxito en lo humano, sino el del abajamiento, el de hacerse todo con todos, el de ser el servidor de todos. Aquí  está la grandeza de un hombre, porque la fuerza se realiza en la debilidad, cuando somos débiles entonces somos fuertes. Hermosa lección para el tiempo en el que vivimos. El cuerpo de Cristo que es la Iglesia sigue hoy sufriendo la incomprensión, y hasta la persecución, en muchos lugares del mundo, pero es precisamente de esta debilidad de donde nace su fortaleza. No nos han de asustar los tiempos difíciles, todo lo contrario, estos han de ser la seguridad de que Cristo viene con nosotros, de que la cruz sigue siendo la esperanza de la vida eterna. Donde hay cruz hay esperanza y vida.

  Al comenzar la Semana Santa, en este domingo de Ramos en la pasión del Señor, doblamos nuestra rodilla ante el Misterio del Dios anonadado y proclamamos que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre.

  Queridos hermanos, entremos gozosos en esta Semana acompañando al Señor que sube al Calvario para entregar su vida en favor de todos los hombres; sigamos sus pasos hasta la cruz para que unidos a Él en la muerte, lo estemos también en la resurrección.

                                                           + Ginés García Beltrán

                                                            Obispo de Guadix

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