Crecer en comunidad. Crear comunidades fraternas

Ofrecemos esta carta de Pascua remitida por el Hermano de la Fraternidad Franciscana en Granada, D. Severino Calderón, como ayuda que permita entender la importancia y la forma de la comunidad cristiana.

Queridos amigos y hermanos: Que el Señor resucitado os conceda la paz.

1.- Importancia de la comunidad

Al igual que el árbol para dar fruto requiere de una tierra debidamente preparada y de cuidados, así el cristiano ―o el que busca adherirse al seguimiento de Jesús― necesita de una comunidad donde crecer y desarrollarse. Sin una comunidad cristiana, que respalde los procesos de crecimiento en la fe, se tienen pocas posibilidades de sobrevivir. Nos atrevemos a decir que donde no haya comunidad tampoco habrá referencias adónde acudir ni pertenencias a las que adherirse.

Según los Hechos de los Apóstoles, cristianos son los que comparten y coparticipan, y la comunidad cristiana de Jerusalén se ve idealizada en tres sumarios (Hch 2,42-47; 4,32-35 y 5,12-16). Donde haya una comunidad con los rasgos que se nos describen en los Hechos, visualizaremos a los hermanos que «pensaban y sentían lo mismo, lo poseían todo en común y nadie consideraba como suyo propio nada de lo que tenían»; así los hermanos iban creciendo y se adherían al seguimiento de Jesucristo muerto y resucitado.

Cuando no hay comunidad o adonde hay grupos de personas en donde su fe está muerta o adormecida porque les faltan obras, signos… donde los procesos de fe no desembocan en una fraternidad, porque no se sienten atraídos por aquello que languidece… en vez de que la luz brille en lo alto de un monte, «la han colocado debajo del celemín y no ilumina ni siquiera a los de la casa» (Mt 5,15).

Pero donde hay comunidad se podrán iniciar procesos de adhesión para vivir según el proyecto de Dios. Estas comunidades fraternas vivirán al calor de la Palabra y de los hermanos, surgirán ahí hombres y mujeres que se sentirán atraídos por ese mensaje liberador de Cristo del que dan testimonio los cristianos. Comunidades que ponen en marcha procesos, que se comprometen con cuidar todo lo que engendran en la fe, acompañarlos a lo largo del crecimiento hasta que maduran cuando se incorporan de modo pleno al proyecto de vida comunitario, viviendo el Santo Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, creando comunidades fraternas para el servicio del Reino.

2.- Al servicio del Reino

Las comunidades se destacan por su servicio a los demás y por la preparación que ofrecen a otros en la transmisión del mensaje íntegro del Evangelio, con toda la fuerza renovadora que de él procede. Se sirve en la acogida a otros, orando por ellos y con ellos, estimulándolos y acompañándolos en su caminar e iniciándoles en toda tarea de liberación ―tarea que han recibido los cristianos y la ofrecen―, confortándolos en medio de las dudas y dificultades, celebrando con ellos la fe y los sacramentos e incorporándolos en la comunidad como miembros adultos en la fe y comprometidos con el mundo haciendo sementera del Reino.

Otro servicio que las comunidades ofrecen al mundo es el compromiso de hacer crecer esa semilla, superando los narcisismos que lleven a formar ghettos o círculos cerrados. Los primeros cristianos se alegraban al ver aumentar el número de creyentes en Cristo (Hch 2,47). Los procesos de crecimiento y servicios pueden ser muy variados, en función de la fase del proceso en que se encuentre el que busca, pero a todos corresponde realizar un camino de conversión seria que ayude a pasar de la masa de gente sacramentalizada y muy poco evangelizada al crecimiento fecundo de los procesos comunitarios.

Al igual que el viñador espera de la higuera los frutos adecuados, el Evangelio cuenta como nos va tratar en el crecimiento el agricultor sensato, realista y paciente (Lc 13,6-9):

• Sensato, porque solo nos pide lo que podemos dar sin especial esfuerzo. No se le pide a la higuera melones, lo que espera de nosotros es que cada uno según sus circunstancias haga lo que sea preciso, pero nunca esperará nada que supere nuestra capacidad.

• Realista, porque no se deja engañar. Cuando en tres años no ha dado fruto la higuera no valen las excusas, sino que hay que ponerse las pilas e iniciar de modo serio el proceso de conversión, de cuidado y vuelta al Señor.

• Paciente, porque ya ha esperado tres años y todavía está dispuesto a concedernos una nueva oportunidad para que demos el fruto adecuado de la conversión.
Todo servicio ha de hacerse desde un proyecto pedagógico que ayude a recorrer el camino de la fe con distintas metas volantes:

1. Que se dé el encuentro personal con Cristo es clave para poder comunicarse con él en un encuentro tal que derivará en reconocer, en cada uno de los hombres y mujeres, a unos hermanos hechos a imagen y semejanza de Dios, y que por medio de Jesucristo se llegará a tener una experiencia de un encuentro fundante con él.

