Tus heridas, Señor, son un puerta abierta para ver el corazón misericordioso de Dios

Reflexión de D. Antonio Muñoz Osorio, en la Plaza de las Pasiegas ante la Sagrada Imagen del Cristo de la Redención, durante la estación de penitencia del Jueves Santo, de la Cofradía del Santísimo Cristo de la Redención y Nuestra Señora de la Salud.

“Desde el mediodía hasta la media tarde vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde Jesús gritó: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» Uno de ellos fue corriendo; en seguida cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio de beber. Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu”. (Mt 27, 45-46.48.50).

Señor, tú nos anunciaste que el Hijo del hombre debería sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, por los jefes de los sacerdotes y por los escribas, morir en la cruz y resucitar.

Este es el camino de nuestra redención. Este es el camino del Mesías, del Justo: la pasión y la muerte en la cruz. Es el precio de nuestro rescate.

Señor, en la cruz tu experimentaste la angustia del sufrimiento, de la soledad, del abandono total… Colgado del Árbol de la Vida, entregaste el espíritu en manos del Padre, haciendo brotar la vida en abundancia y dando a luz a la nueva creación ya salvada. Tú te entregaste voluntariamente a la muerte para redimirnos y rescatarnos del poder de Satanás.

Al mirarte, contemplamos el misterio de la Cruz, tu entrega por amor, el don de ti mismo por la salvación del mundo. Señor Jesús, Tú has muerto para darnos la vida, con tu muerte has reconciliado todo, en tu muerte hemos aprendido la lección suprema del amor.

Señor tú nos dijiste que “el Hijo del Hombre no ha venido para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:45).

Gracias, Señor, por tu amor y por tu entrega. Las heridas de tu cuerpo hoy se convierten para todos nosotros en una puerta abierta que nos dejan ver el corazón de Dios lleno de misericordia y de ternura.

Perdona el vinagre de nuestro rechazo y de nuestra incredulidad, perdona la sordera de nuestro corazón a tu grito sediento que sigue subiendo desde el dolor de tantos hermanos.

Padre Nuestro que estás en el Cielo,
santificado sea tu nombre.
Venga a nosotros tu Reino.
Hágase tu Voluntad,
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día.
Perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.
No nos dejes caer en la tentación
y líbranos del mal.
Amén

Antonio Muñoz Osorio
Canónigo S.I Catedral de Granada
29 de marzo de 2018
Plaza de las Pasiegas, Jueves Santo

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