En la Vigilia Pascual

Homilía del Obispo de Guadix, Mons. Ginés García, en la Vigilia Pascual celebrada en la catedral.

HOMILÍA EN LA VIGILIA PASCUAL

Guadix, 4 de Abril de 2015.

Queridos hermanos y hermanas en el Señor:

Esta noche es la más clara de todas las noches, tiene luz propia, que es Jesucristo resucitado de entre los muertos. La oscuridad se ha disipado porque Cristo, el Señor, ha vencido a la muerte y sale victorioso del sepulcro. Alegrémonos y gocemos porque en su resurrección todos hemos vencido, su victoria es también la nuestra. Él, el nuevo Adán, nos devuelve a la vida que habíamos perdido por la desobediencia de nuestros primeros padres.

La Iglesia, nuestra madre, nos ha convocado en esta noche dichosa para celebrar la nueva vida del Resucitado, y como también es maestra nos introduce, a través de las palabras y los gestos, en el inicio de nuestra fe y de nuestra vida cristiana. Sólo hemos de dejarnos guiar por ella vivir el misterio de nuestra salvación.

Durante cuarenta días nos hemos estado preparando para este momento. La Cuaresma mira a esta noche santa; no es un camino sin meta, ni una esperanza sin fundamento. También toda la liturgia de la Semana Santa miraba a esta celebración, y sin ella no se entendería. Desde la entrada de Jesús en Jerusalén hasta su muerte en la cruz todo nos hacía suspirar por este momento. Y es que la resurrección del Señor es lo que da sentido a la existencia cristiana. «Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también vuestra fe» (1Cor 15,14), decía san Pablo a los cristianos de Corinto; pero no es así: «Cristo ha resucitado de entre los muertos y es primicia de los que han muerto» (1 Cor 15,20).

Hemos comenzado esta liturgia en la oscuridad, es la noche que se cernía sobre el sábado santo, y que nublaba los ojos y el corazón con la tristeza de la muerte que niega al hombre y a su Creador. La muerte, que acorta el horizonte y nos introduce en la tristeza y en la desesperanza de un final irremediable. La muerte niega la vocación del hombre que quiere vivir para siempre, porque ha sido creado para siempre. Pero la última palabra no es de la muerte; de la oscuridad ha surgido un lucero que no tiene ocaso, es Cristo el Señor. Y de su luz hemos participado todo. Y se ha hecho la luz en la Iglesia porque Dios ha dado la razón a su Hijo, y ha restituido en nosotros su imagen perdida por la soberbia del pecado que nos coloca en el lugar que sólo corresponde a Dios, bajo la apariencia de una falsa libertad.

Desde la luz de Cristo resucitado podemos leer en su verdad nuestra historia y la historia de los hombres; es lo que hemos hecho al escuchar la Palabra de Dios que se nos ha proclamado. Desde el principio, desde la creación hasta Cristo, Dios es el protagonista de la historia, la lleva de la mano porque está escrita en su corazón. La historia de la humanidad es historia de la salvación porque allí siempre está Dios. La palabra de Dios es creadora y libera al hombre de la esclavitud, o de las esclavitudes, a las que les lleva la lejanía de Dios. Dios nunca falló a Israel, fue el Dios fiel que siempre cumplió la palabra dada a Abrahán y el juramente hecho a David; habló por los profetas para ir encaminando al hombre y a la historia hacia su plenitud, que ha realizado en su Hijo, Jesucristo. Esta historia que hemos recorrido no ha terminado, sigue en nosotros. La historia, cada una de nuestras historias siguen siendo historias de salvación, iluminada, esos sí, por el misterio de Cristo.

El anuncio del ángel a las mujeres ha cambiado la historia: ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado». Toda la historia mira a este momento, se detiene ante este anuncio. Ha brotado la vida que no se acaba, de la que nosotros participamos por el bautismo que hemos recibido, y por el que nos hemos incorporado a Cristo y a su misterio: «Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva» (Rom 6,4).

Ahora después renovaremos nuestro bautismo. A la luz del misterio de la Pascua volvemos al inicio de nuestra fe. Se nos regala este momento para hacernos conscientes de la gracia que nos fue dada el día de nuestro bautismo, una gracia que nos capacita y nos lanza a ser santos, pues esta es la meta de toda vida cristiana: ser santos. No nos conformemos, queridos hermanos, con menos; Dios no nos quiere sólo buenos, nos quiere santos. Para esto hemos sido bautizados, y el bautismo es la fuente de agua viva que brota en nosotros hasta la vida eterna. La experiencia de sentir que Dios nos ha elegido, que nos ha amado, que se ha entregado por nosotros, que nos llama a estar con Él y a compartir su vida, es el gran regalo de la fe y la razón del compromiso de ser testigos del Señor resucitado en la Iglesia y en el mundo. ¡Cómo necesita el mundo de nuestra presencia y de nuestro testimonio!.

El culmen de nuestra celebración será la Eucaristía, donde el Señor resucitado se hace real y verdaderamente presente. Cristo, que vive para siempre, se nos da en alimento para que vivamos en Él; quiere habitar en nosotros y fortalecer nuestra vida. La resurrección del Señor se actualiza en la Eucaristía que es ya prenda de la vida eterna. «El que coma de este pan vivará para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo» (Jn 6, 51). Celebrar la Eucaristía es celebrar la vida, es llenar el mundo de vida.

El mensaje de esta noche es un mensaje misionero. En al amanecer pascual, las mujeres escucharon las palabras del ángel que las enviaba: «Id a decir a sus discípulos y a Pedro: Él va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis, como os dijo».

Es hermoso escuchar que el Señor va por delante de nosotros. En la tarea del anuncio del Evangelio nunca estamos solos, Él Señor va delante preparando el camino de los discípulos, el camino de la evangelización. Él siempre es el primero que llega, por eso no nos puede faltar la confianza, no podemos tener miedo. ¿Por qué nos da miedo hablar de Dios, anunciar a Jesucristo? Nos puede el temor de ser rechazados, de ser incomprendidos, de ser ridiculizados; nos creemos que no estamos capacitados; pero, ¿qué importa si el Señor ya llegó primero? Las mujeres y los discípulos son invitados a ir a Galilea, «volver a Galilea quiere decir releer todo a partir de la cruz y de la victoria. Releer todo: la predicación, los milagros, la nueva comunidad, los entusiasmos y las defecciones, hasta la traición; releer todo a partir del final, que es un nuevo comienzo, de este acto supremo de amor (..); significa para nosotros redescubrir nuestro bautismo como fuente viva, sacar energías nuevas de la raíz de nuestra fe y de nuestra experiencia cristiana.», nos decía el santo Padre en la Vigilia Pascual del año pasado. Y añadía: «Hoy, en esta noche, cada uno de nosotros puede preguntarse: ¿Cuál es mi Galilea? ¿Dónde está mi Galilea? ¿La recuerdo? ¿La he olvidado? He andado por caminos y senderos que me la han hecho olvidar. Señor, ayúdame: dime cuál es mi Galilea; sabes, yo quiero volver allí para encontrarte y dejarme abrazar por tu misericordia».

María, la madre del Señor, porque esperó contra toda esperanza, experimentó el gozo inmenso de la resurrección de su hijo. Sólo una madre no se vence frente a la muerte del hijo. Que ella nos ayude a alegrarnos nosotros también en la nueva vida de Cristo. Santa María, Madre del Resucitado, ven con nosotros para que gustemos de la victoria de tu hijo y seamos testigos de este don como lo eres tú.

+ Ginés, Obispo de Guadix

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