
Jesús siente que su misión en este mundo ha terminado y que ello supone volver con el Padre, una vez más obedeciendo la voluntad de éste. Después de una vida como hombre en todas sus dimensiones, vivida en intensidad hasta experimentar la muerte de la manera más trágica, el Resucitado culmina su misión prologando su existencia y presencia junto al Padre. Así también será esta la meta de todo cristiano: la vida eterna.
Todo ha finalizado, pero el pasado no debe quedar en el olvido y hay que continuar con el proyecto iniciado por el Hijo de Dios. Comienza así el tiempo de la Iglesia que será misionera en todas las épocas para cumplir el encargo de su Señor. Es a ella a quien Jesús le encomienda el anuncio de una Buena Noticia, siempre fresca y actual.
Ser testigos de lo sucedido y de lo presenciado será la misión de los primeros discípulos, pero también de los que vendremos después. Ser testigos del Resucitado es también serlo del Crucificado, de quien supo entregar su vida por amor a toda la humanidad, sin esconder el sufrimiento y fracaso.
Para Jesús dejar este mundo no es desentenderse de nosotros, pero sí es una indicación de que siempre habrá esperanza en un fututo que consiste para el creyente en el encuentro definitivo con Dios.
Cristo cumplió su tarea y ahora nos toca a nosotros continuarla en obediencia, contemplando el cielo sin dejar de trabajar por construir un mundo mejor en la tierra, y en el que el Reino de Dios siga presente como ese sueño de Jesús que él implantó.
Emilio J., sacerdote