

Aparece un profeta, Juan el Bautista, que anuncia la venida del Mesías y pregona un mensaje de conversión que va acompañado del rito de purificación del bautismo. La predicación de Juan atrae con éxito a todo tipo de personas y de grupos judíos.
Juan es un personaje incómodo por su forma de vestir, su alimentación, sus costumbres y su vida en el desierto, pero su personalidad nos delata a un hombre profundamente espiritual que entiende que su misión es la de preparar el camino a quien le superará y que viene después de él para implantar el reino de Dios en este mundo.
La conversión y el arrepentimiento siempre han de ser el primer paso para el encuentro con Dios, frente al orgullo humano de creernos perfectos y sin pecado. Todos hemos de sentir la necesidad de “cambiar de vida” y no conformarnos tal cual somos. La conversión («metanoia» en griego) no es un cambio de ideas, costumbres o hábitos, pues requiere una transformación total y radical que afecta a todo nuestro ser para obrar con la verdad, la justicia y el amor con que Dios lo hace. Sólo así nuestra vida dará los buenos frutos de la santidad.
Emilio J., sacerdote

