Entrevista al Arzobispo de Tánger, Mons. Santiago Agrelo

Publicada en exclusiva en el Semanario diocesano Fiesta de Granada y Guadix el 9 de marzo, con motivo de su visita a Granada el pasado día 7 para participar en el XI Encuentro de Formación Misionera para Laicos –Interfranciscana-, donde habló de la fuerza evangelizadora del amor.

Mons. Santiago Agrelo es franciscano y Arzobispo de Tánger. Conoce muy de cerca la dura y difícil vida de aquellos que no tienen nada para comer y buscan una vida mejor cruzando fronteras. Con motivo de su visita a Granada, el Arzobispo de Tánger nos habla de la caridad, el ayuno, la Cuaresma y la evangelización. Es a Cristo a quien comunicamos y «no llevaremos la buena noticia si no hemos sido ungidos y enviados, si no vamos a los pobres».

¿Por qué vemos a los inmigrantes, hermanos nuestros, como amenaza?

Se trata de ‘desconocidos’, y eso ya es un primer motivo de prevención.

Ese vacío de conocimiento lo llenamos con prejuicios, que suelen ir acompañados de connotaciones negativas hacia determinadas categorías de personas: sudacas, moros, negros…

Al prejuicio se suma la información parcial, o sesgada, o sencillamente manipuladora: «nos invaden», «nos vienen a quitar el trabajo», «son delincuentes», «son agresivos», «llegan a decenas de miles», «asaltan las vallas de nuestras fronteras»…

Y a todo ello se añade una política de «fronteras impermeables», que, ella también, con sus objetivos y sus adjetivos, hace pensar en lo peligrosos que deben de ser esos chicos a los que, como sea, hay que mantener fuera de «nuestro» país.

¿Cómo debe ser nuestra compañía y/o presencia junto al pobre?

No me lo preguntéis a mí, sino al Espíritu de Jesús, al Espíritu que ungió a Jesús y lo envió a los pobres, para que les llevase la buena noticia. Del Espíritu es la unción, suya la misión, suya la buena noticia.

No llevaremos la buena noticia si no hemos sido ungidos, si no hemos sido enviados, si no vamos a los pobres, a esa tierra de Dios que el Espíritu del Señor nos indicará. No la llevaremos si no la conocemos, si no la hemos recibido, si no la hemos experimentado. No la llevaremos si no nos hemos encontrado con Cristo Jesús, con el Ungido que nos ha tocado, nos ha curado, nos ha iluminado, nos ha perdonado, nos ha redimido, nos ha justificado, nos ha dado nueva vida, nos ha glorificado.

Junto al pobre estamos como pobres y como presencia viva de Cristo en medio de ellos.

¿Qué hacer para que la Iglesia no sea una ONG, sino capaz de comunicar la fe, una vida que sólo Cristo llena?

Me cuesta muchísimo trabajo creer que alguien pueda confundir a la comunidad cristiana con una ONG.

La comunidad cristiana es el cuerpo de Cristo: se mueve, lo dije ya, a impulsos del mismo Espíritu y obedece al mismo Padre. En la comunidad cristiana, por la fe, la esperanza y la caridad, los latidos de cada corazón se acompasan al latido del corazón de Cristo. En la comunidad cristiana, Cristo continúa bajando hasta los caminos de los pobres, a lo hondo de la existencia humana, a la cruz de cada crucificado; y lo hace, también en nosotros, como Hijo, con la confianza del Hijo predilecto de Dios, con su amor de Hijo.

A nosotros se nos ha de encontrar siempre entre los pobres, también cuando nada tengamos que llevarles para remediar su necesidad: nos quedará siempre, para compartir con ellos, la esperanza que ahonda sus raíces en el amor del Padre.

Si alguien confundiese eso con una ONG, creo que se trataría de una confusión interesada.

Cómo distinguir entre caridad y filantropía, para que nuestro obrar sea un testimonio de vida cristiana.

No veo ninguna razón para que se haya de hacer distinciones entre caridad y filantropía. El Casares define así la filantropía: «Amor al género humano. Altruismo». Y ambas entradas, amor y altruismo, me parece que sirven para describir lo que Dios nos ha revelado de sí mismo en Cristo Jesús. Dicho de otro modo, me parece que amor y altruismo sirven para describir, con la pobreza de nuestras palabras, la caridad que es Dios.

Cuando alguien te pregunte por qué lo amas de esa manera, entonces necesariamente le hablarás de tu Señor, de Cristo Jesús, del amor que es Dios y que se te ha manifestado en Cristo Jesús.

