
Este relato de Lucas corresponde a una de las teofanías en las que directamente Dios Padre, simbolizada su presencia en una nube, revela a Jesús como su Hijo.
Ha transcurrido un tiempo en el que Jesús ha anunciado a sus discípulos su crucifixión, les ha mostrado las exigencias del Reino de Dios y ha hecho una invitación a la conversión en radicalidad. Pero los discípulos no han comprendido la misión de Jesús ni la de ellos, porque lo ven a él como un Mesías político y no como un Mesías espiritual, de ahí la lucha de poder y la aspiración al liderazgo que muestran algunos de ellos.
Jesús, ante este fracaso que siente y ante esta tensión comunitaria, acompañado de tres de sus discípulos principales, sube a la montaña, lugar preferido de oración y encuentro con Dios.
Esta escena de la transfiguración de Jesús pretende confirmarlo a él en su verdadera identidad y en su misión. El camino que él ha elegido, su estilo de vida y sus propuestas para nosotros están aprobadas por el mismo Dios.
Moisés, que representa la Ley, y Elías, que representa a los profetas, o, lo que es lo mismo, representan la Sagrada Escritura, mantienen una conversación con Jesús sobre su final mesiánico de fracaso y muerte en cruz.
Cuando los discípulos contemplan la gloria de Jesús, Pedro quisiera detener el tiempo, porque lo único que le importa a él y a sus compañeros es el triunfo del Mesías. Al terminar esta breve sensación, los discípulos vuelven a la realidad de continuar su camino a Jerusalén, en donde han de asumir la muerte de Jesús y el sufrimiento personal de ellos, algo que también hemos de hacer los discípulos actuales.
Emilio J., sacerdote