El domingo en la Catedral de Granada. El domingo, 28 de junio, la Diócesis de Granada está de enhorabuena, ya que tres jóvenes del Seminario Diocesano San Cecilio recibirán la Ordenación diaconal de manos del Arzobispo D. Javier Martínez, en la Santa Iglesia Catedral de Granada, a las 13 horas.
Esta Ordenación diaconal coincide con la celebración, hasta el 19 de junio de 2010, del Año Sacerdotal al que ha convocado el Papa Benedicto XVI y con la clausura del Año Paulino, el domingo 28, al que también convocó el Santo Padre el pasado 29 de junio de 2008, para celebrar el bimilenario del nacimiento del Apóstol de las Gentes, San Pablo.
Precisamente, este domingo es el último día para ganar el jubileo en la Diócesis de Granada con motivo del Año Paulino, decretado por el Arzobispo Mons. Martínez, que tiene como templos jubilares la Santa Iglesia Catedral –donde se celebrarán las Ordenaciones diaconales-, la Basílica Nuestra Señora de las Angustias y la parroquia de la Encarnación, en Motril.
Los tres jóvenes que recibirán de manos del Arzobispo la Ordenación diaconal son Javier Sabio, Francisco Javier Ortega y Francisco Manuel Fernández Adarve. Han escogido como lema para su Ordenación una cita extraída de Lucas 22, 27: “Yo estoy entre vosotros como el que sirve”.
Reproducimos a continuación una entrevista concedida por Francisco M. Fernández Adarve a la Delegación de Medios del Arzobispado de Granada, con motivo del próximo paso que va a dar en su vocación hacia el sacerdocio.
P.- Cuéntanos un poco sobre ti…
R.- Tengo 29 años y soy natural de un pueblo de la provincia de Jaén que se llama Cabra del Santo Cristo. Cuando me presento es normal que la gente se extrañe de que, siendo jiennense, esté a punto de ser ordenado para la Diócesis de Granada. Como es lógico, tiene su explicación. Con 14 años me vine a estas tierras por motivos de estudio (como tantos de mis paisanos al llegar a la edad del instituto, puesto que en mi pueblo no hay y estamos relativamente cerca de Granada). Sólo que, en mi caso, entré en el Seminario Menor de San Cecilio en la plaza de Gracia.
Allí viví durante cuatro años en los que hice BUP y COU, de los que guardo un recuerdo estupendo y algunos de mis mejores amigos y hermanos. Allí también tuvo lugar el despertar de mi vocación. De hecho, al terminar COU estaba casi decidido a dar el paso al Seminario Mayor. Pero finalmente decidí posponerlo un tiempo. Por eso comencé Ingeniería Informática al mismo tiempo que me integré en la parroquia de Nuestra Señora de las Angustias como catequista de jóvenes. Fueron unos años muy importantes de crecimiento y maduración en todos los sentidos.
P.- ¿Cómo fue tu entrada en el Seminario: quién os impulsó, de qué modo os disteis cuenta de que ésta es vuestra vocación?
R.- En mi caso (Dios hace una historia de amor particular con cada persona y en cada vocación…) fue un proceso largo (unos diez años…) que comenzó, como he dicho, en el Seminario Menor. Allí, en contacto con sacerdotes entregados al ministerio y con otros compañeros que vivían su vocación con muchísima alegría, fue naciendo la mía, casi como “por envidia”.
Poco a poco me daba cuenta de que la misma experiencia que estaban haciendo ellos podía ser (era ya) la mía. Como he dicho, finalmente pensé que sería mejor madurar todavía por algún tiempo el tema antes de seguir en el Mayor. Los años de la universidad fueron también una gracia de Dios. La vida de parroquia con los jóvenes me ayudó mucho a crecer en muchos aspectos y a madurar la vocación. Me daba cuenta de que seguía siendo algo importante en mi vida, algo de lo que no me podía olvidar.
También entonces fue fundamental el acompañamiento de algunos sacerdotes amigos que supieron hacer conmigo esa parte del trayecto. Al terminar la carrera, me daba cuenta de que había llegado el momento de tomar una decisión definitiva y que en cierto sentido tenía aplazada. Así, con mucha confianza (también con un poco de temor) me lancé poniéndome en manos de Dios y entré en el Seminario Mayor.
P.- La Ordenación coincide con un Año muy especial para los sacerdotes convocado por el Papa. ¿Qué significa para ti este Año Sacerdotal o qué deseas de este Año Sacerdotal para tu vocación?
