Durante los pasados días 18-20 de febrero el grupo de Guadix de la ACdP, con varios propagandistas de los Centros de Madrid y Málaga, organizó una concurrida tanda local de Ejercicios Espirituales con una llamada incisiva al apostolado de la ACdP.
Con una llamada expresa al recogimiento el Director de los Ejercicios, el P. Antonio Fajardo, Párroco de Santa María La Mayor de Huéscar (Granada), exigió a los ejercitantes una actitud perseverante y abierta, con escucha activa y oración contemplativa. La tanda local que tuvo lugar en el Centro Diocesano de Espiritualidad de Guadix, contó con quince ejercitantes seglares, varios de ellos propagandistas que en disciplinado silencio siguieron las seis predicaciones durante los dos días, seguidas de varias horas de oración personal en la capilla o en los jardines con vistas a Sierra Nevada.
¿Qué haces aquí?
La pregunta que abría la primera meditación no dejaba lugar a duda. A través de la vivencia de Elías narrada en el libro de Reyes (1 Reyes 19, 9) el Director posicionó a cada uno de los participantes en la auténtica motivación que le ha llevado a los días de retiro. Desear la muerte, ponerse en camino, salir al encuentro, exigir a Dios, humillarnos ante Él son algunas de las actitudes que, identificadas con el profeta, representa la trayectoria del creyente que se acerca a los Ejercicios. Frente a cada uno de esos estadios, Dios se muestra paciente y misericordioso, salvando siempre la proposición del hombre cuando lo busca con corazón sincero. La pregunta retórica de Dios ante Elías, resonó en la conciencia de cada ejercitante: ¿Qué haces aquí? ¿A qué has venido?
Todas las virtudes menos la humildad
La lectura de la Torre de Babel (Génesis, 11, 1) sirvió para centrar la primera meditación del sábado: la soberbia, la búsqueda cegada de la gloria humana, lleva al hombre a las mayores catástrofes. La maldición de la lengua es una de ellas, cuando los hombres a fuer de afanarse en humanos quehaceres olvidan su origen divino y construye su torre con ansias de eternidad pero al margen de Dios. Es el pecado de la soberbia que el P. Fajardo pone como única condición para la purificación del alma en los Ejercicios. El Director dirá con perspicacia que “en el cielo están todos los pecados menos la soberbia y en el infierno todos las virtudes menos la humildad”. Y es que la humildad implica reconocer la propia limitación de fuerzas, necesaria pero no suficiente, sino complementada con la actitud suplicante ante el Padre para aceptar después el regalo de la conversión.
¡Shema Israel!
¿Qué hemos hecho con la gracia recibida? ¿Por qué me hieren las alegrías ajenas? ¿De dónde viene esta tristeza que arruina el alma? El mismo libro del Génesis da pie al Director para entrar de lleno en el misterio del pecado. De la armonía de la creación a la sinrazón del caos, y en medio, el pecado como galvanizante. Nos situamos ante un gran misterio, que al tiempo explica y fundamenta nuestro mundo, y al que todos los hombres desde la irrupción de la corrupción en la historia, se han visto sometidos. Según recordó el P. Fajardo, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob ha acompañado siempre a su pueblo, Dios no se ha ocultado sino que ha tendido constantemente la mano. La reflexión sobre la naturaleza caída prepara al ejercitante para el Acto Penitencial de mediodía culminado con la confesión individual de cada uno, asistiendo al Director el P. Juan Manuel Romero.
