En el Viernes Santo de la Pasión del Señor

Homilía de Mons. Ginés García, obispo de Guadix, en la celebración del Viernes Santo de la Pasión del Señor

HOMILÍA EN EL VIERNES SANTO

DE LA PASIÓN DEL SEÑOR

Guadix, 25 de Marzo de 2016.

Hemos escuchado la Palabra de Dios, ahora después vamos a adorar la cruz de Cristo, y antes pediremos por la humanidad entera. Es esta una celebración sobria y profunda que mueve nuestro espíritu a identificarnos con el Señor sufriente y muerto en la cruz, y en Él con todos los hombres que a lo largo de la historia, y en este momento, sufren y son condenados injustamente por el poder del mal que tantos rostros y ramificaciones tiene.

La imagen del Señor Crucificado encarna lo que profetizó Isaías: «Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros, despreciado y desestimado (..) Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca. Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron, ¿quién meditó en su destino? Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron» (Is 53, 2-3. 7-8). Impresionantes palabras que muestran al Siervo de Yahvé que es Cristo, el Señor.

1. En medio del sufrimiento, ante un pueblo que no lo escucha y unas autoridades que lo desprecian hasta condenarlo a la muerte en la cruz, Cristo eleva la voz y grita: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 24).

Las palabras de Jesús suenan en un escenario tremendo. Lo han crucificado y han crucificado con él a dos malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. El justo, el inocente, es llevado al matadero y tratado como un malhechor. Frente a la tentación de la venganza, Jesús no grita venganza sino que pide el perdón. Es la expresión más real del designio de salvación de Dios para la humanidad. El Hijo ha asumido nuestro pecado y se ha identificado con los pecadores. No hay otro camino para la salvación.

Jesús pide el perdón para los que lo condenan, el perdón para todos. Es una oración que enseña que el perdón es camino de salvación. Si Dios no nos hubiera perdonado no tendríamos abierto el camino de la salvación. La oración de Jesús pidiendo el perdón para nosotros, tiene la fuerza del que la pronuncia: el Hijo eterno del Padre. Y tiene también la fuerza del momento en que la pronuncia, cuando incomprendido y rechazado, apaleado y sin rostros humano, entrega la vida. En este momento las palabras tienen sabor a testamento.

El perdón es la expresión más elevada del amor. Sólo perdona el que ama. Y Jesús sabe que Dios ama con pasión a la hombre y no se conforma con el destino al que el pecado que ha abocado a la humanidad. Dios no se puede hacer sordo a la oración de su Hijo, que es hoy la oración del hombre. Dios nunca se hace sordo a nuestra petición de perdón, siempre está dispuesto al perdón y a la misericordia.

«Es precisamente esta misericordia y capacidad de perdón lo que necesitamos hoy para no resbalar cada vez más hacia el abismo de una violencia globalizada. El Apóstol escribía a los Colosenses: «Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros» (Col 3, 12-13)» (R. Cantalamessa. Homilía en la basílica de San Pedro en el Vaticano, el Viernes Santo de 2007).

«Porque no saben lo que hace» Es una expresión que en el Nuevo Testamento se repite varias veces. La pronuncia San Pedro en su predicación en el libro de los Hechos de los apóstoles, y lo confiesa el apóstol Pablo de sí mismo. ¿No sabían realmente lo que hacían cuando condenaron a muerte a Jesús? Puede ser que no conocieran la profundidad ni las consecuencias de la decisión, es lo que nos pasa cada día a nosotros, pero no podemos negar que también se puede dar la dureza de corazón que hace que no busquemos la verdad y condenemos al otro sin misericordia. Esta ignorancia: «Revela lo problemático de un saber que se cree autosuficiente, y por eso no alcanza la verdad misma que debería transformar al hombre» (J Ratzinger-Benedicto XVI. Jesús de Nazaret. Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección, p 242).

