

La muerte es una realidad presente en este mundo terreno para los seres vivos y que cada ser humano ha de asumir en su propia muerte y en la de los demás.
Los cristianos no celebramos la muerte sino la vida eterna que Jesús nos ha revelado y regalado con su muerte y resurrección. No hemos sido creados para morir sino para resucitar a una vida que nuca se acaba y en donde alcanzamos en plenitud nuestros mayores anhelos: el amor, la paz, la alegría, la felicidad…
Pertenecemos por nuestro bautismo al Reino de Dios, que es al mismo tiempo nuestra meta definitiva. Somos hijos de Dios, amados por el corazón más grade que existe. Nuestro destino es vivir con quien nos creó y nos ama, con el que dio la vida por nosotros y que nos espera con los brazos abiertos.
No he de morir, viviré por siempre en la Casa del Señor, junto a él, donde me ha preparado una morada.
Nuestra esperanza es que la muerte no es el final, sino el tránsito del alma que ha sido bendecida y madurada en una historia de amor que no terminará, porque el amor nunca muere.
Emilio J., sacerdote

