Fiesta de la Virgen de la Piedad

Homilía del Obispo de Guadix, Mons. Ginés García, en la fiesta de la Patrona de Baza.

Queridos hermanos sacerdotes.

Hermandad de la Virgen de la Piedad de Baza.

Hermandad de la Virgen de la Piedad de Guadix. Saludo de un modo especial al Cascamorras que cada año nos recuerda la fe de Juan Pedernal y su amor a la Madre de Dios.

Hermandades y Cofradías

Saludo con renovado afecto al Sr. Alcalde de Baza y a los miembros de las Corporación municipal, así como a las dignas autoridades que nos honran con su presencia.

Queridos religiosos y religiosas, comunidad de las Hijas de la Caridad.

Hermanos y hermanas en el Señor.

1. Hoy, otro 8 de septiembre, nos convoca la Santísima Virgen en el día en que celebramos su nacimiento. En esta ciudad de Baza, por siglos, se venera a la Madre del Señor bajo el título de Piedad. Y aquí, en su casa, nos reunimos sus hijos para celebrarla con la adhesión del corazón, con el amor que solo los hijos saben tributar a la que es su madre.

María hace presente a Cristo, como lo hace la eucaristía que celebramos. Cristo, el fruto de las entrañas purísima de María, se hace presente en el altar bajo la apariencia de un trozo de pan y un poco de vino. El fruto de la tierra que Dios nos das como sustento se convierte en misterio de salvación para los que a él se acercan y de él se alimentan.

La conmemoración del nacimiento de la Virgen María nos recuerda que Dios siempre cumple su promesa, eso sí, por caminos insospechados, de modos tantas veces incomprendidos. Pero Dios siempre es fiel.

El texto del evangelio según San Mateo que hemos proclamado, presenta la fiesta del nacimiento de la Virgen María en la perspectiva de la historia de la salvación que no es otra que la misma historia de la humanidad. Descendiente de Abraham, de la estirpe de David, María se enraíza en la historia de los hombres como un fruto precioso por el que nos viene la salvación. La genealogía de Cristo nos hace gustar la grandeza de lo que somos por creación y nos advierte de lo que podemos llegar a ser cuando utilizamos la libertad para el mal que desencadena la historia de pecado, lo que condena al hombre a la muerte.

Hemos sido creados en gracia porque somos el fruto del amor de Dios. Dios, como afirma el relato de la creación de libro del Génesis, vio que todo lo que había hecho era bueno. Nos hizo a su imagen; y como Él mismo, nos hizo libres. Sin embargo, misteriosamente, el hombre sucumbe al «seréis como dioses». El enemigo nos engaña para hacernos creer que no dependemos de nadie, que somos señores de nosotros mismos, que Dios es solo causa de esclavitud, por lo que liberados de ese Dios que esclaviza seremos verdaderamente libres.

María, al aceptar la voluntad de Dios, contradice el camino de la falsa autonomía humana propuesto por la serpiente en el Paraíso y muestra cuál es el camino de la auténtica libertad. Vivir en la verdad de lo que somos es el único camino hacia la verdadera libertad. La verdad os hará libres, nos dice el mismo Señor en el Evangelio.

2. Esta visión del hombre y de la historia que descubrimos en la revelación cristiana nos invita a dirigir la mirada al hombre y al mundo, pero sin abstracciones, por eso, mejor diríamos a este hombre y a este mundo. Vivimos una situación que denominamos de crisis, crisis económica y social que no es más que la expresión de una crisis más profunda, una crisis moral arraigada y consecuencia del pensamiento moderno y de difícil previsión de futuro. Son muchos los hombres y mujeres, hermanos nuestros, que viven situaciones de pobreza y marginación insospechadas hace apenas unos años. Las filas de los que piden lo necesario para vivir se hacen cada día más alargadas. El trabajo se ha convertido en un lujo que no todos pueden tener. Pero lo que es más grave, hay mucha gente que ve deshacerse la esperanza. La crisis económica ha derivado en una crisis profunda de esperanza. Muchos de nuestros contemporáneos comienzan a no esperar nada porque no ven horizontes más allá del momento actual.

