El prólogo o introducción solemne que solo aparece en el Evangelio de Juan, ya existía antes como himno y profesión de fe de esta comunidad cristiana a la que está dirigido, pero el evangelista le hace algunos añadidos para hacer frente a algunas interpretaciones erróneas de algunos sobre la fe en Jesús.
El sujeto de este texto es la Palabra, conocida como el Logos para los griegos y como la Sabiduría para los judíos, es decir, Cristo. Y su énfasis lo pone en la encarnación y en la humanidad de la Palabra, que también es el Hijo de Dios, Jesús.
Este prólogo es una síntesis teológica y cristológica del Evangelio de Juan, que trata de responder a la pregunta de quién es Jesús, con un lenguaje y desde otras coordenadas diferentes a como lo hacen los otros tres evangelios.
El evangelista Juan al hablarnos del origen de Jesús no hace mención al contexto histórico, ni geográfico ni a los personajes que fueron testigos de su nacimiento, sino que nos hace una reflexión teológica de Jesús como el Hijo de Dios, que es la luz y la vida del mundo que ha creado; y que por su encarnación y humanidad está en medio de nosotros y se ha hecho hermano nuestro.
Quien descubre a Jesús tiene vida y luz, dando testimonio de ello. Quien no cree en él habita en las tinieblas, es decir, está alejado de Dios y experimenta la muerte espiritual.
El prólogo nos habla de la dificultad de encontrar a Dios cuando se busca en el lugar equivocado y al margen de la humanidad de un Dios que se ha hecho hombre y hermano. Por eso, aunque Jesús está presente en nuestro mundo, muchos no lo ven ni lo acogen. Así, pues, Jesús nos lleva a Dios y el amor nos lleva a Jesús.
Emilio J., sacerdote