Yo Guadix, he participado, en comunión con muchísimas otras personas, en el Jubileo de las familias en el Año de la Misericordia. Además, las resonancias alarconianas del Niño de la Bola y la presencia de Cascamorras, junto a la emulación de los Bailes de Rifa, compusieron toda una gama de vivencias llenas de hondura en la mañana del pasado domingo, día 27 de diciembre… fun, fun, fun. (con permiso de los villancicos catalanes).
La Catedral estaba vestida de pascueros rojos y el altar rodeado de matrimonios dispuestos a renovar sus promesas conyugales. La Eucaristía, presidida por don Ginés y concelebrada por sus Vicarios, estuvo servida por la participación de varios matrimonios pertenecientes a los Equipos de Nuestra Señora, que leyeron las moniciones, la Palabra de Dios, las preces y presentaron las ofrendas. En el momento posterior a la proclamación del credo, el señor Obispo pronunció las preguntas rituales que dan origen a las promesas constituyentes de la «comunidad de vida y amor» que es cada familia. Las respuestas de los matrimonios llenaron el silencio de la catedral con entrañables referencias, propias de la reciedumbre del amor vivido en Cristo.
Don Ginés habló en su homilía de la naturaleza acogedora del hecho cristiano, que ha de ser, siempre y en todo lugar, en palabras del Papa Francisco, un oasis de misericordia, también para los que viven las siempre duras situaciones de ruptura matrimonial. Han de saber que la Iglesia los acoge y muestra su mejor empeño en ayudarles. Por otra parte, nuestro Pastor proclamó la grandeza y la hermosura de la familia como uno de los mayores dones que Dios otorga a la persona, la Iglesia y la sociedad.
Posteriormente, el señor Obispo salió por la Puerta Santa del Jubileo, para despedir a la pequeña procesión emuladora de la fiesta que con tanto acierto describe Pedro Antonio de Alarcón en su novela «El niño de la bola». Un nutrido grupo de costaleros y costaleras, reducidos a la mínima estatura propia de la infancia, portó el paso del Niño Jesús, ataviado de sus mejores galas blancas. Note el avisado lector que estamos hablando de una preciosa escultura del S. XVII, de la mejor factura artística, en un soberano logro de las piezas de esta naturaleza: nos bendice con su mano derecha, mientras sostiene una bola de plata coronada por la cruz en su mano izquierda. Es, precisamente, este símbolo de la redención – el globo terráqueo coronado por la Cruz- quien otorga su denominación propia a la preciosa estatuilla. Todavía, tras el Niño de la Bola, nuestros seminaristas portaban unas segundas andas con las imágenes de la Sagrada Familia, que este año adquiría el protagonismo que le es propio a tenor de la celebración jubilar.
Ya en la Plaza de las palomas, se vivió el momento más alarconiano y «Cascamorrero». La Banda de música municipal interpretando villancicos y las hermandades de la Virgen de Gracia y la de la Piedad, organizaron la rifa de dos pollos vivos, siguiendo la tradición del «floreo» con los «cañazos» del Cascamorras, para urgir la necesidad de participar de la «rifa», cuya recaudación va siempre destinada a las familias más necesitadas de las Cuevas de Guadix.
Alarcón, este año, ha bajado de la Ermita Nueva a la Catedral y a la Plaza Mayor. No sabemos si habrá ganado las gracias del Jubileo, pero en su Viaje de Madrid a Nápoles, cuando pasó por Roma, comparaba la grandeza de la liturgia accitana con el cortejo de la entrada papal en San Pedro. Es esta una de las páginas más hermosas de la literatura de Guadix sobre su Catedral. Nuestro ilustre académico, habrá recordado desde el cielo, la juvenil condición de seminarista que tantas veces vivió en la Catedral y en la Ermita Nueva. Laus Deo.
Manuel Amezcua