
Jesús era consciente de que una gran multitud lo acompañaba y sabía que no todos lo hacían con la misma motivación ni tenían las mismas intenciones. Unos lo hacían buscando en él la seguridad; otros lo veían como el remedio a sus males y problemas; otros sentían consuelo en sus palabras… El mensaje que nos deja este relato de Lucas es que Jesús nos exige a sus discípulos radicalidad en nuestra opción, porque no quiere ambigüedades, ni tibiezas ni superficialidades.
Seguir a Jesús no solo requiere tener fe en él, sino tener también el deseo de que él se convierta en el centro de nuestro corazón y en el fundamento de nuestra vida. El amor que hemos de sentir por Jesús ha de ser exclusivo (por encima del amor a todo los demás) pero no excluyente, pues Jesús nunca nos pide que solo lo amemos a él o que dejemos de amar a los demás.
Otra condición que Jesús nos pone a sus discípulos, a los cristianos, es el cargar con la propia cruz. Él no huyó del sufrimiento, ni lo evitó ni lo vivió con resignación. Llevó su propia cruz con la fuerza que provenía de su amor al Padre y a nosotros, lo que le permitió permanecer en fidelidad hasta las últimas consecuencias y hasta el final.
Por último, nos pide ser libres y no dejarnos esclavizar por el apego a lo material que nos individualiza, nos deshumaniza y endurece el corazón.
En la vida teneos muchas posibilidades para elegir, pero Jesús se presenta y se propone para los cristianos como la verdadera opción que hemos de hacer en radicalidad y desde el corazón. Al Señor no debemos valorarlo de manera interesada por los milagros que haga, etc., sino que hemos de elegirlo a él por amor y rechazar lo que nos impida amarlo.
Emilio J., sacerdote