Este domingo celebramos la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones y la liturgia nos propone la figura de Jesucristo como Buen Pastor. “Escuchar su voz y seguirle”. Este es la doble llamada que nos hace hoy el Evangelio a los creyentes en Jesús Resucitado. Escuchar su Palabra, acogerla como palabra de vida y comprometerse con ella en la realidad de cada día; Seguirle, ir tras sus pasos, recorriendo sus mismos caminos y provocando los encuentros con aquellos que fueron sus preferidos, los pobres, los marginados, los excluidos. La Palabra nos invita a seguir las huellas del Maestro.
Acudían a escuchar la Palabra de Dios (Hch 13,14.43-52):
Estamos en tiempos de evangelización, de anuncio de la Buena Noticia que quiere llegar lo más lejos posible y a todas las gentes. Pablo y Bernabé han comenzado su primer viaje misionero llenos de ilusión y esperanza en la misión a la que han sido enviados. En este relato llegan a la ciudad de Antioquía de Pisidia en la que predican dos sábados seguidos. El segundo sábado casi toda la ciudad se congregó para escuchar la palabra del Señor. Esta constatación desvela tres cuestiones: la primera es que la homilía de Pablo tuvo un eco enorme en la ciudad. En segundo término, el texto subraya como miembros de todos los grupos religiosos fueron a la sinagoga (judíos, prosélitos, temerosos de Dios y paganos). Y, en tercer lugar, acuden a escuchar la “palabra del Señor”, es decir, perciben en la predicación de Pablo un mensaje divino.
Sin embargo, cuando los judíos, interesados antes por el mensaje cristiano, ven a la multitud congregada reaccionan violentamente contra Pablo. Ellos entienden que Israel pierde su función mediadora en la historia de la Salvación, pues según afirma el apóstol, no es necesario observar la Ley para alcanzar la salvación. Ambos apóstoles subrayan la necesidad de anunciar el evangelio primero a los judíos, no obstante, como estos lo han rechazado, Pablo y Bernabé toman la decisión de anunciar la Buena Nueva a los paganos.
La reacción entre los judíos y gentiles a las palabras de los apóstoles es contrapuesta. Los paganos se alegran y reciben con alabanzas el mensaje del Señor, mientras que los judíos rechazan a Jesús. Su reacción conlleva la persecución contra los apóstoles. Pablo y Bernabé, indignados, se sacudieron los pies en señal de ruptura con los judíos de Antioquía, y emprendieron su viaje a Iconio. El evangelista señala al final el gozo de la comunidad cristiana fundada en Antioquía de Pisidia: “Todos estaban llenos del Espíritu Santo” (Hch 13,52).
«Yo y el Padre somos uno» (Jn 10,27-30)
El evangelio de este cuarto domingo es tan breve como denso. El contexto es la fiesta de la Dedicación del Templo (10,22), en la que el pueblo celebraba su reconstrucción, prueba física de la presencia de Dios en medio de ellos y de su mutua pertenencia por la alianza: “Tú serás mi pueblo y yo seré tu Dios”.
El pasaje de hoy forma parte de la explicación de la identidad mesiánica de Jesús. Los judíos le han hecho, en los versículos anteriores, una pregunta: “Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente”. A lo que Jesús les responde que él ya lo ha dicho, pero “vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas” (10, 25-26).
Jesús reprocha a los judíos que no lo reconocen como Mesías porque no son de sus ovejas, no forman parte de su rebaño, pasando a describir a quienes realmente lo son. La imagen de las ovejas del Buen Pastor evoca el mejor retrato del creyente: escuchan su voz y le siguen. La voz del Pastor es inconfundible para sus ovejas, ellas le conocen, esa voz les da seguridad y la siguen llenas de alegría. Ese es el auténtico discípulo, el que está atento a las palabras de Jesús y sigue sus pasos. El Pastor conoce a sus ovejas y les regala “la vida eterna”, o lo que es lo mismo, la vida de Dios, por eso, no perecerán. Además, a las ovejas no se les puede apartar del lado de Jesús porque su adhesión está garantizada por el Padre.
El Señor insiste en que la fe en su palabra no sólo vincula al creyente con Él, sino con el mismo Dios, el Padre de Jesús: «El Padre y yo somos uno» Ya no hay necesidad alguna de mirar al Templo para descubrir a Dios presente en medio de su pueblo. Jesús, se muestra como presencia visible del Padre en medio de ellos.
La Palabra hoy
El centro de la espiritualidad bíblica lo constituye la “escucha” que se despliega en otros dos verbos, acoger y vivir. Además de acoger lo que se oye, el escuchante ha de dialogar en el corazón con esa Palabra acogida y ha de llevar a cabo lo escuchado. Ha de hacer vida la Palabra. Eso nos obliga a salir de nuestros espacios eclesiales, e ir allí donde la gente se encuentra, dialoga, genera pensamiento y solidaridad. Solo si somos capaces de responder a la significatividad existencial de la gente podremos hacer que el proyecto del Reino de Jesús de Nazaret cale en sus corazones y se convierta en la fuerza transformadora de sus vidas.
Carmen Román Martínez, op