
El capítulo 14 del evangelio de San Juan está envuelto en un sentimiento de despedida por parte de Jesús, que, resucitado, anuncia su partida de este mundo para retornar con el Padre, de quien procede.
En este fragmento de dicho capítulo hay una insistente advertencia hacia el discípulo y creyente de todos los tiempos: no hemos de tener miedo porque nuca estaremos solos.
En el Antiguo Testamento se llegaba a la presencia de Dios a través de espacios (el Templo, la montaña…) o de ritos que se consideraban sagrados (sacrificios, etc.). Con Jesucristo la novedad es que es Dios el que se hace presente en nosotros, morando en lo más profundo de nuestro ser y de nuestro interior.
Jesús permanece en la comunidad y en las iglesias cristinas, como en cada bautizado, a través de su presencia resucitada, a través del Espíritu Santo y a través de Dios que ya está presente en toda la creación, que ha quedado sacralizada con la encarnación y resurrección del Hijo de Dios.
El mundo (la sociedad) no es estático y está en continuo movimiento, cambios y transformación. Así también el Espíritu Santo está en movimiento, es espontaneo y sorpresivo porque provoca cambios en la vida de la Iglesia y de los cristianos, frente a la actitud de muchos de nosotros que por sentir seguridad, acomodamiento y tranquilidad nos aferramos al pasado, a lo normativo y establecido, y nos incomoda la desinstalación. Solo tenemos que creer y confiar en el Espíritu Santo.
Emilio J., sacerdote