Mons. Francisco Jesús Orozco presidió la Misa en el cementerio de Baza

Diócesis de Guadix
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La diócesis de Guadix es una sede episcopal sufragánea de la archidiócesis de Granada, erigida en 1492 y, según la tradición, procedente de la diócesis de Acci, fundada por San Torcuato en el siglo I. Su sede es la catedral de Guadix.

Mons. Francisco Jesús Orozco presidió la Misa en el cementerio de Baza

Día de Todos los Santos en el cementerio de Baza con la presencia de todos los párrocos, el coadjutor Miguel, y la ausencia de Antonio David, que tenía que asistir a un entierro que estaba teniendo lugar durante esta Eucaristía. Presidía la Santa Misa el obispo de la diócesis, don Francisco Jesús Orozco, acompañado del vicario general, José Francisco Serrano. Entre el público estaban las hermanitas de los pobres desamparados, a los que el obispo dedicó unas palabras de reconocimiento: “sois tan pequeñitas, tan pequeñitas, pero a la vez tan grandes”. El pueblo fiel agradeció las sillas que puso esta vez el Ayuntamiento de Baza.

Homilía del obispo accitano, directa, sencilla, pero cargada de verdad. Mirando a los cipreses del cementerio, nos dijo que teníamos que ser como esos árboles que, aferrados a la tierra con sus raíces poderosas, apuntan al Cielo. “Son como una flecha- nos dijo-, como una mirada al Cielo, que no debemos perder” “Somos peregrinos en esta Tierra por la que pasamos. Todo depende de nuestra mirada al Cielo” Siguiendo con ese mismo argumento, don Francisco Jesús nos llamó a todos a vivir en la santidad, esa santidad cercana, de esa gente normal, que son fieles hasta el final. Son esos santos que don Francisco Jesús llamó de la “vida cotidiana”, esos “santos de la puerta de al lado”, expresión que utiliza con frecuencia el Papa y que está en la Exhortación Apostólica Gaudete et Exsultate, que en seguida vino a mi mente al escuchar a nuestro obispo accitano.
Me gusta ver la santidad -nos decía el Papa Francisco- en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. Esa es muchas veces la santidad de la puerta de al lado, de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o, para usar otra expresión, la clase media de la santidad” (nº 7).
Don Francisco Jesús nos pidió desmitificar la santidad, que no es ni ñoña ni romántica. “La santidad es la luz de Dios. Nosotros somos esa vidriera que no pone obstáculos a esa luz”. Nos explicó en qué medida dificultamos esa luz de Dios con nuestros pecados, nuestras traiciones y nuestras debilidades. “Constituyen – nos dijo- esa suciedad que vuelve opaca esa vidriera impidiendo que pase esa luz de Dios, que así no llega a todos”. Nos reiteró que tenemos que ser santos, y vivir la santidad para transformar este mundo, dividido y enfrentado por tantas guerras. “Dios te puede hacer feliz”, repetía nuestro obispo con palabras que te llegaban directas al corazón, despertándote de ese letargo en el que estamos. Don Francisco Jesús nos pidió que leyéramos las vidas de santos y de los mártires para que nuestros corazones ardan del amor de Dios para transformar el mundo, como hicieron los Apóstoles cambiados por la experiencia de la resurrección de Cristo. Nos pidió que visitáramos los cementerios y también los hospitales, donde muchos mueren en soledad. “Si lo hiciéramos relativizaríamos tantos problemas que nos angustian y nos esclavizan”.
Don Francisco Jesús alabó la limpieza del camposanto, felicitando a los trabajadores municipales que lo cuidan. Se fijó en las innumerables flores depositadas en las tumbas. Nos hizo una última recomendación. “Nuestros difuntos necesitan de nuestras oraciones y de las Misas que podamos aplicar por ellos. “Es – dijo- esa sinergia poderosa que hay en la Iglesia”, en la que todos estamos unidos por la comunión de los santos: los que vivimos en la tierra, los que están siendo purificados en el purgatorio y los que están en el Cielo, viendo cara a cara a Dios.” Esa sinergia está formada por la oración, la intercesión y el sacrificio incruento de la Cruz, que es la Santa Misa”. Ya al terminar nos recordó que no debemos esparcir las cenizas de los muertos, una práctica – recordé- que prohíbe la Iglesia, por la dignidad y respeto que tienen esos restos humanos, que algún día serán llamados a la resurrección. “No dejéis de rezar por los difuntos, poner igualmente flores a las tumbas vacías, y pensar que hemos nacido para el Cielo”. Me quedo con estas palabras, que me interpelan, y también con la música, que pusieron Miriam y Alejandro, del grupo Kerigma, que esta vez venían acompañados de su hijo pequeño, Alejandro. La vida se abre paso al fin.

José Gabriel Concepción
Baza

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