“El Evangelio y la sabiduría de Dios es para llevarlo a nuestra vida”

Homilía del 7 de septiembre de 2025, domingo XXIII del Tiempo Ordinario, por nuestro arzobispo Mons. José María Gil Tamayo.

Queridos sacerdotes concelebrantes,

Diácono,

Queridos hermanos y hermanas,

Estamos celebrando esta Eucaristía en este domingo ya de septiembre. En este día del Señor, ya con el curso comenzando. Pero la Palabra de Dios que hemos escuchado en esta Misa de la Palabra, esta primera parte de la Eucaristía, nos trae unos ingredientes especiales. Que son continuación de lo que venimos escuchando a lo largo del mes de agosto.

Por una parte, el Antiguo Testamento, tomando pie de los libros sapienciales de la Sagrada Escritura, nos invita a pedir esa sabiduría que nace de la fe, esa sabiduría que nace de la mirada del creyente. Esa sabiduría, en definitiva, que después en el Nuevo Testamento se verá personificada en el mismo Cristo, que es el Verbo de Dios que se ha hecho carne.

Ese atisbo progresivo del conocimiento de Dios, que va desentrañando las realidades profundas y los anhelos del ser humano a los que la fe le dar respuesta según la revelación de Dios. Y hoy nos hace una reflexión el libro de la sabiduría, en definitiva, viene a hacernos caer en la cuenta de la realidad del hombre que es limitada y que frente a Dios y su conocimiento se encuentra muy limitado.

Solo Dios puede ser conocido realmente cuanto es revelado por Él mismo. Cuando Él nos da su sabiduría. Esa sabiduría que es el mismo Cristo encarnado. Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre, dice Jesús, a Felipe. A uno de sus apóstoles, cuando le dice: Muéstranos al Padre, y nos basta. El mismo Jesús habla de que los sencillos, los sencillos de corazón son los que realmente conocen a Dios.

Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los sencillos. Y dice Jesús: Nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre, sino el Hijo, aquel a quien el Hijo se lo quiso revelar. Y Jesús nos ha mostrado plenamente el misterio de Dios. Un Dios que es Padre, que es misericordia. Un Dios que se nos ha hecho… Se nos ha mostrado en su Hijo Jesucristo, el Verbo encarnado, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. Luego, nos dice también la Sagrada Escritura: Por y para él fueron creadas todas las cosas.

Y ese Dios que es Padre, que es Hijo, nos envía su Espíritu, que es el que obra en nosotros, hasta el punto que no podemos decir ni tan siquiera Jesús es el Señor, si no es por el Espíritu Santo. Él es el que abre nuestros corazones plenamente con esa iluminación de la gracia para conocerlo.

Nos dice San Pablo, en una de sus cartas, la carta a los Efesios, creo recordar, Dios les conceda espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que llama, cuál es la riqueza de gloria que da en herencia a los santos. Somos unos afortunados porque Dios se nos ha manifestado.

Y en la lectura proclamada del Evangelio, el Señor sigue poniéndonos los perfiles del cristiano, mostrándonos qué es lo que espera de un discípulo de Cristo. Hemos venido a lo largo de estos domingos en que el Señor, con diversos ejemplos, nos ha hablado de que tenemos que estar desposeídos, desprendidos de las cosas de la tierra y que tenemos que buscar los bienes de allá arriba.

El Señor nos ha invitado incluso tomando pie, cuando los propios discípulos, pues tratan entre ellos de competir y de ocupar los primeros puestos, nos ha puesto ese ejemplo. El Señor nos ha dicho que los últimos serán los primeros, los primeros, los últimos. Que tenemos que ganar en humildad, acordaros el domingo pasado.

Y hoy ¿de qué nos habla el Señor? Pues precisamente con esa serie de exigencias enlazadas del Evangelio de San Lucas, nos habla de la primacía de Dios. Es lo primero que nos muestra hoy el Evangelio. Y Jesús mismo se arroga esa primacía. Hay un libro de un rabino judío querido, muy querido por el Papa Ratzinger en su obra Jesús de Nazaret lo cita. Este judío, estudioso de las Sagradas Escrituras, rabino, profesor en Florida o ya antiguo profesor, este hace una especie de ensayo novelado en que acompaña a Jesús siguiendo el parámetro de las enseñanzas de San Mateo, que es un evangelio dirigido a judíos que se han hecho cristianos, y va diciendo que hay muchas enseñanzas de Jesús que ya estaban explicadas expuesta por los rabinos judíos tomadas de la Torá, de la ley. Pero llega un momento como este que acabamos de escuchar, en que Jesús se pone en el lugar de Dios. Y entonces el rabino en esa novela abandona a Jesús. Ya no puedo seguirte, ya te vas por otro camino. Ya te estás proclamando tú mismo Dios. Te estás poniendo en el lugar de Dios.

Pues claro que sí. Cuando el sumo sacerdote interroga Jesús: te conjuro por el Dios vivo, que nos diga si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios. Jesús dijo: Tú lo has dicho. Y veréis al Hijo del Hombre venir con gran poder y gloria. Este se proclama Dios. Y esta es la peculiaridad cristiana, Jesús es el Hijo de Dios.

