Cuaresma: fuerte llamada de Dios a la conversión

Exhortación Pastoral del Obispo de Guadix, D. Juan García – Santacruz. Queridos Sacerdotes, Religiosas, Religiosos y Fieles diocesanos:

Con el rito de la imposición de la ceniza, hemos comenzado este tiempo de gracia y misericordia divinas. Cada año la Cuaresma es como un toque de trompeta que convoca a la comunidad creyente (cf. Joel 2, 12-18), para que, quienes nos sentimos seguidores de Jesús y miembros de su Iglesia, emprendamos con firmeza el camino de los cuarenta días para hacer, junto con Cristo y con su gracia renovadora, “el paso del hombre viejo al hombre nuevo”. ¡Adelante! Hagamos un esfuerzo serio de conversión y renovación para celebrar la Pascua anual y reavivar nuestras vidas a la luz del Evangelio.

1.    ¿AL MARGEN DE DIOS?

Nos ha tocado vivir “tiempos recios”, que diría Santa Teresa. En pocos años ha cambiado profundamente el clima religioso que se respiraba entre nosotros. Los intensos cambios sociales y culturales de estas últimas décadas están produciendo un debilitamiento de la fe en no pocos cristianos y un deterioro de la vida moral, personal, familiar y social. Son bastantes los que hoy viven su vida al margen de Dios y de cualquier refe¬rencia cristiana. Pero, no tenemos que ser pesimistas; gracias a Dios, hay también muchas realidades esperanzadoras y satisfactorias por todas partes; también en nuestro ámbito diocesano. No todo es malo, pero ciertamente hay mal en nuestro mundo.

A diario nos llegan noticias abundantes de actos y actitudes que no entran en los planes de Dios. Efectivamente, en los planes de Dios no caben las guerras fratricidas; ni el terrorismo; ni los criminales asesinatos por motivos políticos, odios o pasiones desenfrena¬das; ni la injusta segregación racial; ni la escandalosa diferencia entre unos países in¬mensamente ricos frente a otros extremadamente pobres… Los planes de Dios no aprueban la marginación de personas improductivas a causa de la edad, la enfermedad incurable, la disminución física o síquica; ni el aborto y la eutanasia contrarios al derecho de vivir; ni la exaltación del erotismo que socava el amor de los esposos y destruye la unidad familiar; ni la inmoralidad y pornografía que nos invaden; ni la incitación a que jóvenes y adolescentes disfruten del sexo como algo “normal” para “pasarlo bien”… No entra en los planes de Dios la corrupción, se dé donde se dé; ni la explotación del hombre por el hombre; ni el tráfico de drogas; ni el consumismo desenfrenado y competitivo; ni el mal uso de los bienes de la naturaleza; ni la falta de colaboración en la búsqueda de soluciones a las deficiencias universales y locales… Y, por supuesto, Dios no puede aceptar el olvido sistemático a que El está sometido por parte de no pocos humanos, también cristianos, y sustituido por cosas, situaciones e intereses personales cargados de egoísmo, como el dinero, el poder, el sexo, ambición, soberbia, etc. que originan el pecado de cada uno.

2. “ENTONCES, ¿QUÉ DEBEMOS HACER?” (Lc. 3, 10)

Más que quejarnos de que haya tanto mal, los hombres de buena voluntad, y sobre todo los cristianos, debemos esforzarnos por proyectar y conseguir un mundo mejor, más justo, más perfecto; un mundo en el que se perciba más la presencia de Dios y el acatamiento de su ley por el ser humano. Y esto, empezando cada uno por mejorar su propia conducta, que es la conversión personal. A todos, convencidos de que somos pecadores, nos vendría muy bien hacer la misma pregunta que aquellos grupos dirigían al Bautista cuando predicaba la conversión a orillas del Jordán: “Entonces, ¿qué debemos hacer?” (Lc. 3, 10).