Está con un grupo de jóvenes en Granada procedentes de distintas Diócesis para participar en el Encuentro, más conocido como Interfranciscana. Qué les dice a estos jóvenes; qué mensaje quiere que retengan en su corazón cuando le escuchen hablar.

Voy a hablarles de la fuerza evangelizadora del amor, de lo necesaria que es, para decir bien de Dios, la verdad del amor. También les hablaré de fronteras: los creyentes hemos de movernos con la pericia del contrabandista en las fronteras de Dios, en las fronteras de la verdad, en las fronteras de la a-normalidad, en las fronteras de los pobres, en las fronteras del no poder. Y si me preguntan, hablaremos también de emigrantes, e intentaré ayudar para que los vean con otros ojos.

El mensaje que espero se quede para siempre en su corazón es Cristo: de Él nace el mensaje; Él es el mensaje; espero que Él esté en todas mis palabras.

¿Y a los jóvenes que cada vez menos oyen hablar de Dios o no le conocen?

Puede que de Dios hayan oído hablar demasiado y que no les haya interesado lo que han oído. De ahí que, abandonado el Dios de nuestras palabras, se hayan entregado a otros evidentemente más concretos, más atractivos, más cercanos, más seductores.

Se ha hecho urgente que cambiemos nuestro «modo de comunicar el mensaje». Dios es evangelio, buena noticia, no fardo pesado sobre las espaldas de los pobres. Dios es gracia, reconciliación, perdón, misericordia, ternura, justificación –hace justos con su justicia-.

Si pidiese a San Francisco palabras para hablar de Dios a los jóvenes, el me daría las de sus «alabanzas al Dios altísimo»: «Tú eres el bien, el todo bien, el sumo bien, Señor Dios vivo y verdadero. Tú eres el amor, la caridad; tú eres la sabiduría, la humildad, tú eres la paciencia, tú eres la belleza, tú eres la mansedumbre, tú eres la seguridad, tú eres el descanso, tú eres el gozo, tú eres nuestra esperanza y alegría, tú eres la justicia, tú eres toda nuestra riqueza y satisfacción». Cada uno de nosotros puede continuar su letanía de nombres para Dios, nombres que Dios se ha ganado para sí amándonos. Puede que no hallemos tantos como Francisco, pero alguno habrá que sea nuestro y que nos hable directamente al corazón.

El leguaje de la predicación tendría que ayudarnos a encontrar ese nombre nuestro para Dios: «Tú eres la belleza, tú eres la mansedumbre, tú eres el protector, tú eres nuestro custodio y defensor; tú eres la fortaleza, tú eres el refrigerio. Tú eres nuestra esperanza, tú eres nuestra fe, tú eres nuestra caridad, tú eres toda nuestra dulzura, tú eres nuestra vida eterna, grande y admirable Señor, Dios omnipotente, misericordioso Salvador».

Cómo vive usted la Cuaresma y cómo invita a vivirla, así como la Semana Santa.

La Cuaresma, como los cuarenta días de Jesús en el desierto, representa la totalidad de nuestra vida y el conflicto que cada uno de nosotros vive en su relación con Dios. Para quienes encierran a Dios en palabras de ideología, la única Cuaresma posible es la que se identifica con determinadas prácticas externas. Para quienes Dios es misterio, la Cuaresma –la vida- es tiempo de búsqueda humilde, de renuncia a todo poder –retirada al desierto, ayuno-, de reconocimiento de la soberanía absoluta de Dios sobre nuestra vida, de aceptación de nuestra condición humana; la Cuaresma es escuela de confianza, una confianza que en el misterio de la cruz se hará puro abandono en Dios.

Entramos con Jesús en el desierto, en los cuarenta días, para aprender a escuchar como Jesús, a obedecer como Jesús, a amar como Jesús, a ser hijos en el Hijo de Dios.

Qué significa el ayuno y la abstinencia que nos propone la Iglesia en este tiempo de Cuaresma.

Significa reconocer el señorío de Dios sobre nosotros y ponernos en situación de confiar en él, pues somos para Dios mucho más que los lirios del campo o las aves del cielo.

Significa también sentar a la mesa de nuestra vida a los pobres, pues no ayunamos para pasarlo mal, sino para dar de comer; no oramos para satisfacer nuestro egoísmo, sino para que venga el Reino de Dios a los pobres; no damos limosna para satisfacer nuestra vanidad, sino para restituir lo que debemos a los hijos de Dios que sufren.

Paqui Pallarés

Publicado en el Semanario Fiesta, Nº 1049

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