Llamados a la santidad
“Olvido lo que está detrás y me lanzo a lo que está por delante” (Filipenses, 3, 13) fue el punto de partida con San Pablo para aceptar la gracia del perdón y comenzar renovados el camino. Si la naturaleza quedó dañada por el pecado, Cristo nos restauró por la gracia. El ejercitante que había sido invitado a la contemplación de los propios afectos desordenados según el genuino método ignaciano, se sintió rescatado por la gracia: “Dios no examina, Dios salva”. Y es que la gracia conquistada por Jesús no es punto de llegada sino de origen, Dios nos eligió para la Santidad, y para esa formidable misión contamos con la gracia. La llamada a la santidad fue subrayada varias veces por el P. Fajardo que la consideró connatural a la condición del hombre, citando a la Madre Maravillas: “La santidad depende de Dios, si tú le dejas”. Y como condición necesaria para alcanzarla, el cultivo de la vida interior. Sin vida interior, no puede haber fecundidad. Sin vida interior, no puede haber orden. Sin vida interior, no puede haber obras. “A esa vida interior –recordó el Director- estamos obligados todos los cristianos, y por ese ejercicio vendrá al mundo la renovación de la Iglesia”
¿Cristianos dignos de crédito?
En torno a la virtud de la Fe de la mano de la Virgen María, giró la cuarta meditación durante la tarde del sábado. Según indicó el P. Fajardo, la carencia más significativa de la Iglesia de hoy, según el Vaticano II, es la falta de veracidad de los propios cristianos. Dar razones de nuestra fe se revela para el creyente como algo inexcusable si quiere acercar a sus hermanos a la luz de Cristo. El ejercitante ha sido guiado por las personas que acompañaron a Jesús durante su vida y que dieron razones imperfectas de su fe desde la intuición balbuceante de Pedro hasta la rendición transida de Tomás. Pero si hubo una actitud de fe inquebrantable, continua y completa, fue la de María. En la Virgen se hace virtud el ideal cristiano de esperar contra toda esperanza. La vida de la Virgen, verdadero relato de perfectas virtudes, fue descrita con detalle por el P. Fajardo que la identificó como la cumplidora fiel del Principio y Fundamento ignaciano: no más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, vida larga que corta, haciendo siempre la voluntad del Padre. La oración mariana por excelencia, el Rosario, puso punto final al sábado.
Donde hay comunión, no hay confusión
Si el sábado empezó con Babel y el mal de lenguas, el domingo anunció la ruptura de la división por la venida del Espíritu Santo. Pentecostés es la promesa de que la gracia ha entrado al mundo fraccionado y disperso por el pecado, para devolverlo a su unidad. “Padre, que sean uno para que el mundo crea”. La invocación al Espíritu Santo junto a la indispensable unidad son las dos condiciones fundamentales de todo apostolado. Y es que el Espíritu Santo eleva nuestra visión natural a la vida sobrenatural y evita que cualquier acción derive en activismo. “Y estando juntos, les mandó que no se fuesen de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre” (Hechos, 1, 4) las palabras de los Hechos fueron invocadas por el P. Fajardo para advertir a los ejercitantes del momento previo y necesario de contar con la fuerza del Espíritu antes de lanzarse al apostolado.
Apóstoles al servicio del hombre
Como si de un corolario de los Ejercicios Espirituales se tratara el P. Fajardo se ayudó de San Pedro Poveda para sintetizar la conclusión en el ejercitante: “creer y enmudecer no es posible”. La última meditación con el Santísimo Sacramento expuesto en la capilla llevó por títuloMilitantes del Reino de Cristo. La vocación al apostolado. Los primeros cristianos se convirtieron en el ejemplo de estilo de apostolado que el Director invitó a seguir ayudado de las citas oportunas del P. Ángel Ayala en su definición del apóstol seglar. “¿Fueron menores las dificultades de los primeros apóstoles?” recordó el P. Fajardo con las palabras de Juan Pablo II a los obispos africanos. Porque si la fe en Cristo no polariza la vida, no habrá apostolado que valga. “El mundo no está mal, la que está mal es la Iglesia”, fue la exigencia a todos los ejercitantes, conminando a imitar a San Pablo en su celo de llevar las almas a Cristo. Respecto a la tarea de la ACdP el P. Fajardo fue claro al afirmar que la Asociación tiene que buscar su misión en “formar apóstoles al servicio del hombre” porque “todo lo demás es prescindible”.
Los Ejercicios terminaron con la comida del domingo servida por las Religiosas Misioneras de Cristo Sacerdote y una vez roto el silencio, fue unánime el agradecimiento al P. Fajardo por su entrega y testimonio.
G. Moreno
Guadix