La Conferencia Episcopal Española, en abril de 1989 hizo pública una Instrucción Pastoral titulada “Dejaos reconciliar con Dios”, en que, después de hacer un análisis de la situación de entonces, pasa a tratar el tema del pecado, la reconciliación y la conversión. El documento, a pesar del tiempo transcurrido, no ha perdido actualidad; suyos son los párrafos siguientes:

“Al hombre le compete ahora cambiar la orientación de su vida, la mentalidad, la forma de vivir y de actuar y emprender libremente el camino de vuelta a la casa del Padre” (nº 38).

“El hombre que se convierte abandona cuanto le tenía alejado de Dios, rompe con su autosuficiencia -sus idolatrías y pecado- renuncia a su actitud fundamental enfocada a la autoseguridad para dejarle todo el espacio a Dios en su vida, como la realidad verdaderamente amable y valiosa, el único apoyo fiel y seguro, el criterio último y definitivo de nuestro obrar y el juicio inapelable de nuestras vidas” (nº 39).

3. ESCUCHAR LA PALABRA DE DIOS Y ORAR

La Constitución sobre la Sagrada Liturgia, del Concilio Vaticano II, nos enseña que la Cuaresma es el tiempo que prepara a los fieles, entregados más intensamente a oír la Palabra de Dios y a la oración, para que celebren el misterio pascual, sobre todo mediante el recuerdo o la preparación del bautismo y mediante la penitencia. (S. C. 109). Es lo que verdaderamente caracteriza la Cuaresma. Con el servicio más abun¬dante y profundo de la Palabra, que ofrece la liturgia cuaresmal, se pretende conseguir una maduración en la fe en el sentido pascual auténtico y en la línea del compromiso bautismal: pasar de la muerte a la vida, del pecado a la gracia, del mal al bien, de las tinieblas a la luz.

Y más aún si aprovechamos la Cuaresma para enriquecernos con los actos ex-traordinarios programados en las comunidades parroquiales y otras instituciones: conferencias, charlas, encuentros, cursillos, ejercicios espirituales, retiros, etc. Con la escucha de la Palabra, la reflexión sosegada y la oración serena podremos, no sólo examinar nuestros actos, malos o buenos, sino también buscar y encontrar las causas, hábitos, costumbres, actitudes, y llegar hasta la profundidad de las tendencias, que son las raíces de todo lo positivo y negativo que hay en nosotros. De esta manera, poco a poco, lograremos extirpar el mal y consolidar el bien, mejorar el pequeño mundo de la propia vida personal y tratar de sensibilizar cristianamente nuestro ambiente familiar, el campo de nuestro trabajo, el círculo de nuestras amistades y hasta el recinto de nuestras diversiones.

4. RECONCILIACIÓN Y PENITENCIA

Si el Papa Pio XII se lamentaba de que el mayor pecado del siglo XX es que el mundo ha perdido la conciencia de pecado, no es extraño que, dada esa insensibilidad frente al pecado, la penitencia esté cada día menos valorada. La Constitución sobre la Sagrada Liturgia, del Concilio Vaticano II, ordena que “se inculque a los fieles, junto con las consecuencias sociales del pecado, la natu-raleza propia de la penitencia, que detesta el pecado en cuanto es ofensa a Dios” (S.C.109).

Siguiendo esta enseñanza, ruego a los sacerdotes que pongan gran interés en ofrecer a los fieles oportu¬nidades de escuchar más intensamente la Palabra de Dios y, en las homilías dominicales y diarias de la Cuaresma o en otros actos especialmente dirigidos a los distintos grupos, exponerles la doctrina clara sobre el pecado y el sacramento de la penitencia – entre otros temas – para lograr los frutos que cabe esperar.
Igualmente, que exhorten a los fieles para que, según la ley y la tradición de la Iglesia, se acerquen al sacramento del perdón y confiesen los pecados como signo de su conversión personal. Realizad Celebra¬ciones Comunitarias de la Penitencia, a tenor del Ritual, para reconciliar a varios penitentes con confesión y absolución individual. Y dad todas las facilidades posibles, con horarios conocidos, a quienes prefieren confesar según la manera tradicional.

