Jubileo 2025: llamada a la esperanza … y a la conversión

Diócesis de Guadix
Diócesis de Guadixhttps://www.diocesisdeguadix.es/
La diócesis de Guadix es una sede episcopal sufragánea de la archidiócesis de Granada, erigida en 1492 y, según la tradición, procedente de la diócesis de Acci, fundada por San Torcuato en el siglo I. Su sede es la catedral de Guadix.

El pecado es una realidad seria y trascendente, por eso, para hablar del pecado es normal que lo comparemos con la suciedad.

Se dice, por ejemplo, que quienes pecan manchan su alma. Y aunque la imagen de la suciedad no está del todo mal, sin embargo, hemos de estar atentos para que no nos juegue una mala pasada. Porque, si creemos que con los pecados pasa como con las manchas, que basta con lavarlas para que desaparezcan, corremos el riesgo de pensar que los pecados son algo que no nos afecta; pues se quedan por fuera y con poco esfuerzo se quitan, como las manchas.

Los pecados son algo más serio y trascendente que la mera falta de limpieza o higiene exterior. Los pecados son como las enfermedades, muchas de las cuales no afectan a nuestro aspecto exterior, y, sin embargo, nos están minando por dentro.

El pecado es una realidad espiritual que daña y perturba nuestra relación con Dios, con nosotros mismos, con los hermanos y con el resto de la creación. El pecado es algo que nos afecta interiormente produciendo muchos tipos de desórdenes que, luego, es necesario restaurar.

Por tanto, el pecado, como cualquier otra enfermedad, requiere tiempo de convalecencia hasta lograr el pleno restablecimiento del paciente, incluso una vez que ya está curado en sí del mal que le afectaba.

Esta visión de las consecuencias del pecado es, en gran parte, la que da la razón de la necesidad del purgatorio.

Pues bien, para sanar en el tiempo de las consecuencias de nuestros pecados, Dios, que siempre cuenta con nuestra libertad y colaboración, pide al pecador que se esfuerce y haga penitencia, para que el hombre nuevo vaya dando muerte a las obras del mundo y de la carne, que constantemente nos seducen e intentan alejarnos del camino del amor y de la comunión con Dios y con el prójimo.

En este sentido, el Jubileo es un signo de reconciliación, porque abre un «tiempo favorable» (cfr. 2 Cor 6,2) para la propia conversión. Uno pone a Dios en el centro de la propia existencia, dirigiéndose hacia Él y reconociéndole la primacía. Incluso el llamamiento al restablecimiento de la justicia social y al respeto por la tierra, en la Biblia, nace de una exigencia teológica: si Dios es el creador del universo, se le debe reconocer una prioridad respecto a toda realidad y respecto a los intereses creados. Es Él quien hace que este año sea santo, dando su propia santidad.

(Archidiócesis de Madrid)

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