Un leproso busca a Jesús, y está tan desesperado que le suplica de rodillas que lo cure. Esta humildad del leproso recibe como respuesta de Jesús la misericordia. Jesús se compadece del sufrimiento humano e interviene en nombre de Dios para combatirlo.
La lepra era la enfermedad más temida en la sociedad de aquel tiempo. No sólo lo era por sus consecuencias físicas que son una deformación corporal y una muerte lenta, sino por sus consecuencias emocionales: la marginación, el desprecio, y la exclusión social por la perdía todos los derechos.
Quien padecía esta enfermedad la vivía como un castigo de Dios y estaba obligado al asilamiento, desarrollando su vida a las afueras de las murallas de las ciudades y viviendo de la limosna. No podía formar parte de la comunidad, ni como ciudadano ni como creyente.
Curar a un leproso era igual que resucitar a un muerto, y sólo Dios tenía esa capacidad. Aceptar este poder de Jesús es profesarlo a él como Hijo de Dios y aceptar la llegada de su reino.
Tocar a un leproso tenía el riesgo de quedar contagiado y de quedar contaminado de su impureza. El evangelista Marcos hace énfasis en el gesto de Jesús: éste extiende su mano y lo toca. Esta actuación de Jesús tiene una gran carga de cercanía, de compasión, de ternura y de implicación de Jesús con el dolor y la miseria humana. Con ello Jesús rompe toda barrera y se arriesga al máximo, exponiendo su propia salud y su reputación en beneficio del otro. Todo ello es una muestra inmensa de amor.
Jesús pide discreción y silencio al leproso sanado, pero éste, llevado por la admiración, se convierte en testigo del Salvador con el deseo de que otros también puedan ser salvados. Esto le crea a Jesús un problema, y es que a partir de ahora él es el marginado que ya no puede entrar en las ciudades porque los demás lo consideran impuro. A partir de ahora su vida y ministerio lo realizará en descampado, a las afuera y a los de fuera (desterrados y marginados).
Los nuevos leprosos de hoy son aquellos estigmatizados por razones de raza, sexo condición social; son los faltos de cariño, los abandonados de los suyos, etc.; y yo cuando no contagio vida, sino que la destruyo con el odio, la soberbia, la crítica… Unos y otros necesitamos a Jesús.
Emilio J. Fernández, sacerdote