Pero hoy ¿qué nos exige a sus discípulos? La primacía de Dios en un mundo secularizado como el nuestro. Si tuvieras que hacer una clasificación en tu vida y pensar qué es lo primero en mi vida, ese primer mandamiento de la ley de Dios: Amarás al Señor con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas. ¿Es realmente el primero para ti?

¿Realmente Jesús es tu Dios y tu todo? Jesús es no anteponer nada a Cristo, que nos dice San Cipriano y San Benito. ¿Realmente qué cosas hay antes de Cristo en tu vida de cristiano? Tu orgullo, el dinero y poder, la sensualidad. Pues hoy Jesús nos dice: El que antepone a su padre o a su madre, a sus hijos, a sus hermanos, el que no, lo dice en negativo, el que no antepone a su padre a su madre, el que no pone después de mí…

Incluso a sí mismo no se pone en último lugar, no puede ser discípulo mío. Luego, queridos hermanos, aquí tenemos todos cambiar. Tenemos que reordenar el orden de preferencias de nuestras vidas. Tenemos que mirar la vida con la dimensión de un hijo y una hija de Dios, donde Dios es lo primero. Esta es la gran exigencia del Reino de Dios, la primacía de Dios, la primacía de Cristo.

Que Cristo esté en el primer lugar de nuestra vida. Y lógicamente, la segundo exigencia de Jesús que nos muestra el Evangelio hoy es que tome su cruz de cada día y le siga. Quien no toma su cruz de cada día y me sigue no puede ser discípulo mío. Y esa cruz, no solo en Semana Santa, esa cruz no solo de adorno. Esa cruz en medio de las encrucijadas de nuestra existencia, en el dolor, en el sufrimiento, en la incomprensión.

Lo que sí, no podemos ser nosotros cruces para los demás. Pero sí, como Cirineo, nosotros tenemos que llevar la cruz con Jesús. ¿Cuál es mi cruz? ¿La llevo con un sentido cristiano? Mi cruz de verdad, no esa cruz que a veces nos inventamos, sino esa cruz real en nuestra vida y que va apareciendo, porque en la vida salimos de un problema, encontramos otro. De una dificultad, encontramos otra y a veces sorpresivamente nos viene la enfermedad, la incomprensión, la soledad, la debilidad de nuestra condición humana. Realmente tomamos la cruz con un sentido cristiano o nos desespera. Segunda exigencia de ser cristiano.

La tercera exigencia de Jesús: el que no deja todo lo que tiene, el que no se desprende… No significa que nos quedemos sin lo necesario, pero sí en qué tenemos puesto el corazón. Donde está tu tesoro, allí estará tu corazón.

Nos dice Jesús: No podéis servir a Dios y al dinero. ¿Realmente nosotros estamos desprendidos? Y no es cuestión de una cantidad, no es cuestión, pero sí ¿ocupa nuestro corazón, nuestras preocupaciones, el tener más, el ser mejores? Luego, examinemos de esto. Pidámosle al Señor esa sabiduría que nace de la fe, esa sabiduría que nace de su Palabra, esa sabiduría que nace de la revelación.

Y en la segunda lectura, queridos amigos, una carta entrañable hemos escuchado, pequeña. Es de las cartas más pequeñas del Nuevo Testamento. Es una carta de San Pablo a Filemón. No es de los cuentos, no es de los tebeos, es un cristiano discípulo de San Pablo que tenía un esclavo, como hemos escuchado, Onésimo, que coincide con San Pablo en Roma, en la prisión. San Pablo lo hace cristiano, se hace cristiano.

Y sabéis que la pena para un esclavo evadido entonces era la muerte y se los devuelve a Onésimo. Y le pide que lo trate como hermano. Que ha perdido un esclavo pero ha ganado un hermano. Fijaros cómo ya la sabiduría del Evangelio, las exigencias éticas del seguimiento de Jesús, se llevan a la vida. Después se pervierten en esclavitudes incluso entre cristianos, desgraciadamente.

Pero Dios ni legitima la guerra, ni legitima la esclavitud, ni legitima la pena de muerte. Hemos ido envolviendo, con teorías nuestras. No fue así desde el principio.

Queridos amigos, aprendamos cómo el Evangelio y la sabiduría de Dios es para llevarlo a nuestra vida. Y es lo que han hecho estos dos santos que hoy han sido canonizados por el Papa León, uno un joven Carlos Acutis, un chico joven.

Es más, la segunda lectura de la misa de hoy de su canonización la ha hecho un hermano suyo de 15 años. Ha estado su madre en la canonización. Un santo de nuestro tiempo. Es posible la santidad. Es posible seguir a Jesús. Es posible vivir según el Evangelio. El otro santo, san Giorgio, san Pier Giorgio, otro santo italiano del siglo pasado, pero que muere joven y que se entrega a los pobres.

Seglar también, para que veáis que no hay que meterse a cura y monja para ser santos, sino que el Señor nos llama a todos a la santidad.

Pues vamos a pedirle a la Virgen que ella, que es asiento de la sabiduría, que nos dé la lógica de Jesús, para ponerlo en primer lugar, para tomar nuestra cruz de cada día y para no estar apegados a las cosas.

Que así sea.

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