Mi reciente viaje a Honduras, para participar en la misión que lidera Patricio Larrosa, sacerdote diocesano de Guadix, junto a nuestro obispo, D. Francisco Jesús Orozco, y D. Antonio Fajardo, ha sido una experiencia preciosa. Este viaje no solo me permitió conocer de cerca la realidad de un pueblo que comparte nuestras mismas raíces y tradiciones, sino también descubrir la profunda religiosidad que impregna cada rincón de esta tierra. A lo largo de los días, pude sentir cómo la fe y la esperanza son pilares fundamentales para las comunidades hondureñas, y cómo, a través del trabajo incansable de nuestros misioneros, se ha logrado forjar un lazo inquebrantable entre nuestras diócesis y esta nación hermana.
Desde el primer momento, fui testigo de la gran devoción que los hondureños sienten por su fe. Es asombroso ver cómo, a pesar de las adversidades y desafíos que enfrentan a diario, su espíritu permanece firme y lleno de esperanza. Esta religiosidad se manifiesta en su vida diaria, en la manera en que se apoyan mutuamente y en la forma en que abrazan cada oportunidad de crecimiento espiritual y comunitario. Es en este contexto que la misión del padre Patricio cobra un sentido profundo, pues su labor va más allá de lo material: se centra en alimentar el espíritu y fortalecer la fe de un pueblo que, a pesar de las dificultades, nunca ha perdido su identidad cristiana, su fe en Cristo Jesús.
Uno de los proyectos que más me impactó durante mi estancia en Honduras fue el de las Casas Populorum, una iniciativa que refleja a la perfección el compromiso de nuestros misioneros con el futuro de la juventud hondureña. Estas casas, organizadas al estilo de pisos para estudiantes, ofrecen un hogar seguro y digno a jóvenes que, por falta de recursos económicos, habían perdido la oportunidad de estudiar. Aquí, estos muchachos y muchachas no solo encuentran un techo bajo el cual vivir, sino también un espacio propicio para el estudio, la convivencia y el crecimiento espiritual y personal. Es conmovedor ver cómo, en un ambiente de fraternidad y apoyo mutuo, estos jóvenes logran retomar su educación y vislumbrar un futuro lleno de esperanza.
La labor de las Casas Populorum es solo un ejemplo de la gran obra que se está llevando a cabo en Honduras. Durante nuestra visita, tuvimos la oportunidad de conocer otros proyectos igualmente impactantes, como el cuidado y atención de los niños en barrios realmente necesitados. En estos lugares, nuestros misioneros trabajan incansablemente para garantizar que los pequeños reciban no solo alimento y educación, sino también el cariño y la atención que todo niño merece. Este esfuerzo es particularmente admirable en un contexto donde la pobreza y la violencia son realidades cotidianas para muchas familias.
Otro aspecto de la misión que me conmovió profundamente fue el trabajo realizado con las personas mayores en situación de vulnerabilidad. En un país donde muchas veces los ancianos son dejados de lado, nuestros misioneros se han empeñado en garantizar que estas personas tengan un techo digno y una atención adecuada. A través de programas de vivienda y asistencia, se les ofrece la posibilidad de vivir sus últimos años con dignidad, rodeados del cariño y respeto que tanto merecen.
Uno de los momentos más reveladores de mi viaje fue cuando nos adentramos en la zona rural de Honduras, un trayecto que nos llevó hasta nueve horas en coche por carreteras imposibles. Allí, en medio de paisajes impresionantes y comunidades aisladas, pude experimentar de primera mano la inmensa labor que se viene realizando desde hace más de 30 años. La presencia de nuestros misioneros en estas zonas es vital, ya que muchas de estas comunidades carecen de servicios básicos y acceso a la educación. Sin embargo, gracias a la entrega y dedicación de nuestros sacerdotes, la luz del Evangelio ha llegado hasta los rincones más apartados de Honduras, transformando vidas y sembrando semillas de esperanza.
En este viaje, acompañando al padre Patricio, también tuve la oportunidad de compartir momentos con el padre Andrés Porcel y recordar a todos los sacerdotes de nuestra diócesis que han pasado por estas tierras a lo largo de los años: padre Ramón, padre José Luis…. Cada uno de ellos ha dejado una huella en la vida de las personas con las que han compartido su ministerio, y su legado sigue vivo en la obra que hoy continúa. Esta misión nos ha hecho sentir a Honduras como una parte integral de nuestra diócesis, un lugar donde la fe nos une y nos impulsa a seguir adelante en nuestro compromiso con el anuncio de Cristo y su Evangelio.
Sin duda, esta experiencia en Honduras ha sido una oportunidad para reflexionar sobre la importancia de la misión y el servicio. El trabajo que nuestros misioneros han realizado a lo largo de más de tres décadas es un testimonio vivo de lo que significa entregar la vida al servicio de los demás. Es una obra que no solo ha transformado a las comunidades hondureñas, sino que también ha enriquecido nuestra propia fe y nos ha recordado que, como cristianos, estamos llamados a ser luz en medio de la oscuridad.
Esta misión, que he tenido el privilegio de experimentar, es sin duda una oportunidad que espero poder repetir en el futuro. Cada visita a Honduras es un recordatorio de nuestra vocación de servicio y de la importancia de construir puentes de fe y esperanza entre nuestras comunidades. Que el Espíritu Santo siga guiando el camino de nuestros misioneros y fortaleciendo los lazos que nos unen con nuestros hermanos y hermanas en Honduras.
José Francisco Serrano Granados
Vicario General de la diócesis de Guadix