Ofrecemos la carta del Arcirprestazgo de Cartuja remitida a la Redacción del Secretariado de Medios de Comunicación Social del Arzobispado, con motivo de la celebración de la Natividad del Señor.
La Navidad es ante todo, y sin lugar a dudas, Misterio y Cercanía. En estos días gozosos de la Navidad la liturgia cristiana proclama que “Hoy nos ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor” pero es cierto que, en estos últimos tiempos, el contenido religioso de la Navidad se está diluyendo de un modo progresivo llegando a quedar reducida a un tiempo de consumismo o, en el mejor de los casos, a una fiesta familiar donde las buenas intenciones y los mejores sentimientos se manifiestan aunque dejando de lado, en muchos casos, la celebración y vivencia del gran acontecimiento revelado de la comunicación de Dios en su Hijo a todos los hombres y mujeres de todos los tiempos, queriendo establecer una historia de amor con cada una de las personas, sus hijos e hijas.
Es cierto que la experiencia del amor se vive en la existencia humana amando y por eso Dios mismo ha querido mostrarnos su incondicional amor haciéndose uno de nosotros/as en su Hijo. Nuestra fe expresa esta relación de Dios con el ser humano por medio de la Palabra, instrumento sin igual de comunicación con ese gran poder de creación y transformación que tiene en sí misma como confesamos en cada eucaristía cuando proclamamos que “no soy digno de que entres en mi casa pero una palabra tuya bastará para sanarme”. Hablar es actuar y Dios lo ha querido hacer mostrándonos además su amor en la Encarnación de su Hijo bajo unas condiciones muy concretas, no de cualquier manera, para que de este modo nada de lo humano le sea ajeno.
Lo que los Evangelios nos narran de modo claro es que Jesús nació pobre en un establo, rodeado de animales y, como diríamos hoy, en una situación de exclusión, al margen de la comunidad humana, recibiendo los pastores, considerados en aquel tiempo como uno de los oficios más detestables, la llamada por medio de los ángeles para recibir a Jesús. Estos sencillos pero profundos datos revelados no pueden pasar, sin más, desapercibidos sino que deben conformar nuestro ser y actuar en esta sociedad y en nuestras relaciones con los demás. La vida entera puede llegar a configurarse por estos datos tan humanos, que son hechos, si los hacemos nuestros y los vamos asumiendo de modo natural llegando Jesús a representarnos ese modelo de humanidad donde podemos mirarnos y vislumbrar lo que cada uno de nosotros/as estamos llamados a ser en este mundo.
Jesús, con sus palabras y con su vida, nos ha trazado el camino de nuestra más profunda realización, el sentido de nuestra vida y, en definitiva, el de nuestra felicidad al primar el ser sobre el tener, la solidaridad sobre el egoísmo, la empatía sobre la indiferencia. Nuestras limitaciones no deben ser óbice para desanimarnos y ver lo lejos que estamos de ese ideal que Dios nos ha propuesto, sino todo lo contrario, agradecer continuamente ese horizonte al que nos dirigimos y la esperanza de que el Reino de Dios por el que Jesús dio su vida es un proyecto personal, social y comunitario que se va construyendo en la historia concreta de cada día en nuestra familia, en nuestro trabajo, en nuestro barrio, hasta que lleguemos a vernos todos como hermanos e hijos de un mismo Padre.
Qué duda cabe que nuestras sociedades afrontan retos muy importantes en este momento crucial de la historia donde tantas personas y pueblos sufren un sinfín de notables faltas de respeto a sus dignidades e identidades pero el camino de una profunda humanización está definido por Dios, y barruntado por nosotros, que ya anunció por medio del profeta Isaías que nacería un niño como signo de que Dios no abandonó a su pueblo a su suerte sino que Él es la única salvación y quiere que todo ser humano llegue a la plenitud a la que está llamado. Aquél anuncio de salvación sigue siendo hoy buena noticia para los que siguen confiando en el Dios fiel que no retira su palabra aún en los momentos que a muchos de nosotros puedan parecernos de silencio u oscuridad.
Como cristianos/as del arciprestazgo de Cartuja queremos ser conscientes de este inmenso regalo y comunicar al mundo entero, especialmente a los más pobres, que Dios, por su gracia, es propuesta de salvación que conecta con la necesidad imperiosa que tiene el corazón humano de anhelar una respuesta al misterio que nos envuelve gracias a esa dimensión trascendente que nos pertenece y que sobrepasa e incluye las necesidades básicas de supervivencia, tales como el disponer de un trabajo decente, de una alimentación sana y equilibrada, de una vivienda digna, de un suministro ininterrumpido de luz eléctrica, de una educación y de una convivencia intercultural e interreligiosa, entre otras muchas. A nosotros/as nos toca, de un modo humilde pero convencidos por esta experiencia de encuentro con Jesús como plenitud de lo humano, ser testigos, no solo de palabra sino también con nuestras acciones, de esta oferta salvadora que intuimos como horizonte y ámbito de humanización.
Arciprestazgo de Cartuja de Granada