Con estas palabras de petición de perdón, Jesús nos enseña a perdonar. Reconocer nuestro pecados y arrepentirnos del mal que hemos hecho nos abre las puertas del perdón de Dios, pero no podremos conducirnos por las vías de ese perdón si no perdonamos de corazón al hermano. Como Dios se acerca a nosotros y nos devuelve a su amistad, así nosotros debemos acercarnos al hermano y regalarle el perdón que Dios nos ha dado.

2. En el evangelio tenemos un precioso ejemplo del perdón regalado que recrea al pecador y lo hace justo, es el Buen Ladrón. Impresionado por las palabras y la actitud de Jesús, que reflejan y transmiten paz, serenidad y aceptación ante la muerte, y que contrastan con las palabras del otro malhechor, cargadas de odio, rabia y obstinación, Dimas reconoce al Hijo de Dios. La mirada humilde y arrepentida del ladrón se ha encontrado con la mirada de misericordia del Señor, y se ha obrado el milagro del perdón que le abren las puertas del Paraíso.

El Buen Ladrón dirige a Jesús una oración, que bien puede ser también la nuestra: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Es una oración sencilla pero cargada de fe. Sólo pide que lo recuerde, que no lo olvide. Es decirle: «Señor, consérvame en la memoria de tu corazón». Es, claramente, una súplica de amor, que expresa no sólo una gran esperanza, sino una gran certeza.

Vamos a decirle cada uno al Señor que se acuerde de nosotros, que no se olvide. Y vamos a pedirle también que se acuerde de nuestros hermanos, especialmente de los que más lo necesitan.

Acuérdate, Señor, y ten misericordia de los que hoy siguen haciendo actual tu pasión y tu entrega. No te olvides de nuestros hermanos que sufren persecución a causa de su fe, de los que viven esta fe en condiciones de pobreza, de los que no te conocen o no te aman. Cubre con tu misericordia a los que, dejando casa y familia, anuncian tu nombre en cada rincón del mundo, a los que entregan su vida por ti y por el Evangelio.

Acuérdate también de los que mueren por la violencia irracional y el terror, y por los que la provocan; por los que no tienen libertad y viven en la soledad de la incomprensión y el rechazo. No te olvides de los que andan errantes en busca de tierra y hogar, porque la suya se he hecho inhabitable. Mira a los crucificados de la vida y enseñarnos a verte y acogerte en ellos.

Hoy hacemos presente de un modo especial a la iglesia que camina en Tierra Santa. Nos sentimos muy unidos a ellos que viven en la tierra del Señor. En este Jubileo de la Misericordia podemos soñar y hacer de este sueño nuestra plegaria: «¿Qué ocurriría si, por un milagro de la historia, en Oriente Próximo, los dos pueblos en lucha desde hace décadas, en vez de pensar en las culpas empezaran a pensar los unos en el sufrimiento de los otros, a apiadarse los unos de los otros? Ya no sería necesario ningún muro de división entre ellos. Lo mismo se debe decir de muchos otros conflictos presentes en el mundo, incluidos los que existen entre las diferentes confesiones religiosas e Iglesias cristianas» (R. Cantalamessa. Homilía en la basílica de San Pedro en el Vaticano, el Viernes Santo de 2007).

A la fe del Buen Ladrón, Jesús responde regalándole el Paraíso. Pidamos al Señor que a nosotros también nos dé el Paraíso, que es vivir con Él para siempre.

Las palabras pueden enturbiar el silencio que se impone ante lo que contemplan los ojos y el corazón. Mejor dejar que sea el Señor mismo quien hable al corazón de cada uno y nos conceda el don de la identificación
con Él. Que los misterios de su pasión y muerte remuevan, como hace el arado con la tierra, lo más profundo del alma, para sacarnos de nuestra modorra y salir al encuentro del hermano herido y ultrajado, del condenado a la muerte ignominiosa.

+ Ginés, Obispo de Guadix

.

Contenido relacionado

Enlaces de interés