2. Incorporarnos a la Iglesia como nuevo Pueblo de Dios. Un Pueblo que camina unido bajo la acción del Espíritu Santo, y que tiene a Dios como Padre, y a Cristo como Pastor que le guía. Un Pueblo de Dios que tiene por misión ser fermento en la masa (cf. Mt 13, 33; Gal 5,9) y que comunica la Buena Noticia a los pobres (Lc 4, 16-20). Un Pueblo que clama cada día: «¡Ven, Señor!» (Ap 2,20).

3. Suscitando testigos de fe en medio del mundo. El cristiano es testigo de la fe que anuncia: «En el fondo, ¿hay otra forma de comunicar el Evangelio que no sea transmitiendo a otros la propia experiencia de la fe?» (Evangelii nuntiandi 44). Para dar testimonio con obras y palabras (2Tim 1,8), cada uno lo debe sembrar en el contexto y realidad en la que lleve a cabo su misión: la familia, la educación, en el mundo profesional, social y político… y en cualquier ámbito en el que cada cual se mueva.

4. Celebrar la vida, la fe y los sacramentos. Todo desde el Misterio Pascual de Jesucristo muerto y resucitado, este es el núcleo del proyecto de Cristo y que nos llevará a tener un tono festivo y alegre en la vida. Sin esta alegría compartida con los hermanos no hay celebración posible. Con los pies en la tierra y el corazón en el cielo para no tener ninguna ruptura con la vida y transformar esta desde una realidad más vital y plenificadora en Cristo.

3.- Creando comunidades y fraternidades cristianas fundamentadas en Cristo

Lo primero que funda y cohesiona una comunidad cristiana es la Palabra de Dios anunciada a todos en forma de Buena Noticia que suscita la fe (cf. Ef 4,4-5; Rom 1,16-17). «Estas palabras les traspasaron el corazón y preguntaron: ‘¿Qué tenemos que hacer?’… Los que las acogieron se bautizaron, y aquel día se les agregaron unos tres mil» (Hch 2, 27-41). El apóstol Juan nos habla de comunión para expresar el efecto de ese anuncio y testimonio evangélicos: «Nosotros damos testimonio y os anunciamos lo que hemos visto y oído, para que vosotros estéis en comunión con nosotros» (1Jn 1,1-3).

Así pues:

• El grupo cristiano es ante todo una comunidad fraterna unida por el mismo Evangelio a través de la fuerza de la Palabra de Dios que cohesiona a todos sus miembros con una misma fe y una misma esperanza en el amor (Flp 1,5; 1Cor 9,23). Tanto la mesa de la Palabra como la comensalía del Cuerpo de Cristo fundan la comunión eclesial. El Señor nos ha convocado: «… ya no somos extranjeros ni advenedizos, sino familiares» (Ef 2,19). En la comunidad recibimos los carismas (dones) que, a través de los ministerios, nos movilizan para la comunicación y la comunión (1Cor 12,4-5).

• En la comunidad litúrgica se manifiesta una rica participación en la prestación de servicios mutuos dentro de la gran armonía del conjunto. El ministro ordenado debe concurrir en la celebración en una actitud humilde y de servicio, como nos indica el Evangelio: «… entre vosotros, el mayor sea como el menor, y el que manda como el que sirve… Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve» (Lc 22,26-27).

• Las diócesis, parroquias, comunidades fraternas y grupos cristianos si quieren ser comunidad eclesial, tienen que plantearse como cuestión ineludible de su vida la puesta en común de bienes materiales y carismáticos, no son los bienes para el crecimiento personal sino para ayudar a los pequeños y a los pobres, de modo que les acompañemos y animemos para abrir nuevos caminos de justicia y solidaridad.

En las comunidades cristianas se deben actualizar los carismas en torno a la Palabra, la celebración de la Eucaristía, la puesta en común de los bienes y la participación en la toma de ciertas decisiones. A su vez se da un signo de fraternidad, de amor, que pueda suscitar la fe en el no creyente. La vocación cristiana ha de ser fiel al Evangelio y a la comunidad-fraternidad que preside el Señor de la historia. Francisco de Asís es un buen modelo de cómo vivir el Evangelio a la letra y ofrecerlo a otros creando fraternidades cristianas y franciscanas, desde la lógica del don que nos viene del Señor resucitado. «El Pobre de Asís que repartía amor» tenía clara conciencia de que «el Señor le dio hermanos»; y todo es gracias al Buen Dador que resucitado nos hace resucitar en comunidad de hermanos pequeños, pobres, menores y fraternos, orientados al servicio del Reino.

Gracias por lo que sois y lo que hacéis.
Gracias por los hermanos que nos han acogido.
A todos, un abrazo de fraternura.

¡¡¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN. AMÉN, ALELUYA!!!

Severino Calderón Martínez,
Grupo de San Francisco

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