Uno de los voluntarios de la pastoral penitenciaria, Francisco Salvador, recibió el pasado 24 de septiembre, día de la Patrona de Nuestra Señora de las Angustias, un reconocimiento a su labor en las cárceles por parte de las Instituciones Penitenciarias.
Tras seis años dedicado a la pastoral penitenciaria y el recibimiento de este galardón, nos ponemos en contacto con Francisco para preguntarle un poco por su labor en el ámbito penitenciario.
-¿Podría hablarnos un poco de su labor como voluntario dentro de esta pastoral?
“En la pastoral hay muchos voluntarios que hacen muchas actividades, talleres psicológicos, de costura o de enseñanza de la lengua española, como es mi caso. Todos estos grupos colaboran o van a hablar con los presos por su referencia a Jesús, en función de nuestra adhesión a Cristo”.
-Después de haber sido premiado con el reconocimiento de Instituciones Penitenciarias, ¿qué es lo que puede decir que aporta usted en particular en su trabajo en la penitenciaría?
“El premio ha sido un premio no merecido, pero esa es la tradición de que todos los años las Instituciones Penitenciarias quiere premiar la labor de distintos grupos, instituciones, etc., que colabora con la actividad de Instituciones Penitenciarias en las prisiones. (…) La aportación que yo puedo hacer es una formación humana, una atención a las necesidades que tienen algunos internos de poder mejorar su nivel cultural, y eso creo que forma parte de la acción cristiana de ayudar a aquellos que tienen más necesidades”.
-¿Qué es lo más duro y lo más gratificante de trabajar en las cárceles?
“Lo más duro es la constancia que esto requiere, pudiendo estar yo como jubilado dedicando el tiempo libre a otras cosas. Esto es un poco lo que puede ser más pesado o difícil. Por el contrario, hay una enorme satisfacción de ver que van progresando y que se obtienen algunos beneficios. Sobre todo por la satisfacción que tienen al poder encontrar a alguien que les ayude y, en los márgenes de lo que es la actividad de la enseñanza, poder hablar y poder comunicarse, a veces con sus intimidades, sus problemas y sus situaciones. (…) Yo que llevo más de cuarenta años dando clase, que he tenido miles y miles de alumnos, les digo que creo que ellos son mis mejores alumnos. Ellos se sonríen y me dicen que eso no será verdad, con el bajo concepto que tienen de sí mismos, pero yo se lo digo sinceramente. (…) Lo cierto, y yo se lo digo, es que yo aprendo de ellos tanto como ellos aprenden de mí. Yo puedo enseñarles conceptos o ciertos valores incluso, dentro de la enseñanza de la literatura, pero ellos también me enseñan a mí”.
-¿Qué fue lo que le llevó a trabajar allí?
“Bueno, fue una cosa accidental, como la llamada de Zaqueo bajando del árbol. Una persona que hay como ayudante de la cárcel, que nosotros la llamamos coloquialmente como “la capellana”, fue la que me encontró un día por la calle y me invitó, me preguntó si yo podía ir a la prisión. Me quedé desconcertado, preguntándome ‘¿y qué es lo que puedo hacer yo en la prisión?’, ella me dijo que muchas cosas, como talleres y demás. Entonces dije que quizás podría ir a enseñar Lengua, que ha sido mi profesión durante muchos años. Fue una cosa casual, pero yo creo que fue como una llamada, creo que fue una llamada personal de Jesús”.
-¿Qué es lo que usted puede echar en falta en el entorno de las cárceles?
“Aparte de situaciones materiales, de más personal que atienda de cara a poder tener un poco más de libertad organizativa, yo creo que lo que más echan de menos los internos es la relación con personas de fuera. Los que están allí están por lo general día y noche, y son siempre los mismos funcionarios. Entonces, lo que más pueden echar en falta son personas con las que puedan entablar contacto y relación”.
Ignacio Álvarez
Secretariado de Medios de Comunicación Social
Archidiócesis de Granada
