Con este relato de encuentro de Jesús con sus discípulos, de envío de éstos a la misión y de exposición de su última promesa, el evangelista Mateo concluye su obra.
Esta escena tiene lugar en Galilea, donde él comenzó su misión y donde él se despide de los suyos. Es entonces cuando él da por terminada su misión y empieza la misión de los suyos. Aquí es cuando el nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, echa a andar, dando sus primeros pasos.
Aquellos que antes habían dudado de él ahora lo adoran. La fe es clave para que exista la Iglesia, aunque algunas veces se mezclen la fe y la vacilación, la claridad y el desconcierto.
La misión de la Iglesia es universal, para todos los pueblos, ofreciendo el discipulado y la salvación, a través del bautismo y de las enseñanzas, a toda la humanidad.
La fórmula “Padre, Hijo y Espíritu Santo” nos recuerda que Dios es ante todo Amor. Su gloria y poder consiste en amar, en donarse. Y el bautismo nos vincula con ese Dios Trinitario y no con otro.
Se trata de un Dios que nunca nos deja solos, ni huérfanos, ni nos abandona, sino que permanece junto a nosotros en medio de la historia. Dios está con nosotros para siempre, y esa es nuestra esperanza que nos mantiene fuertes y constantes en la fe.
Emilio J. Fernández, sacerdote