Muchos, ante la falta de soluciones materiales, optan por el debate ideológico, por la disputa sobre los posibles caminos de salida de la crisis. El enfrentamiento no será nunca un camino de solución, las discrepancias no pueden ser arma arrojadiza para el otro. No es el momento de buscar culpables. Es el momento de poner el hombro para construir juntos. Es momento de cambiar la mentalidad. Es el momento de educar en una nueva visión de lo que somos y de lo que tenemos. Es el momento de construir un nuevo modelo de sociedad. Es hora de que hable la sociedad, que la sociedad se imponga al estado, recordándole así que existe para servir al hombre y al bien común.

Se equivocan los que piensan que hemos de trabajar para volver a tener lo que tuvimos. El modelo de la sociedad basada en el tener, en la búsqueda de la riqueza a costa de quien sea, se ha demostrado insostenible. La imagen de un hombre inmanente, materialista y hedonista, el hombre que busca solo su bienestar es parte de un sistema caduco llamado a desaparecer. Necesitamos una verdadera conversión, cambiar nosotros y nuestra mentalidad antes de cambiar los criterios por los que se rige el mundo.

La situación actual no es grave por el estado de los mercados, ni por el valor del dinero, sino por el hombre que está sufriendo un evidente deterioro de su dignidad. El único objetivo para la salida de esta crisis ha de ser el hombre y su dignidad; y este ha de ser también el límite a la hora de adoptar medidas por parte de los responsables de la vida pública.

El momento presente es una clara llamada a dejar a un lado los intereses particulares, y a trabajar juntos por el bien común que es el bien de cada persona. El estado, y la sociedad en general, han de unir esfuerzos. Las instituciones presentes en los distintos ámbitos de la vida social hemos de sentirnos corresponsables en el bien de todos.

La Iglesia no es, ni puede ser, ajena a esta situación. Quiero recordar a todos que los discípulos del Señor hemos de ver en cada hombre a Cristo, a un hermano nuestro. Al final el juicio será en el amor. Palabras y signos creíbles son necesarios hoy. Los criterios y valores del Evangelio tienen mucho que decir a esta sociedad, como tiene que decir la Doctrina Social de la Iglesia que en ellos se inspira. Invito a todos los cristianos, a todos los miembros de la Iglesia, a trabajar por el bien de cada hombre, a poner nuestro grano de arena para que esta situación que lleva a la postración a tantos hermanos nuestros termine y podamos vivir en el verdadero progreso que no está en el tener sino en vivir según la vocación para la que fuimos creados y el fin al que estamos destinados.

3. En este contexto, puede parecer una ingenuidad y hasta excesivo decir que un elemento fundamental de cambio en la crisis que vivimos es la vuelta a la fe, pero es así. La fe es un elemento vertebrador de la persona y de la sociedad. La fe es determinante en la vida del hombre, no es lo mismo creer que no creer. Vivimos, en lo que a la fe se refiere, tiempos de esencias, es decir, que hemos de volver a la esencia de la fe. A lo que profesamos en el credo que recibimos de los apóstoles y que se ha ido transmitiendo de generación en generación. La fe, hemos de recordar, no es una actitud moral sino la adhesión a un Otro. La fe cristiana es el encuentro con un acontecimiento, con una persona, con Jesucristo. Por eso, la fe es vida, una vida que transforma, que exige de intimidad y de seguimiento, porque la fe, en definitiva, es una cuestión de amor. Solo tiene fe quien ama, porque solo cuando se ama a alguien se confía en él y se le sigue. Esto, sencillamente, es la fe.

Muchos creyentes se preocupan de las consecuencias sociales, culturales y políticas de la fe, y es importante. Sin embargo, no debemos olvidar que la cuestión fundamental en este momento es la desaparición del horizonte en el q
ue vivimos de la referencia a Dios mismo. Dios ya no es un presupuesto necesario en la vida del hombre; lo más que se acepta es la posibilidad de la fe en la vida de ciertas personas, y que afecta a su intimidad pero no a la vida común. «Mientras que en el pasado- dice el Papa- era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados en ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas» (Porta Fidei, 1).

