El lema episcopal de Mons. Francisco Jesús Orozco, “tus heridas nos han curado”, recoge palabras del anuncio que Pedro dirigió a los primeros convertidos y da sentido a cada uno de los símbolos que acompañan al escudo. Esos símbolos describen la misión sacerdotal y redentora de Cristo, único Mediador entre Dios y los hombres, prolongada en la vida sacramental de la Iglesia, su Cuerpo, su Esposa, especialmente en la Eucaristía.
Jesucristo mismo es el Buen Samaritano, que se acerca a todo hombre y “cura sus heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza” (Prefacio común, VIII) y lo lleva a la posada, que es la Iglesia, donde hace que lo cuiden, confiándolo a sus ministros y pagando personalmente de antemano lo necesario para su curación. Y nos invita: “anda, haz tu lo mismo”.
¡Cuántas heridas, cuánto dolor en el mundo! Es precisamente a través de las llagas resucitadas de Cristo como nosotros podemos ver, con ojos de esperanza, todos los males que afligen a la humanidad. Al resucitar, el Señor no eliminó el sufrimiento ni el mal del mundo, sino que los venció de raíz. A la prepotencia del mal opuso la omnipotencia de su amor. Así nos indicó que el camino de la paz y de la alegría es el amor: «como yo os he amado, amaos también vosotros los unos a los otros» (Jn 13, 34).
San Bernardo afirma: «Dios no puede padecer, pero puede compadecer». Dios, la Verdad y el Amor en persona, quiso sufrir por nosotros y con nosotros; se hizo hombre para poder com- padecer con el hombre, de modo real, en carne y sangre. Por eso, en cada sufrimiento humano ha entrado Uno que comparte el sufrimiento y la paciencia; en cada sufrimiento se difunde la con-solatio, la consolación del amor partícipe de Dios para hacer que brille la estrella de la esperanza (cf. Benedicto XVI, Spe salvi, 39).
El pelícano piadoso, Jesucristo, es el motivo central del escudo. La iconografía cristiana ha expresado por medio de esta imagen la entrega sacerdotal y eucarística de Jesucristo. El pelícano suele golpear su pico y su bolsa contra el pecho para sacar el pescado y poder dar de comer a sus crías. El hecho de alimentar a sus hijos con su propia carne y su propia sangre, vinculó al pelícano con la propia Eucaristía. El pan y el vino, a través de la transubstanciación, se convierten en el Cuerpo y en la Sangre de Jesús, alimento para el alma de los cristianos.
Las tres gotas de sangre que emanan del pecho del pelícano expresan el costado abierto de Jesucristo y la economía trinitaria en la historia de la salvación.
Sin el alimento sagrado los polluelos, la Iglesia, morirían de hambre. Es el misterio que celebramos en el sacramento central de nuestra fe: la Eucaristía.
La Hostia Sagrada, situada tras el pelícano, nos actualiza el sacrificio medicinal y curativo de las heridas de Cristo para el cristiano peregrino.
Las agujas, en forma de cruz, en la Hostia Santa, expresan al Cirujano divino que ha cosido en su propio cuerpo las heridas de la división del pecado para unir, como buen tejedor, lo que estaba separado. Son las agujas en las manos calladas de tantas buenas madres y santas mujeres que, con su trabajo, callado y sacrificado en las labores del hogar, han sabido hacer el mejor zurcido en la vida de aquellos a los que han querido servir por amor y gratuitamente. Son las agujas que aparecen en el escudo del pueblo natal del obispo.
Bajo el pelícano, en forma de M, de María – significando un sagrario virginal, bendito e inmaculado, en el que florece el Médico Divino- aparece un ramillete de frutos de la tierra, tan presentes en la rica campiña cordobesa, como expresión de la vida que ha producido la muerte del pelícano piadoso, Jesucristo. “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12,24). La primavera de los campos nos trae la nueva vida del Resucitado. Son los frutos de la tierra y del trabajo de los hombres, que son ofrendas en la santa Misa.
Uvas y trigo, Eucaristía: uvas que se pisan y trigo que se muele. Cuerpo y Sangre del Cordero de Dios, que se pisa y se muele en la cruz para quitar el pecado del mundo. “Tus heridas nos han curado”.
Girasol que vive y crece mirando la luz y el sol de la gracia. Solo somos mirando al que es: “el misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado” (GS 22). En el ocaso de su vida, el girasol ha de reclinar su ser al creador que le donó la existencia.
Rama de algodón: algodón que consuela y cura las heridas, que sirve para tejer y vestir de pureza blanca los campos andaluces. La rama de algodón hiere y pincha a quien lo extrae manualmente, transmitiendo esa paradoja evangélica que anuncia el camino de la muerte a la vida, de las heridas a la curación, del dolor a la esperanza: el único camino de la Resurrección es el Calvario. Es este signo un guiño a los trabajadores de los campos andaluces, hombres y mujeres que con sus vidas entregadas y difíciles han sabido colaborar en la construcción de verdaderos valores cristianos y han sabido ofrecer, al ejemplo de San Isidro Labrador, sus duros trabajos al Señor.
Breva mariana, inserta en la estrella virginal de María Santísima: La tradición narra que la Virgen de los Remedios – Patrona del pueblo natal del obispo- se apareció sobre una higuera y sostiene una breva en su mano. Ella es puente seguro que nos lleva a Jesucristo, la Pontífice maternal que nos introduce en la voluntad del Hijo: “Haced lo que Él os diga”. Se convierte por su “sí” en la corredentora, mediadora de todas las gracias (Vaticano II , LG 62).
Puente: icono de la mediación cristiana. Jesucristo es el Sacerdote, el Pontífice que ha sabido unir en la Encarnación de forma perfecta a Dios y al Hombre. Lo que el pecado había separado, Jesucristo, puente divino y humano, lo ha reconciliado con su propia sangre. El puente representado es el viejo puente de Villafranca de Córdoba, pueblo natal del obispo. Puente que une, que salva, que reconcilia, que cura uniendo lo separado.
“Tus heridas nos han curado”: como dijo el Papa Francisco en una audiencia, “la misericordia puede curar las heridas y puede cambiar la historia”. “Jesús mío, pelícano piadoso, con tu sangre mi pecho impuro limpia, que de tal sangre una gotita puede todo el mundo salvar de su malicia,” (Santo Tomás de Aquino, Adoro te devote) .