
Uno de los principales mensajes de Jesús es la salvación. De ahí que despierte en sus oyentes el interés por querer saber el número de los que se salvarán, y nada mejor para ello que preguntárselo a él. A Jesús no le interesan los cálculos ni las lógicas humanas, sino el cómo de la salvación, es decir, lo que hay que hacer para salvarse.
Muchos creyentes dan por hecho que con tener fe o con formar parte del pueblo de Dios por el bautismo ya son salvados. Por ello Jesús, con la imagen y con el término “puerta estrecha”, nos advierte que la salvación es algo que hemos de conquistar en nuestro presente, en el día a día, para alcanzarla cuando dejemos este mundo. Mi salvación también depende de mí, no solo de Dios. Mi forma de vivir, de actuar, de llevar a la praxis y en coherencia aquello en lo que creo, será lo que me permitirá o no pertenecer al grupo de los que se salvan.
Vivir en un proceso continuo y exigente de conversión, con las renuncias que conlleva la acogida del Reino de Dios, es lo que Jesús llama puerta estrecha. Pero no ha de ser una conversión en apariencia y superficial, sino radical, que vaya a la raíz de lo que somos para que haya una transformación verdadera en nuestro ser. La entrada al Reino de Dios no es fácil porque exige una conversión que trastoca nuestros criterios, requiere de una conducta nueva y nos pide una nueva forma de relación con Dios, los demás y las cosas.
Emilio J., sacerdote