La Iglesia, hoy como siempre ha de anunciar el Evangelio, porque esta es su vocación y su misión. La Iglesia existe para evangelizar. Hemos de proponer la fe y decirle al hombre de hoy que la puerta de la fe sigue abierta para nosotros. Hemos de invitar a cruzar esta puerta proponiendo la Palabra de Dios y dejando que esta transforme el corazón del hombre que la escucha. El encuentro con Cristo llena el corazón del hombre de sentido y alegría. La fe es la puerta que se abre a la esperanza. Un hombre o una mujer de fe no pueden vivir en un déficit constante de esperanza. El aumento de la fe será también aumento de esperanza, esa que necesita el mundo para seguir adelante, para entender que es posible cambiar, que es posible un mundo mejor. Esta es la fe de María, la Virgen. A su ejemplo nos acogemos.

Hace ahora cincuenta años, el Beato Juan XXIII, inauguró el Concilio Vaticano II, que supuso una gran bocanada de esperanza para la Iglesia y para el mundo. Hace veinte años también, otro Papa grande, el Beato Juan Pablo II, ofrecía a la Iglesia el don precioso del Catecismo, fruto del Concilio y síntesis de nuestra fe. Con este motivo, el Papa Benedicto XVI nos ha convocado a celebrar un Año de la Fe que dará comienzo el próximo 11 de octubre. Los católicos estamos invitados a renovar nuestra fe mediante una auténtica conversión al Señor y una revitalización del encuentro con Cristo.

La fe, aun siendo un acto personal, no puede quedarse encerrada en el propio beneficio, «el cristiano no puede pensar nunca que la fe es un hecho privado» (Porta Fidei, 10). Todo lo contrario, «profesar con la boca indica, a su vez, que la fe implica un testimonio y un compromiso público» (ibid.), «la fe, precisamente porque es un acto de la libertad, exige también la responsabilidad social de lo que se cree» (ibid.). Los católicos, por exigencia de la propia fe, tienen en la vida pública una palabra que decir y unos compromisos que asumir. La falta de los católicos en la vida pública tiene como consecuencia el silencio de Dios y la falta de credibilidad de lo que anunciamos.

La fe quiere ser transmitida. La nueva evangelización pretende la transmisión de la fe al hombre contemporáneo. Esta transmisión exige el conocimiento de los contenidos de la fe. Son muchos los católicos, incluso practicantes, que no tienen el conocimiento necesario de lo que creen. Hemos de saber lo que creemos. Por esto, invito a todos, sacerdotes, padres, catequistas a ilustrarse en la fe y transmitir a todos los contenidos de esa fe. El conocimiento del Credo nos descubrirá la grandeza, la bondad y la belleza del cristianismo, esa que salva al mundo.

4. Hoy hemos puesto sobre la corona de la Virgen de la Piedad y sobre la de su divino Hijo, la corona que algunos, por la causa que sea y que nosotros desconocemos, decidieron arrancar. Este hecho conmovió a toda la ciudad de Baza. Por eso, muchos bastetanos quisieron que el pecado de algunos no prevaleciera sobre el amor de un pueblo de hijos. Estas coronas son signo del amor de Baza a su Virgen de la Piedad. Y son también el compromiso de amor a los hermanos, especialmente a los más necesitados. Junto a las coronas hoy se ofrece a Cáritas el testimonio de amor de este pueblo.

Virgen de la Piedad, Madre nuestra, intercede ante el Señor para que no otorgue la gracia de un corazón sabio y fuerte. Que sepamos discernir los signos de los tiempos y colaborar en el bien y la dignidad de cada hombre. Que anunciemos a todos que Jesucristo es Señor.

Virgen de la Piedad, Virgen Santa, ruega por nosotros.

+ Ginés García Beltrán

Obispo de Guadix

Baza, 8 de Septiembre de 2012

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