«Un pueblo marcado por la cruz, pero también por su amor a la libertad»

El Arzobispo de Granada, Mons. Javier Martínez, presidió ayer la Eucaristía por el eterno descanso de los fallecidos en el accidente aéreo de Smolensk, con el equipo presidencial de Polonia que se dirigía a Katyn, ocurrido el pasado fin de semana. “La historia de vuestro pueblo, incluyendo este acontecimiento reciente, sólo se explica desde el acontecimiento de la Resurrección de Cristo, y no como algo que hace olvidarse del dolor de la vida, sino con el significado propio de la resurrección, es decir, que da contenido al drama que contiene el significado de nuestra vida”.

En la Santa Misa se rezó el Padrenuestro en polaco y, después, en castellano, y se además del pan y el vino se ofrecieron una bandera del país y unas velas. Asimismo, desde que ocurriera el accidente aéreo, la entrada a la Catedral ha estado presidida por un altar instalado de forma espontánea por un grupo de estudiantes polacos en nuestra ciudad.

En la Eucaristía, a la que asistieron numerosos fieles de Granada y miembros de la comunidad polaca en nuestra ciudad, muchos de ellos estudiantes universitarios, Mons. Martínez comenzó dando las gracias al pueblo polaco por “haber recibido de vosotros una de las luces más brillantes como fue la de Juan Pablo II”, de quien dijo fue “un padre, porque buena parte de mi ministerio sacerdotal, y prácticamente todo mi ministerio episcopal, ha estado guiado por su presencia y fortalecido por su persona”. 

Asimismo, el Arzobispo de Granada recordó el valor de la persona de Jesucristo en la historia del pueblo polaco –“un pueblo marcado por la cruz, pero también un pueblo marcado por su amor a la libertad, que sólo tiene su explicación última en su experiencia de Jesucristo”-, en la enseñanza de Juan Pablo II y en su propia experiencia con el pueblo polaco.  

De la enseñanza del Papa Juan Pablo II, el Arzobispo recordó las palabras que en una ocasión, antes de la caída del Telón de Acero, el antecesor de Benedicto XVI pronunció: “Arrancar a Cristo del corazón de los pueblos y de los hombres es un crimen de lesa humanidad”.  

En este sentido, Mons. Martínez explicó que “Cristo es esencial a nuestra propia comprensión y a nuestra propia vida como hombres. Cristo no es algo superpuesto a nuestra humanidad exterior, en el fondo superfluo, decorativo, opcional. Cristo es el amor infinito, hecho carne. Y como estamos hechos para el amor, y no podemos vivir sin el amor, necesitamos a Cristo, estamos hechos para Cristo. Por eso, los intentos de los poderes del mundo de separar a Cristo de la vida de la Iglesia y de la vida de un pueblo es un crimen de humanidad contra ese pueblo, no sólo contra la libertad religiosa, sino contra la propia humanidad, porque deteriora, empobrece, destruye nuestra propia humanidad”. 

“Precisamente, esa no separación de Cristo y lo humano hace que la vida de la Iglesia y la vida del pueblo estén tan estrechamente unidas en la historia y en la tradición polaca, y en la historia de la tradición de vuestra libertad”, señaló el Arzobispo.  

“No es diferente la obra de construcción social, de la construcción de la Iglesia, de la fe: las tres cosas van íntimamente unidas y eso es lo más rico, lo más bello, lo más grande de vuestra historia como pueblo y algo de lo que nosotros tendríamos muchas cosas que aprender”, afirmó Mons. Martínez dirigiéndose a la comunidad polaca asistente a la Eucaristía.   

Experiencia con el pueblo polaco
Respecto a su propia experiencia con el pueblo polaco, Mons. Martínez recordó una visita que realizó por primera vez a Polonia, en el año 1984, cuando vio a medio millón de personas reunirse, pese a las dificultades -porque no había ni trenes ni autobuses-, en la explanada que hay frente al monasterio de Chestokowa, lleno de tanques. En ese momento, “intuí lo que significaba saber que la Iglesia cristiana no era simplemente un grupo de gente que tenía unas ideas, sino que era un pueblo, de carne y hueso, hecho de relaciones humanas, tejido por un afecto humano”, explicó Mons. Martínez durante la homilía.

Definió al pueblo polaco como “un pueblo libre, en apariencia carente de libertad, capaz de resistir a esa libertad sostenido por su fe en Jesucristo”. “Vuestro ser iglesia y vuestro ser pueblo es lo que os ha hecho capaces de resistir momentos realmente difíciles, que están marcados por la cruz”, concluyó.

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