San José Benito Cottolengo

San José Benito Cottolengo

El último día del mes de abril la Iglesia recuerda a San José Benito Cottolengo. Presbítero piamontés conocido por fundar casas en donde acogía a pobres, enfermos y abandonados. Aquella “Casa de la Divina Provindencia” que fundó en el s. XIX es el origen de los “cotolengos” que conocemos en la actualidad.

Nació en mayo de 1786 en localidad italiana de Bra, primogénito de una familia de doce hijos. Creció por tanto en aquellos últimos años del s. XVIII marcados por la persecución religiosa nacida de la Revolución francesa. Con todas las dificultades implícitas, fue ordenado sacerdote con 25 años.

Era un pastor cercano a su grey. Los campesinos con los que vivía decían que había “más fe en el canónigo Cottolengo que en todo Turín”. Aunque ingresó en la congregación de canónigos de la iglesia del Corpus Domini deTurín, su vida tomaría otro rumbo.

Se topó con un caso dramático que marcó su vida. Una mujer francesa embarazada, que viajaba desde Milán a Lyon durante su sexto mes de embarazo, murió en sus brazos después de que los hospitales cercanos le negasen el asilo por ser extranjera y carecer de medios para costear el tratamiento.

Inspirado por la biografía de San Vicente de Paul, que había leído hacía poco, se desprendió de todo y alquiló una habitación con ello en 1828 con cuatro camas. Con la ayuda de un doctor, una farmeceútica y los recursos de una mujer viuda, nació el hospital “Volta Rossa”, cuya primera paciente fue una anciana paralítica sin recursos. En tres años había 210 internados y 170 asistentes.

En 1831 el hospital fue clausurado por una epidemia de cólera. José Benito no se desalentó, porque veía la mano de Dios detrás dela circunstancia. “¿Por qué esta orden, que parece absurda y sin piedad no puede ser providencial?”, se dijo. Así que se estableció en otro barrio y allí emergió la Pequeña Casa de la Divina Providencia, que en poco tiempo sería un hospital que recibía a decenas de miles de pacientes. Pío IX la llamaba “la Casa del Milagro”.

La casa se convirtió en un hogar de caridad, en el que todos son “buenos hijos” y para todos hay un trabajo adecuado que ocupa la jornada. El padre Cottolengo les decía a sus hijas espirituales: “Vuestra caridad debe expresarse con tanta gracia que conquiste los corazones. Sed como un buen plato que se sirve a la mesa, ante el cual uno se alegra”.

De su confianza en Dios nació esta obra. Sabía de sobra que la entrega y la confianza en Dios , en Él unidas, revertían en grandes milagros. «Si falta algo es porque confiamos poco o nos hacemos indignos». Tiene muchas otras frases célebres que hablan de su sensibilidad a la acción providencial de Dios: “el banco de la divina Providencia no conoce la bancarrota”.

Una epidemia de tifus llegó hasta Turín en el año 1842. José Benito Cottolengo, con 56 años, cayó gravemente enfermó y murió el 30 de abril. Su beatificación llegó en 1917 y fue canonizado en el 1934.

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