El religioso claretiano falleció en Granada en la tarde del 11 de mayo. Nació en Montillana (Granada), el 27 de diciembre de 1948.
Ingresó en el seminario menor claretiano de Loja (Granada) en 1960, tras haber cursado los estudios de primera enseñanza en el Colegio de los PP. Escolapios de Granada. Realizados los cuatro primeros cursos de bachillerato en Loja, pasó al Postulantado de Don Benito (Badajoz). En julio de 1965 comenzó su noviciado, y profesó por vez primera al año siguiente. Sus estudios de Filosofía los realizó en Loja y los de Teología en Salamanca y Granada. En 1973 emitió su profesión perpetua, siendo destinado en el verano de ese mismo año a Loja como coadjutor de novicios. Fue ordenado de diácono el 12 de diciembre de 1973 y, pocos días después, el 21, de presbítero, en la Iglesia de San Antón de la capital granadina. El Obispo ordenante en ambas ocasiones fue Mons. Emilio Benavent Escuín, Arzobispo de Granada.
Su estancia en Loja como coadjutor de novicios finaliza en 1975, siendo destinado entonces a Roma para realizar estudios de especialización en Sagrada Escritura en el Pontificio Instituto Bíblico. Finalizados éstos en 1979 con la obtención del título de Licenciado, es enviado a la comunidad de Granada-Teologado donde ha permanecido de manera ininterrumpida hasta el día de hoy. Desde su llegada a Granada comenzó a impartir clases como profesor auxiliar de Sagrada Escritura en la Facultad de Teología, al tiempo que prosiguió en sus estudios de especialización. Éstos le llevaron a obtener el título de Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad Civil de Granada y el de Doctor en Teología Bíblica por la Facultad de Teología de dicha ciudad. En 1994 fue elevado a Catedrático de Sagrada Escritura en la Facultad de Teología.
Su ministerio estuvo ceñido básicamente a la enseñanza superior, desplegando una gran actividad no sólo como profesor de diversas materias de Sagrada Escritura en los diferentes ciclos de estudio de la Facultad, sino también como prolífico autor de libros y artículos relacionados con la Palabra de Dios, la espiritualidad y la poesía religiosa. Fueron también innumerables las charlas formativas y los cursillos que impartió sobre temas relacionados casi siempre con la Palabra de Dios, beneficiándose de los mismos muchos sacerdotes seculares, religiosos/as y laicos. Por lo demás, supo compaginar bien todo eso con otras actividades ministeriales relacionadas con la formación o con la atención a diversas parroquias rurales del Valle de Lecrín (Granada).
El P. Francisco deja el testimonio de una vida misionera en la que supo integrar armónicamente, ya desde la etapa de su formación inicial, el estudio, la piedad y el apostolado. Su espiritualidad fina y delicada, tal vez proveniente de su intenso amor a la Virgen, estuvo anclada en una fe profunda, madura y bien ilustrada, así como en una intensa y honda vida de oración, tanto personal como comunitaria, que se vertía después con toda naturalidad en su acción misionera. “Por dentro, navega en Dios”, dijo de él en cierta ocasión, lacónica pero hermosamente, un compañero de comunidad. Nos deja también el recuerdo de una serie de cualidades de carácter y de virtudes que le hicieron muy apto para la vida de comunidad y el ministerio apostólico: bondad, afabilidad, alegría, ecuanimidad, sociabilidad, servicialidad, sencillez en sus formas y modo de aparecer, gran capacidad para la comunicación y la búsqueda de conciliación, flexibilidad para acomodarse a las diversas circunstancias, etc. Puede decirse que su gran capacidad emocional, junto con un hábito bastante desarrollado de reflexión, hizo de él un misionero de intensos sentimientos y profundas convicciones. Por eso, los gestos más comunes de la vida se le imprimían con toda naturalidad en su alma y, después de reflexionado, trataba de imprimirlo a su vez, así enriquecido ya, en el interior de las gentes. Tenía para eso un don singular, conjugando simultáneamente una fácil sencillez, que lo hacía asequible a la mayoría de la gente, con una ‘extraña’ profundidad que cautivaba y hacía pensar sintiendo.
Probado en el sufrimiento en la última fase de su vida supo afrontarlo y llevarlo con gran elegancia cristiana, como lo demuestra, por ejemplo, el haber asistido con toda naturalidad al último encuentro formativo o a los Ejercicios Espirituales.
Entre sus obras destacan: El Espíritu en el libro del Apocalipsis, Salamanca 1987, Comentario al libro del Apocalipsis, Madrid 1990, El Señor de la Vida, Salamanca 1990, Iglesia de testigos, Granada 1993, Estoy a la puerta y llamo, Salamanca 1999, Revelación de amor. A zaga del Cantar de los Cantares, Madrid 1991, La canción del Nacimiento, Madrid 1993, La Nueva Jerusalén. Esperanza de la Iglesia, Salamanca 1998, Un padre tenía dos hijos, Verbo Divino, María, belleza de Dios y madre nuestra, Verbo Divino, Leer la Biblia como Palabra de Dios, Verbo Divino, El Cristo de san Damián, Apocalipsis. Comentario didáctico a la Biblia, El Cristo de san Damián y san Francisco de Asís, La Virgen del Perpetuo Socorro, A la sombra de Dios Trinidad; Sonetos de Jesús crucificado, El Espíritu, fuente viva del amor.