R.- Es una feliz “coincidencia”. Lo pongo entre comillas porque en los planes de Dios no hay casualidades. Creo que será una gracia para toda la vida de la Iglesia. Y en particular para nosotros. Por lo pronto, seremos ordenados diáconos con el Año Sacerdotal recién comenzado. Después, será una ocasión única para profundizar en los aspectos más importantes de la vida de los sacerdotes en la Iglesia y en el mundo de hoy. Por eso, nos vendrá estupendamente como preparación a nuestra próxima ordenación de presbíteros.
Además, el viernes pasado, Solemnidad del Sagrado Corazón, con ocasión de las Vísperas que se celebraron en la Catedral de Granada y con las que dieron comienzo los actos del Año Sacerdotal, realizamos ante el Sr. Arzobispo las promesas de aquellos aspectos a los que nos comprometemos con la ordenación. Fue un modo estupendo de adentrarnos en este Año.
P.- ¿Por qué crees que hay escasas vocaciones entre los jóvenes?
Las razones pueden ser muy variadas, y supongo que no será fácil ponerlas de manifiesto. Lo que está claro es que Dios sigue llamando. Puede que haya menos jóvenes dispuestos a escuchar y a responder con la entrega de la propia vida. Y es posible que todo esto se deba a que falte auténtica vida cristiana.
Cuando en las familias se pierde el sentido cristiano de la vida, cuesta trabajo entender que él tiene un plan de amor para cada uno de nosotros. Parece como si las cosas que nos pasan tuvieran poco que ver con Dios, y como si las decisiones sobre nuestro futuro no dependieran nada de Él, sino sólo de nuestros gustos y proyectos.
P.- ¿En el camino que estás recorriendo para el Orden Sacerdotal, qué es lo que más te ha ayudado o qué te está ayudando?
Ha sido fundamental estos años vividos en el Seminario. Se trata de una auténtica familia en la que convivimos muy estrechamente tratando de revivir la experiencia que hicieron los Doce con Jesús. Por eso es fundamental “estar con Él”, sobre todo en la oración y en la Eucaristía. También es importante la formación que recibimos y el estudio de Filosofía y Teología. En estos años uno va descubriendo la historia que hace Dios en nuestra vida por medio de personas y de acontecimientos. Se siente también el apoyo y la compañía de la Iglesia en rostros concretos de personas que rezan por el seminario y por las vocaciones.
Los seminaristas con los que vivimos son como hermanos para nosotros, de manera que ahora que terminamos este tiempo de formación, se siente el desgarro de dejar una comunidad de fe en la se ha crecido tanto, al mismo tiempo que se tiene la necesidad de continuar adelante con esta aventura apasionante que es el sacerdocio.
P.- La sociedad actual hace muy difícil que los jóvenes, y por qué no, también adultos, se pregunten por el sentido y significado de su vida. ¿Qué dirías a los jóvenes que viven en una cultura dominada por el consumismo, el relativismo y el nihilismo?
R.- Pues justamente esto con lo que acababa la pregunta anterior. Que es una aventura apasionante que merece la pena ser vivida. Puede parecer que se renuncia a muchas cosas, y en este sentido, puede dar la impresión de que somos “bichos raros”, gente extraña a la que nos gusta complicarnos la vida con cosas que no hace ni entiende nadie. Sin embargo no somos tontos. Uno descubre que es muchísimo más lo que se recibe que lo que se deja: lo del ciento por uno que promete el Señor en el Evangelio es verdad.
En realidad, es un cambio en el que se sale ganando muchísimo. La vida está para darla, y sólo tiene sentido de verdad (en el fondo todos lo buscamos) cuando nos entregamos del todo a una persona (o a una Persona). Eso sólo es posible viviendo en cristiano, desde Dios, contando con Él y con su ayuda en nuestra vida. Después, esa entrega de la vida se hace concreta en el matrimonio o en la virginidad, según lo que Dios espera para nuestra vida.
Pero, en cualquier caso, se trata de vivir la única vocación cristiana que es al amor auténtico y a la comunión.
P.- ¿Con qué retos crees que te encontrarás en esta sociedad actual definida por parámetros inhumanos, es decir, por parámetros en los que se impide que la persona pueda descubrir su propia y verdadera humanidad?
R.- Creo que el reto más importante que tenemos por delante es seguir anunciando el Evangelio, es decir a Cristo, a los hombres de hoy, de manera que sea algo significativo para sus vidas. Hacerles comprender y experimentar que, aunque no lo sepan, buscan una plenitud que nunca podrán alcanzar por sí mismos, con sus planes. Que no se trata de perder nada, sino de ganar mucho.
Es necesario comprender a fondo los deseos, las esperanzas y los temores del corazón del hombre de hoy. Para eso hay que romper muchas barreras que se levantan en la sociedad, muchos prejuicios que hacen difícil que la gente pueda captar lo que hay de nuevo y de revolucionario en el Evangelio y en la vida de la Iglesia.