No debe olvidarse la práctica de las penitencias cuaresmales del ayuno y la abstinencia. Por haber quedado éstas tan reducidas, que no son suficientes para caracterizar penitencialmente la cuaresma, es aconsejable también el ejercicio de renun¬cias voluntarias con la finalidad de socorrer a quienes padecen todo tipo de privaciones; de esta manera se puede volver a encontrar la dimensión caritativa y social que tuvieron el ayuno y la abstinencia en la tradición cristiana.

5. LAS HERMANDADES Y COFRADÍAS

Quiero, ahora, hacer una llamada especial a los numerosos componentes de las Hermandades y Cofradías de Semana Santa en nuestra Diócesis, para que vivan el espíritu auténtico de la Cuaresma y manifiesten su compromiso cristiano, no sólo con los desfiles procesionales de esos días, sino, con una vida verdaderamente ejemplar, siempre. Ser Hermano o Cofrade es algo muy digno que debe embargar la vida entera, si ésta se ordena de acuerdo con lo que significa dicha condición ecle¬sial y se la procura vivir con autenticidad.

“Las Hermandades y Cofradías han aportado un importante caudal a la vida espiritual del pueblo. Son el hecho asociativo con mayor número de miembros entre los católicos de Andalucía. Esperamos que sigan siendo el cauce de vida espiritual y apostólica para muchos”. Así se expresaban los Obispos del Sur de España en Carta dirigida a los fieles de las Provincias Eclesiásticas de Granada y Sevilla en 1988; documento que tampoco ha perdido actualidad (núms. 11, 12).

Las Hermandades y Cofradías son asociaciones de fieles, de personas bautizadas y cons¬cientes de su bautismo, de lo que este sacramento obra en nosotros y de lo que nos exige. El Hermano o Cofrade es un cristiano que, sabedor de su identidad y de lo importante que es seguir a Jesucristo nuestro Señor, se une a otros hermanos con la misma identidad e inquietud para disfrutar de la ayuda mutua, de orientaciones comunes y de celebraciones litúrgicas y devocionales ordenadas al propio crecimiento en el camino de la virtud y en el apostolado que corresponde a todo cristiano. Elemento distintivo y ennoblecedor del Cofrade es el recurrir a los hermanos para caminar juntos en el seguimiento de nuestro Señor Jesu¬cristo “Camino, Verdad y Vida” (Jn. 14, 6).

Los Estatutos básicos por los que se debe regir toda Hermandad o Cofradía en nuestra Diócesis dicen claramente que estas instituciones eclesiales deben procurar la formación cristiana de sus asociados, la profesión pública de la fe y cumplimiento de sus deberes, el culto sagrado, la vivencia de fraternidad cristiana, la comunicación cristiana de bienes, la participación en las actividades pastorales de la Parroquia y de la Diócesis. De lo que se deriva: ser cristiano practicante, llevar una vida religiosa y moral coherente con su fe, manifestar inquietud e interés por la vida de la Iglesia y de la Hermandad.

Si las Hermandades y Cofradías, de tan gran riqueza numérica en nuestra Diócesis, se animan a hacer realidad la práctica de una esmerada vida cristiana, se convertirán en un rico potencial apostólico, serán testigos de la revelación de Dios en Jesucristo, y sus frutos no tardarán en llegar.

Que la Madre del Redentor nos acompañe y ayude a todos en este camino cuaresmal de conversión para ajustar nuestras vidas al Evangelio.

Con gran afecto en Jesús y María, os bendigo.

+ Juan García-Santacruz Ortiz
Obispo de Guadix – Baza

Guadix, 6 de febrero de 2008
Miércoles de Ceniza

Contenido relacionado

«El Efecto ser humano. Nuestra fe es compromiso con nuestro mundo»

 «El Efecto ser humano. Nuestra fe es compromiso con nuestro mundo»  MENSAJE...

Enlaces de interés