Todas las promesas mesiánicas anunciadas por los profetas se cumplen en Jesús, y este es el mensaje fundamental de su bautismo en el río Jordán. El evangelista Lucas nos relata este suceso que tiene un contexto histórico y real, al mismo tiempo que se trata de una experiencia trascendente e inefable, por lo que el autor se ayudará de la simbología para hacernos entender lo que sucedió.
Juan el Bautista predica la conversión e invita a los pecadores a convertirse, ritualizando esa transformación humana y espiritual con el bautismo. Jesús se mezcla, sin serlo, con los pecadores; y se deja bautizar, como expresión de su sometimiento a la voluntad del Padre, estando dispuesto a aceptar la misma muerte por la salvación de los pecadores.
Ante esta donación personal e incondicional que hace Jesús por la humanidad, prosigue la donación total del Espíritu Santo por parte del Padre. Y en esa experiencia interior que es el bautismo: primero, el cielo se “abre” como signo de que con Jesús ya no hay distancia entre Dios y la humanidad, sino que se da paso al diálogo, al encuentro y a la unión; segundo, la bajada del Espíritu Santo es la unción y presentación de Jesús como Mesías-Rey, permaneciendo en él y acompañándole en toda su misión, que desempeñará a partir de ahora; y tercero, la escena culmina con la intervención oral del Padre para decirnos quién es verdaderamente Jesús para él: “Este es mi Hijo amado, mi predilecto”. Por eso el Padre, aunque en ocasiones nos dé otra impresión, nunca lo abandonará.
Emilio J., sacerdote