Carta pastoral del obispo de Guadix, Mons. Francisco Jesús Orozco
Queridos todos en el Señor, Dios uno y trino:
La Iglesia en España celebra, en este domingo solemne de la Santísima Trinidad, la jornada por la vida contemplativa y eremita. El pasado 2 de febrero, la Iglesia universal nos acercaba la Jornada de la Vida Consagrada con el lema: “La vida consagrada con María, esperanza de un mundo sufriente”. Semanas después, en el mundo entero, se iniciaba el momento histórico y dramático de sentirnos sumergidos bajo los efectos de la pandemia del virus Covid-19, de grandes consecuencias a todos los niveles. Esta crisis sanitaria, social, cultural, económica y en otros órdenes, ha puesto de manifiesto la vitalidad de la Iglesia en tiempos tan difíciles, donde no se ha dejado de orar ni de celebrar la liturgia, a pesar del confinamiento al que nos hemos visto sometidos. Tampoco se ha dejado de ejercer la caridad, en sus muchas formas, hacia las personas más afectadas. La presencia de los consagrados ha sido verdaderamente un testimonio, muy visible, de esperanza en un mundo sufriente.
Y ahora, cuando continuamos en estado de alarma, con las heridas de esta pandemia e intentamos recuperarnos lentamente, la Iglesia nos pone nuevamente de referente a las personas consagradas. En esta Jornada Pro orantibus, miramos a esos hombres y mujeres cuya vocación es la vida contemplativa y a quienes recordamos agradecidamente con nuestra oración en esta Jornada, el próximo domingo 7 de junio.
La Jornada por la vida contemplativa de este año 2020, tiene como lema “Con María en el corazón de la Iglesia”. Nuevamente la Virgen María se nos coloca como figura de mujer consagrada y mujer orante en quien ha de mirarse, como en un espejo, cada uno de los consagrados contemplativos.
En el corazón de la Iglesia: el corazón es un órgano vital, central y principal que pone en acción el cuerpo de un ser humano. Un cuerpo sin corazón no podría funcionar y no tendría vida. Por corazón también entendemos los sentimientos que nos hacen vivir y actuar con pasión en todas las facetas de la vida. La Iglesia aparece en el Nuevo Testamento como el cuerpo místico de Cristo, como afirma San Pablo en su primera carta a los Corintios (12, 12-14), donde describe a la Iglesia como un cuerpo único, siendo Cristo la Cabeza.
La Virgen habita en el corazón de la Iglesia con ese amor maternal con el que acompaña, sobre todo en los momentos más trágicos y dolorosos, a cada uno de sus hijos, a los cristianos, a quienes por el bautismo somos miembros de ese cuerpo que es la Iglesia. María nos acompaña hoy con su presencia consoladora en los escenarios de enfermedad, muerte y pobreza que esta pandemia ha provocado.
En el corazón de la Iglesia, junto a María, están aquellos que, como ella, han sido llamados y han recibido el hermoso don de la contemplación. Ellos, los contemplativos, aunque parezca paradójico, nos acompañan desde la clausura y el anonimato con la fuerza de su oración, también ahora que más necesitamos de sus oraciones. Los contemplativos no son un apéndice en la Iglesia, más bien están en el corazón de ella misma, en un corazón que está lleno y ardiendo de amor. Sin ese amor no habría pastores que guiasen y atendieran al pueblo de Dios; no habría misioneros que anunciasen el Evangelio; no habría mártires que derramasen su sangre por Cristo; no habría cristianos que compartieran su pan con el hambriento ni que aliviaran las heridas de los enfermos, ancianos, etc. La vida consagrada contemplativa, al igual que María y el corazón, no siempre es visible y ruidosa, casi siempre aparece escondida en todas las épocas y lugares, pero ocupando un lugar preferente en el cuerpo místico de Cristo.
Hoy nos sumamos a toda la Iglesia para agradecer a la Santísima Trinidad, al único Dios, la vocación y la presencia en la Iglesia de los hombres y mujeres que oran por nosotros todos los días, apartados del mundo y buscando siempre el amor de Dios, que llena sus vidas y las nuestras. Los consagrados contemplativos nos están recordando constantemente, con su vocación hecha vida, la importancia de la oración para la Iglesia y para cada uno de nosotros. La oración nos une a Dios y hace más posible nuestra entrega a los demás. Sin la oración el corazón de la Iglesia pierde fuerza y nuestra vida pierde ese empuje para hacer el bien, para trabajar por el reino de Dios y por los demás. Quien no ora se desgasta y se fatiga en un activismo sin pasión que termina llevando a la monotonía y al aburrimiento, y en algunos casos a la tristeza. Por el contrario, quien ora se deshace, sin consumirse, en la entrega apasionada a Dios y a los demás. Quien ora, como María, vive la vida con la alegría que da el Evangelio a pesar del dolor, de la incertidumbre y de la desolación que vivimos en el mundo presente.
Los consagrados contemplativos se convierten, en el corazón de la Iglesia, en el amor que late a cada instante. Ese amor que tanta falta nos hace y que muchos necesitan. Ese amor que se convierte en la luz de nuestras noches oscuras, en la que esperamos un nuevo amanecer, junto a María, la Madre del Señor.
Oremos en este día, muy especialmente, por la única y querida comunidad de vida contemplativa femenina de la Orden de Predicadores (Madres Dominicas) que tenemos en nuestra Diócesis de Guadix y que se encuentra en el Monasterio de la Santísima Trinidad de Baza, único referente de vida consagrada contemplativa para nosotros en este momento. Pronto, el Señor, que es bueno y nunca abandona a su pueblo, nos regalará otra comunidad que aumentará nuestro gozo diocesano. Tenemos que pedir al Señor para que nos enriquezca con la presencia de más comunidades y de más consagrados contemplativos que engrandezcan el corazón de nuestra Diócesis. También se lo pedimos a la Virgen María, la gran consagrada y contemplativa, a la que amamos y veneramos en diversas advocaciones en nuestras ciudades y pueblos.
Nuestra Diócesis de Guadix está agradecida a la historia y al bien que tantas comunidades contemplativas sembraron a lo largo de los siglos. Mi felicitación a todos los consagrados de vida contemplativa, y que el Dios Santísimo, que es Padre e Hijo y Espíritu Santo, os bendiga a cada uno de vosotros y os colme de sus gracias, especialmente a quienes en estos momentos peor lo están pasando.
Recibid mi afecto y mi bendición.
+ Francisco Jesús Orozco Mengíbar
Obispo de Guadix